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26 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 9 minutos | ISSN: 2805-6396

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Obras del pensamiento político


‘El príncipe’, de Nicolás Maquiavelo

31 de Mayo de 2012

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Nota:
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Andrés Mejía Vergnaud y Nadya Aranguren Niño

 

Tomamos prestada una idea del sicólogo y neurocientífico Steve Pinker, para aplicarla a Maquiavelo. A este pensador le ocurre algo similar a lo que pasa a otras figuras como Hobbes, Malthus y Darwin: sus nombres, a punta de siglos de uso y mal uso, han dado lugar a adjetivos que inspiran desde temor hasta espanto. “Hobbesiano” se usa para describir un estado de cosas en el cual priman la violencia y el peligro permanente; se llama “darwiniano” a quien de una u otra forma aplica a la sociedad humana un concepto de supervivencia del más apto; el adjetivo “malthusiano” invoca el temible panorama de una población que se multiplica y que excede de lejos los recursos que podrían alimentarla y sostenerla. Ninguno de estos usos, lamentablemente tan frecuentes y extendidos, hace justicia a las grandes contribuciones científicas y filosóficas de estos pensadores. Darwin jamás sostuvo que lo justo fuese la muerte del débil; el análisis hobbesiano de la violencia está precedido por centenares de páginas que con la mejor lógica lo sustentan y le dan límites conceptuales; y la mayoría de situaciones descritas como “malthusianas” no son más que paranoias infundadas.

 

Pero de todos ellos quien ha corrido con peor suerte es Maquiavelo. El nombre de este genial historiador, filósofo y político ha sido corrompido por el abuso del adjetivo “maquiavélico”, el cual se usa para calificar acciones o estrategias en las cuales, con astucia un tanto tramposa, y sin el menor reparo moral, alguien trata de alcanzar un objetivo que es de su total conveniencia. También se llama “maquiavélicas” a las personas que de ordinario proceden de esa manera: a quienes no hacen más que calcular conveniencias y moverse en pos de sus cálculos sin otra consideración.

 

Poca justicia le hace este mal uso a Nicolás Maquiavelo (en italiano Niccolo Machiavelli). Nacido en 1469 y muerto en 1527, muchos le consideran el padre de la ciencia política moderna. Como si esto no fuese suficiente, sus escritos hacen parte de las cumbres de la lengua italiana. Maquiavelo escribió tratados de política, de estrategia militar y de historia; escribió poemas y comedias; compuso canciones, y dio lugar a una correspondencia que goza de admiración por la elegancia y la belleza de su lenguaje. Tuvo además una agitada vida como funcionario, y en tal calidad fue partícipe de aquel incierto drama político que era la Italia del Renacimiento, con sus grandes señores, con sus mecenas, con sus letales rivalidades, sus conspiraciones y sus envenenamientos. Todo lo cual ocurría dentro del contexto del resurgir de las artes y las ciencias: era también la época de Leonardo y Miguel Ángel.

 

A este singular hombre, que sirvió en la administración de su natal Florencia durante el lapso en que no fue dominada por los Medicis, le correspondió el lugar histórico de escribir, por primera vez, un gran tratado de política que no estuviese guiado por la pregunta de cómo deben ser el Estado, las instituciones y la sociedad. El príncipe de hecho responde a otra pregunta: a la de las realidades efectivas del poder político; de su obtención, de su conservación, y de su pérdida.

 

‘El príncipe’ y el problema del poder

La primera versión de El príncipe, inédita aún, fue conocida por algunos lectores en 1513. Solo en 1532 fue publicado oficialmente, cinco años después de la muerte de su autor. Desde su primera aparición, la obra de Maquiavelo causó conmoción entre los pensadores de la época, acostumbrados a disertaciones sobre el deber ser y las formas ideales de organización política bajo fuertes connotaciones morales, y generalmente bajo la sombra de la divinidad. El príncipe será, de hecho, uno de los primeros pasos en la secularización de la teoría política.

