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27 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 10 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Online

Usted se merece una democracia, no un activismo populista

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Carlos Adolfo Prieto Monroy
Observatorio Laboral
Pontificia Universidad Javeriana

Democracia. Fetiche, tabú, principio y fin, justificación. Democracia. Palabra de moda, tanto, que se ha ido desvaneciendo hasta volverse un significante vacío, casi lo que quien la invoca quiera que sea. Democrática se proclama la Corea del Norte de los Kim, y lo hacía la Alemania de Hoeneker. En su nombre se invaden países y se perpetúan tiranos… todo es democrático, entonces nada es democrático.

Pero si algo se ha querido salvaguardar siempre es la apariencia plebiscitaria de la “celebración de elecciones” para, al amparo de lo que se ha dado en llamar en “las mayorías” –o en su versión progresista “el pueblo” –, justificar el autoritarismo, la arbitrariedad, la ilegalidad, y pretender una “unción” del líder todopoderoso, infalible y providencial, obligado a cumplir el destino manifiesto del mandato de las urnas”. Y cuando eso no alcanza, se reclaman “los instrumentos internacionales y la convencionalidad”. Lo local oprime y no gusta.

El “ungido”, valido de la democracia plebiscitaria, entiende que su voluntad es su mandato, y que su destino fatal es el de cumplirla, pues ese es el modo de valer, a su vez “a las mayorías” que representa. “Yo soy el pueblo…”, varias veces se ha oído ese lema, siempre falaz, siempre equivocado.

Y lo es porque el ungido no puede ser aquello que pretende; no es más que un funcionario público que, por unas reglas deliberativas y de civilidad, ha llegado a esa dignidad, sujeto a la Constitución, a la legalidad y al escrutinio de las instituciones, al Estado de Derecho.

Las instituciones y el Estado de derecho, esas camisas incómodas para la voluntad providencial, esas cadenas con las que se amarra el ímpetu plebiscitario, esas entelequias que no dejan hacer… Pero que son la garantía de civilidad, de convivencia, de paz, de la garantía de derechos y de la asunción de deberes y de obligaciones, que son, desde cuando la Atenas de Solón pensó en convocar a los demos parta que ejercieran cracia.

Porque la democracia – la de verdad – es eso: el conjunto de instituciones que una sociedad establece, para gobernarse, y superar la tiranía, el despotismo y la arbitrariedad. Ese sistema, desde luego perfectible, y hasta ahora el mejor instrumento de gobierno, entraña la división de las ramas del Poder Público, el sometimiento al Estado de derecho, los pesos y contrapesos, la deliberación pluralista. Y fundamentalmente se basa en el reconocimiento de una sociedad compleja, diversa y plural.

Las reformas

Con ocasión de la proposición de las “reformas que tú te mereces” la laboral, la pensional y la de salud– El Gobierno ha intentado imponer una perspectiva única e integralista del régimen legal aplicable a las relaciones laborales formales y a la garantía de derechos de la seguridad social. Desde la proposición, y con el argumento de “las mayorías”, ha querido “imponer una narrativa” según la cual “el pueblo” le “ungió” para hacer eso y más. Cuando –hace un año ya– se encontró con que sus “reformas” no tenían la viabilidad que esperaba, quiso acudir al recurso plebiscitario, con magros resultados, y con un claro desgaste político y de opinión.

De nada sirvieron las peticiones de invitación a tomar cerveza en la esquina, ni los llamados “a las calles” cada vez que la certeza de la falta de apoyo legislativo se hacía evidente; de nada sirvieron las “bodegas”, como no van a servir las “advertencias”, y no sirven porque se estrellan, a pesar de “las narrativas”, con las instituciones, con el Estado de derecho, con la democracia.

Colombia es una construcción que, en su vida republicana, y a pesar de las innegables desigualdades y violencias que nos atormentan, ha consolidado, primordialmente, un Estado de derecho, institucional, y un Estado social de derecho, que ha soportado los duros embates de una sociedad aún fragmentada y de un país profundamente dividido, y ha sido esa construcción la que, precisamente, ha permitido que hoy podamos contar con este, nuestro proyecto común de Estado.

Y ha sido esa institucionalidad, ese Estado de derecho, lo que nos ha permitido consolidar esa comunidad imaginada de la que todos hacemos y nos sentimos parte. Ha sido esa institucionalidad la que ha permitido que hoy contemos con una conciencia civilista, basada en la certeza de la dignidad humana como principio de cohesión, y en los derechos fundamentales –en los que se incluyen los asociados al trabajo y la seguridad social–. Esa institucionalidad se ha consolidado a partir de la legitimación derivada de la jurisprudencia constitucional, de las deliberaciones parlamentarias y del control a la Rama Ejecutiva. Esa institucionalidad, en su perspectiva electoral, ha permitido y garantizado la alternancia del poder. Gracias a esa institucionalidad es que el Gobierno de hoy es Gobierno.

Colombia ha dado una lucha valiente por construir y consolidar su democracia, que no es otra cosa que sus instituciones en función de los mandatos constitucionales. Lo que usted, yo, todos, nos merecemos, es el respeto deliberativo de esa nuestra democracia, perfectible como cualquier obra humana, desde luego. Es a través de los instrumentos y los conductos democráticos que se pueden construir los consensos que transformarán el marco jurídico y político de nuestras relaciones sociales, en general, y laborales y de la seguridad social, en particular.

Lo que ninguno se merece es esa perversión de la democracia plebiscitaria, que es puerta de tiranías y desgracias. Una “mayoría popular” –que no es tal– no es argumento ni patente de corso para ignorar ni para pretermitir la democracia que tanto nos ha costado y que nos sigue costando establecer.

La mera elección no es democracia. Putin ganó las elecciones rusas; Maduro tiene capturado al sistema electoral venezolano. Nadie duda –ni siquiera sus áulicos– de su condición de tiranos.

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