‘Making a Murderer’: imperdible para penalistas
Alejandro F. Sánchez C.
Doctor en Derecho. Abogado penalista y profesor universitario
La serie documental de Netflix sobre la suerte pasada y presente de Steven Avery, que acaba de estrenar su segunda temporada, alrededor de la injusta condena que lo puso tras las rejas y la que actualmente paga -pues soy de los que creen que es inocente, como también su sobrino Brendan Dassey- no solo sirve para entretenimiento, también para los abogados penalistas constituye una herramienta de aprendizaje y retroalimentación sobre la dinámica del sistema penal norteamericano.
En primer término, nos permite conocer que no hay sistemas perfectos y que en todos se cometen injusticias. No importa la experiencia y recursos que se tengan, el riesgo que inocentes terminen entre rejas siempre está presente. Causa pavor pensar que, en modelos más avanzados en técnicas de investigación, preservación de la evidencia y con mayores garantías de tener un juicio oral y adversarial, también hay equivocaciones.
Ahora bien, lo preocupante es qué podemos esperar en modelos como el nuestro, donde se privilegia la prueba testimonial, donde basta una entrevista para justificar una captura o una medida de aseguramiento, donde el peso de las meras conjeturas es tremendo. En la preparación de nuestros abogados suele privilegiarse el discurso a la acción. Los abogados, por lo general, no están preparados para gerenciar un caso, es decir, definir hipótesis, objetivos, evaluar estrategias, dictar órdenes de trabajo a investigadores, analizar a los contrincantes, buscar, preservar y presentar evidencia. Hacer que sean los hechos los que hablen y no los abogados. No es exagerado decir que en nuestra cultura en muchas ocasiones la teoría y la dogmática se utilizan para llenar los vacíos que deja la prueba.
El esfuerzo que se hace en EE UU por conservar evidencias, no importa el paso del tiempo, resulta admirable. Solo de pensar qué pasaría en Colombia si tuviésemos que buscar hoy en los almacenes de evidencia muestras de sangre tomadas hace 20 años, el panorama sería desalentador.
Making a Murderer también enseña que aun las peores cosas pueden pasar en un sistema realmente oral y adversarial, donde incluso existe la oportunidad de que los recursos sean escuchados y debatidos ante altas cortes con magistrados que se toman el tiempo de conocer el caso y en plena audiencia hacen preguntas y debaten con las partes respetuosamente.
En Colombia, si bien pareciera que llegar a la Corte Suprema es más sencillo, es solo en apariencia. Por ejemplo, si se trata de una demanda de casación admitida donde la ley brinda la oportunidad de una sustentación oral, todo se reduce a la verbalización de su versión escrita y a la representación escénica de unos magistrados que simularan escuchar mientras si acaso habrá un profesional tras bambalinas tomando apuntes para luego ser él quien defina el caso. Al final, los magistrados están más preocupados en que se cumpla el protocolo de la audiencia que en escuchar y preguntar los motivos y razones por las cuales la Corte debería intervenir o no en algún asunto concreto.
Si así procede la máxima orientadora no solo a nivel jurisprudencial, sino también en la ejecución de los conceptos de oralidad e inmediación en el sistema acusatorio, no tiene porqué sorprender que muchos jueces repitan ese esquema y, al final, en los infaltables recesos, sean los profesionales del despacho los que terminen definiendo los asuntos discutidos en audiencias.
Making a Murderer también nos enseña que, sin importar lo avanzada que una cultura se encuentre en el modelo adversarial, existe una herramienta que puede socavar sus bases: la utilización indebida y estratégica de los medios de comunicación. Bien se trate de crear un ambiente favorable o de generar presión en la decisión del caso, cuando los medios ponen la atención en un caso cualquier cosa puede pasar.
Por último, también nos enseña que las posibilidades de ejercer una defensa efectiva son directamente proporcionales a los recursos económicos que se pongan sobre la mesa. Comparto con dolor, pero con realismo lo dicho por el profesor Francisco Bernate: “Una justicia para élites”, en el sentido de que, sin recursos económicos tener una oportunidad real de defenderse resulta una mera quimera.
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