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Sindemia y educación superior: enseñanzas que deja la crisis

08 de Noviembre de 2021

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Sindemia y educación superior: enseñanzas que deja la crisis

Édgar Hernán Fuentes-Contreras

Profesor de cátedra Departamento de Relaciones Internacionales Pontificia Universidad Javeriana

 

En diciembre del 2019, se notificaba, por primera vez y de manera oficial, el brote de la enfermedad causada por el SARS-CoV-2. Wuhan, capital de la provincia de Hubei, en la República Popular China, se volvía el centro de atención. No obstante, el virus viajaba con tal rapidez que la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia el 11 de marzo del 2020.

 

Con más de 4.000 muertos reportados y cerca de 110.000 casos en 114 países, el mundo tuvo que cerrar sus puertas y asumir que la situación no era ajena a ningún conglomerado. La globalización, que se había pensado respecto a experiencias económicas, sociales y políticas, incluyó los aspectos sanitarios y de salud ante la necesidad de atender la nueva enfermedad y sus consecuencias.

 

Sin duda, la pandemia exponía una interconexión poblacional –más allá de lo digital– y resaltó, con las peores evidencias, la fragilidad de la especie humana, lo cual ocasionó que esta generación tuviera que “presenciar y experimentar la mayor crisis social en lo que va del siglo XXI, comparable solamente a las mayores catástrofes del siglo XX como las guerras mundiales o el colapso económico de los años 30, por no hablar de las pandemias, especialmente la de 1918-19”1.

 

Graves afectaciones

 

No obstante, el brote e infección surtido por el coronavirus (covid‑19) no afectó exclusivamente al cuerpo humano. El virus alteró el orden social y sus diferentes dimensiones, poniendo en evidencia una población llena de excesos, en ciertos ámbitos, y carencias significativas, en otros. De allí que, por ejemplo, la presencia extendida de enfermedades no trasmisibles como la hipertensión arterial, la diabetes, el sobrepeso, el tabaquismo, el alcoholismo y el cáncer, entre otras, y las patologías y trastornos mentales demostraron la incapacidad de los sistemas de salud, sanitario y político para atenderlas de manera eficaz y su relación con el nuevo virus.

 

Sin embargo, si se asume la integridad del ser humano y que este es un sujeto con dimensiones biológicas, sicológicas y sociales, pareciera que el término “pandemia” no es suficiente para describir los hechos que se configuraron: los más de 4,8 millones de personas fallecidas a nivel mundial no responden exclusivamente a la propagación en extenso de una enfermedad, sino a una articulación de esta con varios factores adicionales que enfatizaron las consecuencias. Las condiciones de pobreza, los déficits nutricionales, la inequidad socioeconómica, las altas cifras de empleo informal, la marginalidad, los hacinamientos, la carencia de políticas públicas eficaces, los menoscabos de los sistemas de salud, el rezago en las infraestructuras hospitalarias, entre otros factores, condujeron a resultados poco afortunados.

 

Por tal razón, los autores empezaron a hablar de la presencia de una sindemia, aunque “la palabra sindemia (…) no debe usarse para definir una enfermedad, sino para definir la situación en que vivimos, caracterizada por la sobreposición de enfermedades y, sobre todo, la interacción sinérgica entre ellas, lo cual aumenta su efecto deletéreo en la condición de salud de las personas y las poblaciones”2 (Eslava C., 2020).

 

El sector educativo

 

Así, el uso del término sindemia no va solo encaminado a pensar que hay dos o más enfermedades simultáneas, sino a la existencia de múltiples condiciones que facilitan el contagio y prolongan sus efectos. Por ende, una sindemia requiere de un diálogo, una evaluación y una estrategia integral para abordar el fenómeno, en donde la educación, los métodos del proceso enseñanza-aprendizaje y la institucionalidad no pueden dejar de ser incluidos.

 

Si bien no sería justo afirmar que la educación fue la más afectada por la sindemia, las medidas de aislamiento pusieron a la vista –más allá de lo positivo que puede atribuírsele– las particularidades más sensibles del sector. Normalmente, basada en una centralización y con marcadas diferencias en relación con la calidad, la educación, en especial la superior, mostró la brecha abismal que ostenta tanto en el acceso como en la pertinencia y condición de lo ofertado.

