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26 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 2 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

Columnistas

El lenguaje en código y los debates políticos

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Mónica Roa

Especialista en uso del Derecho para la promoción del cambio social y en equidad de género

 

Con ocasión de los 25 años de la Constitución, la semana anterior al plebiscito estuve discutiendo con académicos invitados por la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional los riesgos de la “juridización” de muchos de los debates políticos más importantes para el país. Cuando la Corte Constitucional se convierte en un foro central de debate político y protección de derechos, y realiza estas funciones usando los códigos de lenguaje del Derecho Constitucional, se genera el efecto perverso de excluir de la discusión a quienes por diferentes razones no manejan ese tipo de código. “Es como si a ustedes les dicen que tienen que defender sus derechos en alemán”, nos decía la líder indígena Leonor Zalabata. De esta forma se corre el riesgo de que el mundo del Derecho coopte y despolitice debates que son esencialmente políticos sobre cómo gestionar la vida en sociedad.

 

Los resultados del plebiscito me demostraron el valor de esa reflexión. Haber encauzado un debate político de tanta trascendencia poniendo como condición que la ciudadanía leyera y entendiera los acuerdos fue ingenuo y peligroso. Fue ingenuo porque vivimos en un país donde la mayoría no lee, porque no sabe, porque no le gusta, porque no le importa, porque no tiene tiempo, pero además si leyera tampoco habría entendido, porque el lenguaje de los acuerdos es pesado, difícil y en últimas excluyente. Y fue peligroso porque cuando el debate depende de palabras y conceptos muy complicados, cualquiera puede ofrecer traducciones poco claras o manifiestamente erradas que cambian la naturaleza del debate político que se quiere dar.

 

El mismo análisis se puede hacer de las cartillas de educación en diversidad sexual que generaron tanto revuelo. No podemos pretender generar cambios estructurales en la sociedad, mucho menos cuando se trata de temas sensibles, usando conceptos tan esquivos como la heteronormatividad o la lesbo-transfobia. Los estudios de género alrededor del mundo han desarrollado todo un campo de conocimiento riguroso que cuestiona que la biología impone una sola manera de ser hombre o mujer; pero lo han hecho creando un código de lenguaje propio que no es obvio ni fácil para la mayoría, y que corre el mismo riesgo de ser fácilmente manipulado, como vimos que ocurrió cuando denunciaron que había una “ideología de género” encriptada en el lenguaje de los acuerdos de paz entre las Farc y el Gobierno. Los avances alcanzados en materia de igualdad de género pueden desaparecer, si no somos capaces de explicar la relevancia de este tema usando expresiones que cualquier cristiano –valga el juego de palabras- pueda entender.

 

Aclaro que no estoy criticando el uso de lenguaje riguroso en el Derecho y en los estudios de género. De hecho, es fundamental poder contar con palabras que nos permitan hacer los matices que sean necesarios para encontrar mayor claridad en las ideas y hacer visibles sutilezas que marcan la diferencia. Pero una cosa es el lenguaje en el mundo académico o en la comunicación entre expertos, y otra es la manera en la que planteamos debates públicos con fines políticos donde el objetivo es la participación y transformación de la sociedad. En estos casos, es fundamental hacer un esfuerzo consciente de traducción del lenguaje técnico a códigos que puedan ser fácilmente entendidos y apropiados por las audiencias que busquemos interpelar. Y eso no es una tarea fácil. Quienes han trabajado conmigo saben que considero incompleta una demanda jurídica perfectamente argumentada, si no se acompaña de la posibilidad de transmitir con lenguaje claro, en menos de 30 segundos, cuál es el problema que busca resolver esa demanda y por qué resolver ese problema es relevante para la comunidad. 

 

Tomo nota de las lecciones que nos van dejando estos tiempos difíciles para no cometer los mismos errores en el futuro. Seguramente llega una época en la que tendremos que encontrar la manera de gestionar y armonizar las diferentes visiones de país, de familias, de libertad y de democracia que han quedado en evidencia en las últimas semanas. Estos son debates fundamentales donde toda la ciudadanía debería querer y poder participar. Para lograrlo, la tarea es trascender la lógica académica y urbana tan propia de la élite centralista y plantear las discusiones desde otro lugar, en términos que interpelen a los más apáticos, que inviten a los más desconocedores, y que tengan la posibilidad de recoger aportes de los más diversos saberes.

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