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19 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 1 hora | ISSN: 2805-6396

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Especiales / Informe


La familia que la Constitución quiere

18 de Agosto de 2021

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Carlos Fradique-Méndez

Miembro de número de la Academia Colombiana de Jurisprudencia

La Constitución de Colombia cumple 30 años y, por las modificaciones que ha tenido, ya no es la misma.

La familia es la única institución que tiene garantía constitucional, tal como se lee en los artículos 5º y 42, que, en lo pertinente, señalan lo siguiente, en su orden: “El Estado ampara a la familia como institución básica de la sociedad” y “La familia es el núcleo fundamental de la sociedad”.

Según la Declaración Universal de los Derechos Humanos, “la familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado”.

Si la familia es la institución básica, el núcleo fundamental, el elemento natural y principal de la sociedad y, en sentido más amplio, según los doctrinantes, la familia es la célula fundamental de la sociedad y si un país es la suma de sociedades, podemos decir que una nación es lo que son sus familias y, como las personas se forman en el hogar, las escuelas y los colegios, llegamos a la conclusión de que un país es lo que son sus familias y sus maestros.

Normas constitucionales

 

El régimen constitucional de la familia tiene como eje fundamental el artículo 42 de la Carta Política, cuyos fundamentos de hace 30 años han sido modificados sustancialmente, hasta por vía de tutela.

La realidad de las familias actuales es que han perdido la cultura del compromiso, de la solidaridad y del respeto entre sus integrantes. Hay leyes abundantes para proteger la permanencia pacífica de la familia, pero los resultados demuestran que, entre más leyes, más conflictos en la familia. La mayoría de las uniones son efímeras, la violencia entre y contra la familia se ha incrementado, los vínculos paternos filiales se han deteriorado.

Las comisarías de familia, las defensorías de familia, los juzgados de familia, los jueces de tutela están atiborrados de demandas y peticiones de solución para conflictos familiares. Los procesos son eternos y los hijos son como escudos de guerra jurídica y objetivos judiciales. Muchos abogados de familia son lanzallamas contra sus demandados y se prestan para satisfacer a sus poderdantes cuya aspiración es destruir y arruinar a quienes fueron sus parejas. 

Esta es una semblanza resumida de la realidad de un buen número de nuestras familias. Por supuesto que hay familias que en medio de esta debacle funcionan como células constructoras de sociedad y de colombianidad.

Ahora veamos el espíritu de la Constitución de hace 30 años.

La Constitución de 1991 dispone que la familia es la insti­tución o el núcleo fundamental de la sociedad, y este manda­to no es ajeno a los fines del Esta­do, es­pecialmente el rela­cio­nado con el ase­guramiento de la convi­vencia pacífica entre los ciudada­nos.

Cuando el texto superior señala que el Estado debe amparar la fa­milia como institución básica de la sociedad, impone a las dis­tintas ramas del Poder Público la obliga­ción de realizar todo lo que esté a su alcance para que la familia permanezca unida, fuerte y pacífica, porque si el Estado es la suma de fa­milias, en cuanto fallen las partes, necesariamente fa­lla­rá el todo.

Los objetivos de la Carta Política

 

En ese sentido, la Constitución Política quiere lo siguiente:

- Una familia que tenga origen en la vo­luntad libre, pero responsable de la pareja, manifestada por me­dio de la ce­remonia del matrimonio o por la decisión solida­ria, autónoma y privada de los integrantes de la pareja.

- Una familia en la que cada uno de sus integrantes, sin per­der sus derechos, cumpla con las obliga­ciones que tiene frente a su compañero(a) y, sobre todo, frente a sus hijos. La Constitución entiende que la vida en pa­reja demanda una limitación a los dere­chos de cada de los integrantes de la familia a cambio de su enriquecimiento afec­tivo, humano y societario.

- Una familia que viva en per­manente búsqueda de la paz, porque sabe que “si no hay paz en las familias, no hay paz en las naciones y sin paz no es posi­ble rehacer el mundo”. Por esta razón, se sanciona, por desgra­cia en forma demasiado leve y con buenas dosis de impunidad, toda forma de vio­lencia fami­liar y extrafami­liar, porque la violencia destruye la armo­nía y la unidad de la familia.

- Que la pareja en­cuentre alternativas para sustituir la violencia física, mo­ral, económica, se­xual o académica, para lograr una convivencia pacífica entre los habitantes del país.

- Una familia que crezca unida bajo la dirección de dos gerentes que se respetan entre sí y ejer­cen sus deberes y derechos de manera res­ponsable. Por este motivo, está pro­hibido en la pareja toda forma de abuso, extralimi­ta­ción de funciones o abuso de poder. La igualdad de derechos y de obligaciones entre el hombre y la mu­jer no es una simple expre­sión retórica, sino una premisa pe­dagógi­ca que debe ori­entar to­dos los ac­tos que enriquecen la vida familiar.

- Una familia inte­grada por mamá, papá e hijos, pero estos solo en el número que aquellos puedan for­marlos, criar­los y hacerlos excelentes ciudadanos. La Consti­tu­ción no quiere hijos inde­seados, que no tengan garantía de dignifi­ca­ción de su condi­ción humana. Por eso, la Carta Política quiere que sus habitantes antes de que sean padres, tengan sufi­ciente capacidad para atender sus necesidades mínimas para dignificar su vida y las de sus hijos.

- Una familia en la que los padres den a sus hijos cuidado, amor y respeto y cuya unidad no se rompa, para que los hijos siempre la tengan.

- Una familia en la que la opción del rom­pimiento, bien sea por separación o por divorcio, sea el últi­mo recur­so a que deba recurrir la pareja, luego de agotar todo lo que humanamente debe hacer para perseverar en el ma­trimo­nio sin importar su origen o condición. Y es que la Consti­tución sabe que “querer es poder” y que, para vivir fe­liz en la familia, basta con que cada uno de los integrantes de la pareja tenga ese propósito.

- Una familia fuer­te, sólida, amorosa, que sea capaz de concurrir con El Estado y la sociedad en la protección integral de la vida y en el respeto a la dignidad humana.

Y es que la Constitución sabe que un Es­tado que no tiene fami­lias fuertes es tierra abo­nada para la miseria, la violencia, la anar­quía, el atraso científico, la droga­dicción, la corrup­ción, el del­ito.  Por desgracia, nuestra patria, a diario, sufre el dolor de la desintegración de sus fa­milias y muchos de sus jóvenes crecen con una cierta animadversión hacia la vida respetuo­sa en pare­ja y pre­fieren la clan­destinidad, el no compro­miso, el “madre­solis­mo”, el “padresolismo”, la soledad afectiva.

- Que el Estado ten­ga una política fami­liar coherente. Que no haya ruedas sueltas. Que no se protejan ni a la mujer, ni al hombre, para violentar a su pareja o a los hijos; que no se proteja al joven para violentar a los padres; que no se prote­ja al adolescente para violentar a los mayo­res y que la protec­ción parcializada a la familia no degenere en una triste gue­rra de se­xos.

¿Y cómo se podría unificar la política familiar del Estado?

Una opción es la creación del Ministerio de la Familia. Otra la reforma del Ministerio de Salud, para que sea de la Salud y la Familia, cada área con un Viceministerio. ¡El Es­tado tiene la primera palabra!

Y no puede olvidarse la necesidad de crear la cátedra de educación para la vida en familia.

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