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19 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 1 hora | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Online

Proceso tomado

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Alejandro F. Sánchez C.

Abogado penalista. Doctor en Derecho

Twitter: @alfesac

 

El imaginario según el cual la llegada de un proceso penal acusatorio ayudaría a la eficiencia de la justicia fue colectivo y cada día se esfuma. Entre las reacciones sistemáticas y populistas del legislador que minan las salidas alternas al proceso, se suman otras que lo atacan desde adentro: el afán de resultados y la hipertrofia conceptualista.

 

En el primer grupo, se encuentran políticas y prácticas que conciben que solo es posible un proceso exitoso, si está acompañado de capturas y medidas de aseguramiento. El éxito se mide, de lado y lado de la barra, cuando se logra la medida para la Fiscalía, o la libertad para la defensa. A falta de resultados definitivos, la libertad o la detención figuran como los trofeos más apetecidos de los adversarios.

 

Esa política ha llevado a que el fuerte del debate retrase lo sustancial: la evidencia, la prueba. Las tácticas del acusador para mantener intramuros al acusado y la del defensor para liberarlo son las reinas de la fiesta. Las audiencias preliminares como actores protagónicos. Así, de lado y lado, las cartas se juegan y hay jugadores de todo tipo en cada bando. Desde los más serios hasta los más “vivos”.

 

Están los fiscales que acuden a la “inflación” de cargos, en procura de que se configure la causal comodín del peligro para la comunidad por número de delitos y, además que, si se concreta la detención, se dupliquen o tripliquen los términos. Un tiro en el pie, pues cuando todo es importante, nada es importante. Al final, la actividad judicial la marca el ritmo de los procesos con detenido, y si este no existe, el caso vive en el olvido.

 

Aunado a ello, viene la hipertrofia conceptualista, heredera de nuestro pasado continental europeo. Se representa por esa esperanza de encontrar en los conceptos y en el mundo de las ideas el elixir mágico. Rumiar un concepto, etiquetarlo, desmembrarlo y reconstruirlo hasta el último átomo.

 

Por ese camino tan nuestro, los debates se concentran tempranamente en qué ha dicho la jurisprudencia en temas como “hecho jurídico relevante”, “juicio de imputación”, “juicio de acusación”, “preacuerdos”, quién es y quién no es víctima, entre otras polémicas sobre las cuales muchos reclaman derechos de patente. Cada día se discute menos de evidencia y más sobre jurisprudencia.

 

Del sueño original nos despertamos con la dura realidad que ni juicios ni preacuerdos. Una simple audiencia de acusación se transforma en toda una parafernalia de debates interminables sobre qué exige cada tipo para ser “relevante” fácticamente o quién conoce la última tesis de la Corte sobre control judicial de los preacuerdos y cuál es el mejor pontífice de dogmática procesal.

Con una Corte Suprema de Justicia que cada ocho días emite sentencias escritas, en las que no solo soluciona el caso, sino también suele hacer “pedagogía” sobre temas no discutidos, a los jueces de combate les queda muy difícil cuando las partes en audiencia se atrincheran en la lucha del pan fresco jurisprudencial. Arrinconados, activan su último recurso: “suspendamos para resolver”. Resolución que al final suele reflejar lo que el orden vertical enseña: extensas piezas escritas, cargadas de citas, vertidas en lectura para cumplir eso de la oralidad.

 

Y aquí vienen los otros jugadores, los defensores. Ante esa maraña conceptual han aprendido que en la confusión está la salida. Ya casi no hay audiencia de imputación o acusación sin discusiones conceptuales, sin suspensiones y recursos que extienden –mejor anestesian– el debate. En muchas ocasiones con efectos colaterales, como el vencimiento de términos y la libertad de los detenidos.

 

¿Y de la evidencia qué? Atrapada en el limbo conceptual, suspendida en el tiempo, pierde calidad y frescura. Cuando llegue la hora, su práctica estará menguada por agendas copadas, donde cada cinco meses se programa la continuación del juicio y con nuevos fiscales que poco o nada conocen del caso.

 

Hay que reconocer que la llegada de nuevos integrantes a la Corte Suprema aporta un aire fresco, pues han expuesto un estilo más claro y concreto en sus decisiones. No es un tema menor. La Corte no es solo un tribunal más que produce –y mucho–, es el escenario más alto de orientación con el que cuentan los actores. No en vano su Twitter alcanzó la impresionante suma de 300.000 seguidores. Todos ansiosos de conocer y seguir sus criterios. Una comunidad jurídica que precisa herramientas claras, concretas y practicables en un marco de justicia tomada por la congestión y la inestabilidad.

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