Pasar al contenido principal
26 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 13 horas | ISSN: 2805-6396

Openx ID [25](728x110)

1/ 5

Noticias gratuitas restantes. Suscríbete y consulta actualidad jurídica al instante.

Obras del Pensamiento Político


‘Segundo tratado sobre el gobierno civil’, de John Locke

17 de Octubre de 2012

Reproducir
Nota:
25719
Imagen
medi121017temas1-1509243866.jpg

 

Andrés Mejía Vergnaud

andresmejiav@gmail.com

Twitter: @AndresMejiaV

 

Con la publicación anónima en 1689 del volumen Dos tratados sobre el gobierno, y en particular del segundo de dichos tratados, se inicia en grande la época dorada de la filosofía política liberal. La autoría de dicho libro, mantenida en secreto por la prudencia que aconsejaba la época, era del filósofo John Locke.

 

¿Quién fue John Locke?

“Nunca hubo quizás un espíritu más sensato, más metódico, un lógico más exacto que el Sr. Locke”. Semejante juicio tiene como autor nada menos que al gran Voltaire. Durante su exilio en Inglaterra, el escritor francés estudió la física de Newton y la filosofía de Locke; concluyó hallarse frente al más elevado logro en el conocimiento humano: Newton, en lo referente al entendimiento del mundo; Locke, en lo referente al hombre, al conocimiento y a la mente, o alma como se le solía llamar: “Locke ha esclarecido al hombre la razón humana, como un excelente anatomista explica los resortes del cuerpo humano”, escribió también Voltaire.

 

La obra de John Locke es descomunal. Nació en 1632: empezaba entonces a desarrollarse el más agitado y turbulento periodo de la historia británica, el cual fue crucial para el destino político de la humanidad. Las fuerzas del poder monárquico, representantes del establecimiento nobiliario medieval, se enfrentaron en una larga y penosa guerra con las fuerzas del poder parlamentario. Las primeras, las monarquistas, abanderaban una filosofía aristocrática, en la cual la sociedad se dividía por derecho de nacimiento en estratos imposibles de cruzar: se era plebeyo o burgués, o se era noble. Las fuerzas parlamentarias, por su parte, eran vanguardia de una sociedad cambiante, en la cual la burguesía, aquella clase social nacida en las ciudades, y que florecía gracias a su cultivo del comercio, la protoindustria y las finanzas, desafiaba ese orden rígido e inmodificable con una visión en la cual todo era susceptible de cambio.

 

Este conflicto de visiones del mundo se traducía en un choque de filosofías políticas. Los monarquistas se apegaban a la teoría del derecho divino de los reyes, a saber, la idea según la cual el poder real, la facultad para ejercerlo, y el deber de obedecerlo, vienen de un mandato divino. Aunque ahora nos suene un poco particular, se creía en ese entonces que el rey había sido personalmente designado por Dios para gobernar. Las fuerzas del parlamento tenían ansia de hallar una filosofía diferente. Y la encontrarían en la obra de Locke.

 

Fue brillante desde pequeño. Muy joven asistió a Oxford, y allí, como muchos otros filósofos de su tiempo, se aburrió hasta la muerte con la filosofía que se enseñaba en las universidades. Había ocurrido lo mismo a Bacon, a Descartes, a Hobbes: no soportaban la filosofía y la ciencia aristotélicas que desde la Edad Media eran currículo forzoso de las academias.

 

Locke obtuvo sus grados de bachiller (pregrado) y maestría en Oxford. Sorprenderá a los lectores saber que obtuvo luego el grado de médico, y ejerció esa profesión: fue médico personal de Lord Shaftesbury, una de las primeras grandes figuras del partido Whig, el cual representaba la agenda liberal. Años después ocupó cargos públicos en oficinas dedicadas al comercio y a la economía.  Locke murió en 1704.

 

El conocimiento humano

La reputación de Locke como filósofo tiene dos pilares: su obra sobre el conocimiento y la mente, y su obra sobre política.

 

En el primer terreno Locke produjo una de las obras más importantes de la historia: el Ensayo sobre el entendimiento humano. Este constituye la primera gran exposición sistemática de una filosofía empirista del conocimiento. Locke defiende la idea de que la mente humana es una hoja en blanco, una tabula rasa, sobre la cual actúan las percepciones que nos llegan a través de los sentidos, construyéndose así el conocimiento. Las percepciones resultan en ideas, las cuales se combinan y se relacionan para formar nuestras nociones sobre lo que existe. El gran encanto de esta teoría radica no solo en lo que ella trata de explicar, sino en los límites que reconoce a la mente y a la razón: no todo puede ser objeto del conocimiento humano.

