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11 de Mayo de 2024 /
Actualizado hace 1 hora | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Online

Educación universitaria: ¿saber o contar con información?

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Édgar Hernán Fuentes-Contreras

edgar.fuentes@miuandes.cl

Investigador posdoctoral Universidad de los Andes, Chile

El fenómeno de la digitalización ha llevado a la desaparición del paradigma de las cosas o, como diría Byung-Chul Han, la expansión de las no-cosas. Del consumismo de cosas se ha pasado al consumismo de experiencias; un tipo de consumismo que propicia que los vínculos con las personas y con las cosas sean bastante inoportunos, por esto, todo aquello que limite la posibilidad de experimentar se advierte como innecesario.

En ese contexto, no se puede negar que la educación universitaria empieza a sentir con mayor influencia ese cambio de paradigma: ciertamente, la educación superior de los últimos siglos, más allá de pretender poner el conocimiento al servicio de una comunidad, validó la formación de un estatus o condición certificada que permite el ejercicio de lo aprendido. En esa medida, no parecía extraño que el modo más sencillo de asumir la labor del estudiante quien inicia su carrera universitaria estaba dirigida a alcanzar esa certificación en forma de diploma, que lo acreditase como profesional, provocando, mientras se acentuaba esa percepción menos social del proceso educativo, que el título profesional –y también el posgradual– se convirtiese en un bien de consumo: donde se necesita mayor número de oferta, incluso a costo de la calidad y donde fácilmente el cliente siempre tiene la razón.

Pues bien, aunque esa visión no haya caducado del todo, a la educación universitaria no le bastará para mantenerse, en los años venideros, seguir tomando como suya la bandera de la innovación y el emprendimiento para aplicar el experimentar. La implementación –así sea parcial– de metodologías educativas como design sprint y design thinking no terminan siendo alicientes de peso para las generaciones que conocen y manejan con facilidad los dispositivos móviles, las diferentes plataformas e implementan de manera casi natural dichas estrategias. Además, ya muchas de esas personas han disfrutado de los beneficios de los Massive Open Online Course o cursos en línea abiertos y masivos, donde el conocimiento es gratuito y solo la certificación suele ser paga.

No por poco, sea por necesidad o practicidad, la educación virtual (con diferentes enfoques y público objetivo) se ha ido consolidando después de la pandemia, como una alternativa real tanto para las universidades caracterizadas por la presencialidad como para la población a la cual le ayuda: por una parte, debido a que no rompe sus vínculos tradicionales (con la familia, sus amigos, su población) y, por otra, no le promueve nuevos vínculos que se forjaban con edificios, entornos y comunidades a través de un claustro no digitalizado. Acostumbrados a plataformas donde las comunidades son virtuales y los contactos relativamente exiguos y fácilmente eliminables, la educación virtual mantiene solo lo que, la generación actual, ya se conoce.

En efecto, si a las matrículas y gastos adicionales que implican la vida universitaria no digitalizada le sumamos un costo de vida alrededor del 13 %, unas tasas de interés que rodean el 12 % y otras cifras poblacionales, la educación universitaria, en general, y la presencial, en particular, tienen un panorama bastante complejo para el 2023 y los años subsiguientes: las nuevas condiciones contra las que se enfrentan van más allá de un simple acceso o alcanzar una cosa a través del proceso de formación.

En definitiva, se generan retos significativos: tanto o más como los que previamente no han sido objeto de atención; solo que, en una sociedad digitalizada, la rapidez del cambio no puede ser simplemente subestimada, salvo que se acepte una sinonimia imposible entre el saber y contar con información.

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