14 de Diciembre de 2024 /
Actualizado hace 3 hours | ISSN: 2805-6396

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Crítica literaria


Cronista única

15 de Noviembre de 2013

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Juan Gustavo Cobo Borda Juan Gustavo Cobo Borda

 

No hay duda: es la mejor. La mejor cronista latinoamericana. Por obsesiva y exhaustiva. Leila Guerriero (Argentina, 1967) sigue su presa por todos los recovecos, hasta agotar las pistas, comprobar que no hay nada más allá que el voraz olvido. Así lo constatamos en su último libro, Plano americano (Chile, Universidad Diego Portales, 2013), en sus dos reconstrucciones del pasado: la del dominicano Pedro Henríquez Ureña y la del argentino Roberto Arlt. Un profesor y un crítico. Un periodista y un novelista.

 

El primero, amigo de Alfonso Reyes y Borges. Maestro decisivo de Sábato y Martínez Estrada. El segundo, elogiado por Onetti y Cortázar, pero ya en vida reconocido por muchos, aun cuando él prefiriera quejarse y sentirse ninguneado por todos. Pero Guerriero prefiere averiguar por el mediocre nacionalismo que le negó una cátedra permanente a Henríquez Ureña, y se la confió a enanos morales e intelectuales. Pero lo aterrador, en este caso como en el caso de Arlt, es la ignorancia absoluta que hoy lo erosiona, en la concreta realidad de sus vidas. No hay voces que den testimonio sobre los que fueron  sus pasos aun cuando Arlt se reedite y los narradores posteriores le rindan homenaje. Pero Guerriero va a las hemerotecas, llama a teléfonos ocupados y nos llena de sospechas. Quizás Henríquez Ureña fue traicionado por su mujer. Arlt tuvo un hijo disminuido. A partir de allí crecen y se hacen reales. Lo soslayado no los disminuye: los convierte en seres humanos.

 

Igual sucede con el pintor Guillermo Kuitca, que a los 13 años era un niño genio que realizó su primera exposición, en un Buenos Aires de sicoanalistas, y ahora, en una casa estudio del barrio Belgrano, vive solo con su perro Don Chicho y se aterra al pensar que luego de sus exposiciones de la Tate, de Londres; del Moma, de Nueva York, o del Reina Sofía, de España, debe afrontar un nuevo cuadro. Camitas desamparadas, colchones sobre los que despliega mapas, o la mesa redonda en que apunta frases o recuerda nombres. Un solitario que se protege en la rutina y ve subir las cotizaciones de sus trabajos.

 

El coto preferido de Guerriero es ese Buenos Aires de exquisitos y sofisticados que entre San Telmo y La Recoleta abren boutiques, instalan estudios y terminan por hacerse célebres, en París. Como el joyero Marcial Berro, como el diseñador Pablo Ramírez, siempre de negro. Varios repiten la secuencia vital de Manuel Puig, el novelista que nació en un pueblo de la provincia de Buenos Aires, General Villegas, y se hicieron famosos en muchas lenguas, en teatro y cine. Pero Buenos Aires es la fábrica que los catapulta.

 

Otros rompen el esquema. Parecen más rudos y atrabiliarios, como narrador Fogwill y el cantautor, y también escritor, Facundo Cabral que, por supuesto, hará un disco de homenaje a Borges. Y se debatirán todos, a favor o en contra, con la figura omnipresente de Juan Domingo Perón. Sin embargo Guerriero, que sólo escucha, termina por develar el alma: intolerable en Cabral, muy humana y cálida en la fotógrafa Sara Facio, compañera de María Elena Walsh.

 

Pero cuando deja su Buenos Aires, Guerriero se desplaza a ese apéndice llamado Montevideo, donde la aguardan monstruos tan fascinantes como Idea Vilariño, la perturbadora poeta que marcó a Onetti y él la hirió en la consentida destrucción mutua de amantes feroces, y el sarcástico y exacto siempre Homero Alsina Thevenet, crítico de cine que todo lo sabía, actores secundarios incluidos, y quien tuvo la elegancia también de publicar dos volúmenes de su imprescindible Una enciclopedia de datos inútiles. Él, que había reconocido a Bergman antes que los suecos y se sentaba a los pies de Marlene Dietrich, nos da una lección de humor y rigor.

 

En Chile, próximo a los cien años (nació en 1914), Nicanor Parra, ecólogo, traductor de Shakespeare, recitador en lengua mapuche, sigue siendo el poeta irreverente que siempre fue. Guerriero, con esta rica joya de su corona de cronista, nos da su retrato más certero: la anarquía sigue siendo el camino más gozoso y empinado para llegar a la sabiduría.

 

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