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03 de Mayo de 2024 /
Actualizado hace 42 minutos | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Online

La dignidad y responsabilidad presidencial en Colombia

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Joaquín Leonardo Casas Ortiz

Doctorando en Estudios Políticos

Universidad Externado de Colombia

 

Las malquerencias y afectos por la democracia se remontan, como se sabe, a la antigüedad, ya entonces se decía que era insoportable que los hombres que huyen de la soberbia de un tirano caigan en la soberbia de una masa sin freno. Esa referencia viene muy bien, por ejemplo, cuando de lo que se trata es de responder a la pregunta: ¿quién debe ser y qué cualidades académicas, jurídicas y políticas son necesarias para ocupar la primera magistratura del Estado en sociedades altamente complejas e ideológicamente muy polarizadas como las del siglo que avanza?

 

En efecto, pedirle una respuesta a esa masa sin freno –cuyo verdadero ser es la inconstancia, el cambio, aprobar y desaprobar una cosa al mismo tiempo, precipitarse de un extremo a otro– tiene el riesgo de que la respuesta, antes que fruto de una democracia deliberativa, esté mediada por el sentimentalismo y las emociones.

 

Entonces, la respuesta al interrogante no es nada fácil y claro, va más allá del diseño institucional que en un determinado contexto histórico haya fijado el constituyente primario o derivado y que, para el caso colombiano, las reglas para ser presidente se encuentran fijadas en el artículo 191 de la Constitución Política de 1991. ¿Esa regulación es suficiente?, ¿se requerirá algo más?, ¿será que una regulación constitucional tan básica pone en riesgo la democracia liberal occidental y los principios en los que dice fundarse?, ¿una regulación más acorde con los nuevos tiempos ayudaría a combatir eficazmente los enemigos íntimos de la democracia, entre ellos, los populismos de izquierda o de derecha?, ¿una regulación más acorde con los nuevos tiempos nos posibilitaría dejar de ser el país de las emociones tristes?, ¿será tiempo de abrir el debate y, de ser necesario, llevar a cabo las reformas constitucionales pertinentes?   

    

En todo caso, sea ello lo que fuere, la narrativa de la coyuntura electoral camino a la presidencia de la República, y definido ya quienes pasaron a segunda vuelta, es un buen pretexto para pensar y repensar sobre los requisitos que hoy se tiene para ser presidente, pues, al margen de quien sea el ganador, los riesgos –presentes y futuros– que al elegir presidente se asumen son muchos de cara al aseguramiento y la estabilidad de la democracia, sus instituciones y, quizás, lo más importante, el destino de los derechos y las garantías fundamentales de los ciudadanos, sobre todo, con un diseño constitucional que concentra tantos poderes salvajes en la figura del presidente (jefe de Estado, jefe de gobierno y suprema autoridad administrativa), condiciones que identifican el talante hiperpresidencialista que, desde nuestro primer dictador, impera en Colombia.

 

En tal escenario, para nada macondiano y teniendo en cuenta el impacto de las decisiones que está llamado a tomar, invita a pensar y revaluar los actuales requisitos para ser presidente y ello es imperativo hacerlo, entre otras razones, porque la miríada de complejidades de las sociedades actuales es evidente y Colombia no es la excepción. En efecto, tanto en el “viejo mundo”, como en el “nuevo”, son perfectamente identificables factores comunes de inestabilidad social, política y económica, lo cual trae consigo que quien llegue a la más alta dignidad del Estado tenga altos estándares éticos; cuente con la debida, necesaria y decantada experiencia política; un alto perfil académico; que no polarice; que sea hábil y capaz de interactuar con todos los actores sociales, y que posibilite la canalización y la eventual solución de los endémicos conflictos sociales por la vía deliberativa, no fragmentando y erosionando la institucionalidad, sino fortaleciéndola, no atacando groseramente al poder judicial, sino respetando y cumpliendo lo que deciden los jueces. 

 

Esos rasgos –y otros– no son precisamente predicables de quienes en las últimas décadas han ocupado la Casa de Nariño y los nubarrones que en el horizonte se ven no parecen ser muy prometedores y, más bien, como nos dijera el emperador Adriano, aquí y allá afloran los granitos de lo inevitable: por doquier los desmoronamientos del azar.   

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