 

El príncipe encuentra bases en la observación de la realidad de Florencia, que se había convertido en república luego de la caída de los Médici, y surgía como uno de los primeros estados nación. En la obra se ven reflejadas las experiencias de Maquiavelo en el servicio público de Florencia como secretario y canciller, donde forjó su percepción sobre el carácter de los mandatarios y los alcances de sus actos políticos. Maquiavelo escribe entonces una serie de recomendaciones dirigidas inicialmente a Giuliano de Medici, pero que tras la muerte de este fueron dedicadas a Lorenzo de Medici. Son, como decíamos, orientaciones dirigidas a la conservación del poder.

 

Dichas recomendaciones se presentan en 26 capítulos, que pueden ser agrupados en cuatro grandes bloques. En la primera parte del texto el autor describe las diferentes clases de principados (es decir, Estados), la forma como se adquieren, sus peligros, y cómo deben ser conservados. Pero su principal interés es explorar los que denomina los principados nuevos, aquellos donde un hombre asume el poder por sus propios recursos o virtudes: la fortuna, la aceptación del pueblo o la colaboración de otros príncipes. También hace una referencia al principado eclesiástico, dejando ver su inconformismo con este tipo de modelo. Ya le seguiría Hobbes un siglo y medio después, con su condena de la intervención eclesiástica en el gobierno. Avanzaba así el camino moderno de la secularización de lo político.

 

La segunda parte de El príncipe se concentra en los asuntos de la seguridad y la defensa. Para Maquiavelo, el arte de la guerra tiene un valor fundamental para mantener el poder. Afirma que los dos elementos fundamentales para cualquier Estado o principado son las normas y la fuerza militar organizada, un ejército propio, suficiente y en cabeza del mismo príncipe. Allí también manifiesta su rechazo al uso de los grupos mercenarios, aquellos condottieri tan comunes en la Italia de su época, ya que de ellos no puede esperarse lealtad, y sus motivaciones son principalmente monetarias. También rechaza las llamadas fuerzas auxiliares, a las cuales considera más peligrosas que los mercenarios.

 

En la tercera parte, el autor reflexiona sobre las virtudes que debe desarrollar el príncipe para que sus acciones le permitan conservar el poder ante sus súbditos. Al contenido de esta parte, o más bien, a sus interpretaciones superficiales, se debe la fama negra que ha acompañado a Maquiavelo, y que se asocia con la frase “el fin justifica los medios”: así suele caracterizarse el actuar inmoral de quien solo busca su propio bien, pero tal concepto se halla muy lejos de las verdaderas formulaciones de Maquiavelo. La tercera parte de la obra evidencia el realismo de Maquiavelo para abordar los asuntos del poder y la comprensión de las cualidades y debilidades humanas. El autor usa por primera vez un concepto de virtud aislado de connotaciones morales, para referirse a las cualidades que debe tener un individuo para gobernar.

 

En el último bloque de la obra el autor realiza una descripción de la crisis que atraviesa Florencia, articulando cada uno de los temas abordados en los capítulos anteriores y reforzando la necesidad de un cambio en los principios y la forma de gobierno.

 

El científico, el filósofo

¿Por qué algunos consideran a Maquiavelo el fundador de la ciencia política? Basta pensar esto: si el objeto de una ciencia es descubrir y explicar los mecanismos causales que obran en su ámbito de estudio, una ciencia de lo político debería indagar por mecanismos, por causas y efectos, dentro de las dificultades especiales que tal indagación presenta en el universo de lo social. Pero esto es precisamente lo que hace Maquiavelo. No lo hace, por supuesto, con todos y cada uno de los fenómenos propios de la política: tal tarea sería imposible para un solo autor, y sería sobre todo injusto exigírsela a un pionero. Pero lo hace, y lo hace muy bien, con respecto a un fenómeno político en particular: la obtención y la conservación del poder.

 

Con frecuencia hay que soportar a quienes, a partir de la anterior reflexión, pretenden restar valor a Maquiavelo como pensador, y le acusan de una falta de profundidad y una limitación a lo mecánico. Queda claro que no han leído otra de las obras de Maquiavelo, la cual no dudamos en recomendar: sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Se trata de un libro de anotaciones, de reflexiones que venían a la mente de Maquiavelo mientras leía la obra del gran historiador romano. Hay allí profundísimas anotaciones sobre el carácter de una república.

 

Dejamos a los lectores, entonces, la gratísima tarea de explorar por sí mismos las páginas de Maquiavelo: del científico, del filósofo, y del artista.

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