 

En algunos casos, acontecimientos poco efectivos, como los cambios constantes de modelos, pasando, por ejemplo, de los basados en competencias a los de resultados de aprendizaje, pueden ser vistos como una muestra de planes y programas de acción que han procurado un discurso innovador sin implementación real y que se han ocupado más de la labor pedagógica que de los deberes y compromisos que también tienen el resto de la comunidad académica.

 

Concentrado en una sola arista, lo educativo termina instando al pedagogismo, que, con seguridad, culminará –si es que ya no lo ha hecho– con un proceso de “devaluación de la figura del profesor y, por extensión, de la enseñanza”3. Y es que cuando la educación se reduce a un proceso focalizado, se puede terminar instrumentalizando al resto de la comunidad académica y no haciéndolos parte activa de la formación.

 

Apuesta por la educación

 

En palabras de Byung-Chul Han, esto es una muestra de la expansión de la sociedad paliativa4, en la cual el dolor es debilidad. Por ende, más que un ejercicio de la realidad, la educación se convierte en una apuesta de felicidad y aparente libertad, solo que, en el peor de los casos, ello puede causar que ni se adquieran conocimientos o competencias ni se asuma que el educando cuenta con un rol en el conglomerado social. La apuesta por lo paliativo origina un choque entre las promesas educativas y lo real, que aumentará la sensación de frustración, depresión, ansiedad y rechazo a la interacción con el otro como igual.

 

Esos aspectos críticos, que no suelen ser estimados, se robustecieron ante las medidas tomadas para evitar la propagación de la enfermedad. No por poco, y pese a la resistencia medianamente generalizada a observar la educación virtual como sinónimo de calidad, la mayor parte de instituciones debieron adoptar, haciendo gala de recursos léxicos, una “educación presencial mediada por tecnología”. Pero no se contaba con las herramientas tecnológicas suficientes o, aun contando con ellas, las instituciones educativas no estaban preparadas, en su mayoría, para contextos en los que el estudiante no asistía en un salón de clase para adquirir conocimientos, competencias y/o mostrar resultados, sino que tenían que resolver y atender asuntos adicionales y su atención se encontraba reducida y guiada por la posibilidad de repetir la “información”.

 

Clase magistral “virtual”

 

Así, los recursos tecnológicos empleados para las reuniones sincrónicas no sirvieron, en muchas ocasiones, como espacios de construcción del conocimiento, sino para presenciar un monólogo involuntario del profesor, quien no lograba percibir ni sentir –así quisiese– al público oyente. Este tipo de encuentros terminaron siendo casi equivalentes a las tan criticadas lecciones magistrales clásicas, solo que con “modernización” y menos humanidad.

 

A pesar de todo, la vacunación masiva ha generado una nueva promesa: “Con la vuelta de las actividades presenciales, todo será mejor”. Sin embargo, hay suficientes razones para pensar que existen grandes probabilidades de que se quiebre esa promesa, dado que la mayoría de los factores que hicieron más compleja la atención de la enfermedad seguirán estando presentes y algunos de ellos se enfatizaron y masificaron.

 

Así, el “nuevo” futuro de la educación debe esperarse con cautela y partiendo de lo razonable. Al final, la vuelta a las aulas será un alivio, pero no es el fin de situaciones precedentes. Todavía se necesitan verdaderas respuestas integrales y articuladas, las cuales, en el ámbito de la educación superior, implicarán una promoción y compromiso efectivo para no “producir” profesionales, sino formarlos para el actuar social, personal y cívico. Por consiguiente, se debe cambiar la idea de que “se estudia para ser alguien” –ya somos alguien antes de ello–, por la de “se estudia para aportar a alguien” a una sociedad que requiere conservar un bien común.

 

NOTAS:

1. Lolas Stepke, F. Perspectivas bioéticas en un mundo en sindemia. Acta Bioethica, 26 (1) (2020), pág. 7.

 

2. Eslava C., J. C. ¿Una sindemia es mejor o peor que una pandemia? periódico Universidad Nacional, nov. 5/20, https://unperiodico.unal.edu.co/pages/blog/detail/una-sindemia-es-mejor-o-peor-que-una-pandemia/.

 

3. Royo, A. El MIR docente y la pedagogía. El Mundo, feb. 27/18. https://www.almendron.com/tribuna/el-mir-docente-y-la-pedagogia/.

 

4. Han, B.C. La sociedad paliativa. Barcelona, Herder, 2021.

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