 

El Estado y la política

El profesor John Gray, experto en la filosofía liberal anglosajona, sostiene en su libro Dos caras del liberalismo que el liberalismo político, aquella visión que asigna prioridad de una u otra manera al individuo y sus libertades, puede ser dividida en dos corrientes. Una de ellas fundamenta el liberalismo en una especie de descubrimiento racional sobre lo que debe ser el modo de organización política de los humanos; es decir, el trabajo del filósofo ha consistido allí en explorar mediante la razón la pregunta de cómo debe ser una buena organización social y política, y en llegar por esos medios racionales a una conclusión, a saber, la de que el Estado ha de tener poderes muy limitados, y el individuo ha de tener derechos muy amplios. La otra visión, según John Gray, es la del escepticismo: la de aceptar que tal vez la empresa de “descubrir” los principios racionales de organización política no tiene sentido o no es posible: nadie puede decir cuál es la mejor manera, y cada cual podría tener sus propias ideas. Por lo tanto, se concluye que lo mejor es que el Estado tenga poderes muy limitados y los individuos un amplio ámbito de autodeterminación.

 

Dentro de esta lectura de John Gray, Locke es representante por excelencia de la primera visión: él asume el reto, explora el problema, y propone una conclusión racional sobre cuál ha de ser el mejor modo de gobierno. Lo hace en el Segundo tratado sobre el gobierno civil.

 

¿Y qué hay en el primer tratado?, se preguntará el lector. Expliquémoslo brevemente. El primero de estos dos libros está dedicado, de manera exclusiva, a rebatir las ideas de un tratadista de la época llamado Robert Filmer, quien había escrito una obra llamada Patriarcha en la cual argumentaba a favor del derecho divino de los reyes. Fue en su época un libro de gran interés, no así tanto en la nuestra.

 

¿Cómo procede Locke en el segundo tratado? Locke empieza por explorar cómo sería la vida en ausencia de Estado: construye así una noción de “estado de naturaleza”, método ya utilizado por Hobbes, y que luego retomará Rousseau. Pero el estado natural de Hobbes difiere del de Locke: en el primero la realidad crucial es el potencial latente de conflicto generalizado; Locke, por el contrario, ve en el estado natural seres humanos que viven de acuerdo con la razón. Es decir, en ausencia de leyes y gobierno, se guían por la razón.

 

Procede luego a introducir el concepto de propiedad. Allí encuentra un problema, pues su premisa es que Dios ha dado la tierra a todos por igual. ¿Cómo surge entonces la propiedad? Para Locke, surge por el hecho de que cada ser humano es naturalmente propietario de sí mismo. Y por ello, han de ser propiedad de cada uno los frutos del trabajo que desarrollemos. Como se imaginará el lector, esta deducción es sujeto de múltiples debates y objeciones.

 

Encontramos entonces a los humanos viviendo de acuerdo con la razón, y basándose en la norma natural de que los frutos del trabajo pertenecen a cada uno. La sociedad, sin embargo, al expandirse y al hacerse más compleja, encuentra cada vez más dificultades para regirse únicamente por leyes naturales, y se ve forzada a buscar otro modo de organización. Nace entonces el acuerdo de todos, el contrato social, del cual Locke, de nuevo, es uno de los grandes teóricos junto con Hobbes y Rousseau. En la versión de Locke, los hombres se ven llevados a instituir por consenso común un gobierno. Pero este gobierno, y aquí yace el elemento más importante, no tiene más fin que el de proteger y defender los derechos de los individuos, por excelencia el de la propiedad. Locke da vida así a la formulación clásica del liberalismo político: el Estado existe solo como instrumento de protección de los derechos individuales. Por tanto, no tiene más facultades que las necesarias para ejercer esa protección, y será ilegítima cualquier expansión del gobierno que exceda esas líneas. Vendrán tres siglos de teoría liberal que discurrirán sobre estas bases.

 

En nuestra próxima entrega presentaremos El espíritu de las leyes, de Montesquieu.

Opina, Comenta

Openx inferior flotante [28](728x90)

Openx entre contenido [29](728x110)

Openx entre contenido [72](300x250)