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18 de Mayo de 2024 /
Actualizado hace 1 día | ISSN: 2805-6396

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Especiales / Informe


Alguien tiene que decirlo: el empresario perverso existe

15 de Noviembre de 2023

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ASESORIAS

David M. Hernández Velásquez
Abogado socio
HCL Abogados

Es bastante frecuente que, desde hace algunos años, exista una tendencia a autodenominarse como “empresario”, lo cual tiene su aspecto positivo, pues la educación cada vez más debe dirigirse a formarnos como generadores de empleo y aportantes de valor en la sociedad, sin que con ello se quiera expresar que la dependencia laboral tenga un contexto negativo, pues es de esta forma que las empresas pueden existir, expandirse y sobrevivir.  

Dicho lo anterior, también es necesario referirse al contexto negativo que ha venido surgiendo de la nueva generación de “todos somos emprendedores”, y es que lo negativo no viene por la pluralidad de personas que quieren participar en el mercado, pues esto también es positivo, porque promueve la competencia y va en beneficio del consumidor y del mercado.

Lo negativo de la situación viene como consecuencia de ser empresario “como sea, en las condiciones que sea y a cualquier costo”, en un escenario de elección por parte de ese “empresario” de no contar con asesoría previa a la ejecución de la actividad económica, lo que termina siendo un comportamiento perverso, con o sin conciencia, que genera perjuicios a cualquiera que se analice, como veremos a continuación.

Prevención


En primer lugar, un empresario que no se asesora de manera preventiva será infiel e irresponsable con los intereses de sus inversionistas, pues, además de mentirles en cuanto a su proyecto por no contar con la información suficiente que permita dilucidar el panorama completo y tomar decisiones acertadas, esta “apostando” con el recurso otorgado como inversión, así como con el patrimonio de la compañía al elegir tomar riesgos, sin tener toda la información necesaria para desarrollar el negocio. Ante esto, es claro que el reproche al empresario no viene dado por no conocer, sino por preferir tomar decisiones a sabiendas de que no conoce y sin elegir asesorarse para conocer.

En segundo lugar, un empresario que no se asesora de manera preventiva es desleal con el mercado y con sus competidores, al concurrir de forma imprudente e inadecuada, causando potenciales efectos nocivos al mismo, pues de manera deliberada decide ingresar al mercado en dichas condiciones, sin que le resulte relevante la alta posibilidad de ejecutar prácticas de competencia desleal e, incluso, de infringir el régimen de protección de la competencia.     

Por su parte, no resulta más benévola la posición de este empresario frente a sus proveedores, pues al no contar con un andamiaje jurídico adecuado, expone a estos actores a sufrir todas las consecuencias de sus propios riesgos, tales como las posibles cesaciones de pagos; condiciones contractuales desfavorables y, en algunos casos, abusivas; riesgos reputacionales, entre otras.

Obligaciones con el Estado

 

Frente al Estado, basta con mencionar que la adecuada conducta del empresario se basa en la obligación de efectuar las declaraciones y los pagos de impuestos y otra clase de tributos que por ley le correspondan. No obstante, si el empresario desconoce cuáles son sus obligaciones y la forma en que debe cumplirlas, ¿cómo podría llegar a satisfacer estas necesidades públicas?

Respecto a sus empleados, la balanza se inclina siempre a que este no se asesora, toma decisiones que ponen a sus dependientes en una posición de vulneración de sus derechos laborales y de seguridad social, sin hacer referencia únicamente a las prestaciones económicas que comúnmente son las que más se perciben.

¿Qué decir de la comunidad y del medioambiente?, pues si el empresario que lo es a todo costo y de la manera que sea duda y rechaza la asesoría jurídica, tributaria y contable en materia comercial y de negocios, resulta impensable entonces que destine un rubro para la prevención de riesgos en esta materia, por lo cual, de entrada, se puede afirmar que este tipo de “empresario” resulta excesivamente costoso para ambos (comunidad y medioambiente), muy a pesar de que puedan existir medidas de mitigación.

Consumidor

 

Podríamos decir que finalmente tenemos al consumidor. Sin embargo, después de analizar al consumidor, nos queda un último damnificado. Respecto del consumidor, se puede manifestar que se disputa el puesto del mayor afectado, ya que, en principio, podría parecer que se está beneficiando, al encontrar en el mercado pluralidad de competidores de sus bienes o servicios de consumo.

No obstante, a la postre, puede resultar afectado en su salud y su vida, en razón a que el bien o servicio que consume fue producido por un “empresario” que no observó las condiciones mínimas que garanticen al consumidor su seguridad, bienestar y salubridad. Lo anterior sin mencionar que existe un potencial de alto riesgo que no cumpla las normas en materia de protección de sus datos personales ni respete o garantice sus derechos como consumidor, simplemente porque decidió no conocerlos. ¿Injusto verdad?

Lo anterior sin desmedro de que el “empresario”, al desconocer las normas publicitarias, pueda estar ejecutando actos publicitarios que impliquen engaño o daños al consumidor, a la competencia o al mercado en general.

El mayor damnificado

 

Ahora sí, finalmente llegamos al actor principal y mayor damnificado como consecuencia de los actos desplegados por parte del irresponsable “empresario” que decidió no asesorarse de manera preventiva. Y, para sorpresa de todos, es él mismo, puesto que, independientemente de que sea consciente o no de los efectos que causa o puede causar (lo cual no resulta relevante, porque siempre tuvo la opción de elegir asesorarse y eligió no hacerlo, de lo cual es responsable), no solo pone en riesgo a todos los participantes que se han mencionado, sino a su propio proyecto, a su propia empresa y a sí mismo.

Esto por cuanto arriesga desmedidamente su propio capital, su propio tiempo, su reputación comercial y, en algunos casos, su integridad personal, si, por ejemplo, estamos hablando de riesgos asociados con las actividades ilícitas y de transparencia y ética empresarial, casos en los cuales, incluso, puede verse afectada su libertad individual por penas privativas de la libertad. A esto, mis queridos lectores, es a lo que la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde) le denomina como conducta empresarial responsable.

Entonces, se puede concluir, sin temor a equivocarse, que el “empresario” que no se asesora de manera preventiva, y aun así decide continuar su marcha imprudentemente, definitivamente es perverso. Lo único que restaría por conocer es si lo es con conciencia o sin ella, a sabiendas de los efectos que puede llegar a causar o no, pero dicha diferencia no excluye su característica de perversidad.  

Si ha llegado hasta este punto del artículo, desde ya el lector puede declararse como conocedor de los eventuales efectos que causa el “empresario” tipo “como sea, en las condiciones que sea y a cualquier costo”. Y, en estas condiciones, percibo escasas posibilidades de que alguna persona pueda pensar que el camino del “empresario” que decide no asesorarse preventivamente es el camino que se debe elegir.  

Así las cosas, vale la pena que cada uno se pregunte: ¿qué tipo de empresario soy yo?  

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