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Facultades de Derecho, aferradas al pasado

14 de Mayo de 2014

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José Alejandro Abusaid

Socio de Abusaid Gómez & Asociados SAS

 

Alejandra Rojas Castañeda

Abogada de Abusaid Gómez & Asociados SAS

 

En EE UU, la carrera de Derecho dura tres años. En Colombia, los abogados tenemos que estudiar cinco años y, a pesar de eso, nos graduamos sin dominar las competencias básicas que todo abogado debería tener. Y para nadie es un secreto que las mejores facultades de Derecho se encuentran en EE UU. Pero, ¿qué tienen aquellas que no tengan las nuestras?

 

Parecerá una respuesta muy simple, pero la verdadera diferencia recae en que ellos, en contraste con nosotros, enseñan a sus estudiantes a leer, escribir e investigar. Las facultades de Derecho en ese país dan especial importancia a formar abogados que cuenten con esas tres aptitudes, que, en nuestro criterio, son las tres competencias básicas que todo abogado debería tener.

 

De entrada, en EE UU los estudiantes de Derecho tienen que cursar obligatoriamente una materia de escritura e investigación legal. La clase les enseña desde cómo estructurar una frase de forma coherente y sencilla, hasta resolver problemas jurídicos que contienen temas legales que nunca han estudiado antes.

 

En Colombia, esta dinámica es incipiente. La Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes, en Bogotá, tiene una clase en primer semestre con un estilo similar. Se llama Lógica y Retórica, y pretende fomentar entre los estudiantes aptitudes como la escritura, la investigación y la oralidad. Sin embargo, esta iniciativa se queda corta, en la medida en que no es suficiente un solo semestre para aprender a escribir, leer, investigar y hablar propiamente. Estas competencias requieren de constancia y práctica, que no se adquieren en los cuatro meses de estudio que duran los semestres universitarios.

 

Adicionalmente, en EE UU las clases magistrales no existen. Estas se centran en la resolución de casos y en la enseñanza socrática, que se caracteriza por formular preguntas a los estudiantes, en vez de darles respuestas. De allí se desprende una de las capacidades más preciadas que un abogado podría adquirir: el pensamiento crítico. Aquella facultad de poder ir más allá de lo que se lee o escucha y poder argumentar y emitir juicios de valor al respecto.

 

En contraste, en Colombia nos han enseñado que el buen abogado debe tener una excelente memoria, como si eso fuese una garantía de que conocemos mejor nuestra normativa. Siendo realistas, ninguno de nosotros la conoce realmente bien. Y sería difícil que fuera de otra manera, pues mientras un día usamos el Código de Procedimiento Civil, al siguiente tenemos que aplicar el Código General del Proceso. Un día un artículo de alguno de nuestros códigos es legal, pero al otro día la Corte Constitucional lo declara inexequible, y en ese sentido existen infinidad de ejemplos, que no hacen otra cosa que evidenciar la inestabilidad de nuestras normas. Por ende, ¿para qué tanta memoria?

 

“Confunde y reinarás”

Además, entre más extenso, enredado y sofisticado escribamos, mejor. El “confunde y reinarás” es el arma de muchos, que hacen uso de un lenguaje que la mayoría de nuestros clientes jamás entendería, pero, peor aún, es un lenguaje que hasta nuestros colegas abogados padecen.

 

Una sentencia del 2011 de la Corte Suprema de Justicia evidencia este punto: “Sentadas las precedentes premisas, menester advertir de entrada que la simple lectura del cargo patentiza la personal percepción del censor sobre los elementos probatorios, sus críticas y desavenencias, sin alcanzar a demostrar un error tan ostensible, protuberante, evidente e incidente que destruya la presunción de veracidad, legalidad y acierto de la sentencia recurrida”.

 

Ahora bien, por qué no redactar esa misma idea de la siguiente manera: “A pesar de que el juez manifiesta su inconformidad frente a los elementos probatorios, este no logró demostrar la falta de legalidad, veracidad y acierto de la sentencia recurrida”.

 

La segunda redacción es más fácil de comprender en cualquier contexto. Y, finalmente, ese debería ser uno de los objetivos del abogado: hacerse entender por cualquier persona, ya sea abogado o no.

 

La tarea de las facultades de Derecho debería ser enseñar a los estudiantes que sus escritos van dirigidos a clientes (en caso de que vayan a ejercer como abogados) o a los ciudadanos (si van a ser jueces o magistrados). El error es que nos acostumbran a escribir exclusivamente para abogados, y entre abogados, y, por ende, sin darnos cuenta, terminamos escribiendo en un idioma distinto al del resto del mundo.

 

Más prácticas

Por último, las facultades de Derecho en Colombia deberían renunciar a clases con poca aplicación práctica, como el Derecho Romano. No es cuestión de omitirla en su totalidad, pues es verdad que es la base del Derecho como lo conocemos, pero tres semestres de clase de Derecho Romano, como sucede en muchas universidades, resulta una exageración.

 

Por el contrario, deberían dar herramientas que sirvan en el ejercicio práctico (y no teórico) de la Abogacía. Como lo señalábamos anteriormente, las normas en el sistema colombiano son inestables, en la medida en que cambian constantemente. En ese sentido, las universidades deberían fomentar más a los estudiantes a investigar por sí solos. De esta manera, brindan una valiosa herramienta de carácter práctico, puesto que sin importar que las normas cambien cada día, cada mes o cada año, a través de una investigación seria, con las fuentes jurídicas adecuadas, el abogado siempre podrá llegar a la respuesta del problema jurídico que tiene en sus manos.

 

Por lo anterior, la educación jurídica en Colombia pide a gritos una restructuración. Las facultades de Derecho continúan aferradas al pasado, y están olvidando que hoy, para formar abogados competitivos en todo el mundo, es necesario adaptarse al presente y a los retos que el futuro acarrea.

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