Daniel S. Acevedo Sánchez | Linkedin | Email
Consultor experto en transformación digital – Tax, Finance & Legal

El sábado 7 de junio de 2025, los colombianos recordamos con dolor la aterradora época en la que los candidatos presidenciales eran asesinados solo por el hecho de oponerse, de incomodar, de pensar diferente. Revivimos la época de la horrible noche en la que existen bandos, tan polarizados, que ven al opuesto como un enemigo que debe ser silenciado a toda costa, incluso, si es preciso, callar para siempre sus palabras.

Quiero ser claro con este escrito: esto no es un apoyo partidista. No me interesan los partidos políticos. Nunca me han interesado desde que fui testigo de cómo mi padre fue excluido del que fue su equipo y bandera por más de 40 años por oponerse a vender su ética para sacar provecho del erario. Este escrito es un grito desesperado a que debemos parar la espiral de agresiones que dividen. Cuando elegimos insultar, estigmatizar o, incluso, ignorar al otro solo por no ser como nosotros, estamos alimentando el mismo fuego que luego atenta contra la vida del que piensa diferente.

No es momento de buscar culpables eternos. Ni de usar esto como argumento político. Ni de devolver violencia con violencia, aunque venga en forma de discurso. Hoy es momento de pensar primero en los demás, en el país en el que queremos vivir todos. Pensar si la rabia que destilamos en redes construye algo más que otro muro. Preguntarnos, en voz baja, pero con brutal honestidad, cuántas veces hemos reducido al otro a un meme, a un insulto, a una estadística que confirma nuestros sesgos. Reflexionar sobre la frase que repetimos para ganarnos aplausos digitales y que, reproducida mil veces, termina convirtiéndose en licencia para el odio. Porque nada empieza con la bala: todo inicia con la palabra que deshumaniza. Y cada palabra cuenta.

Hoy digo basta.

La historia nos ha demostrado una y otra vez que el discurso incendiario termina en funerales que paralizan al país y años de oportunidades desperdiciadas. Ahí están Gaitán en 1948, Galán en 1989, Pizarro en 1990 y Gómez en 1995 como páginas arrancadas de una misma tragedia nacional. Cada vez que el lenguaje se volvió metralla, terminamos pagando con generaciones enteras de desconfianza, con reformas aplazadas, con cicatrices que aún duelen. La historia nos ha tocado una vez más a la puerta con el atentado al precandidato Miguel Uribe Turbay. La pregunta que todo colombiano se debe estar haciendo en este momento es si va a escuchar ese llamado o si decide dejarlo pasar. Yo decido escucharlo y muy atentamente.

Por eso, propongo que quienes trabajamos en legaltech unamos fuerzas para mejorar y fortalecer la democracia, el Estado de derecho y la institucionalidad. No se necesita crear una herramienta para control de las votaciones por blockchain, ni de desarrollar una inteligencia artificial para vigilar que no exista fraude en el proceso electoral; se trata de poner la tecnología que ya existe al servicio de la transparencia, la educación cívica y la rendición de cuentas.

Dejo algunos ejemplos como referencia desde las diferentes herramientas y plataformas legaltech:

- En la automatización de contratos: plantillas públicas y motores de smart contracts para compras estatales basados en estándares de open contracting como ya probados en países como Brasil o Ucrania en donde aumentó un 15 % la competencia en licitaciones.

- En la vigilancia judicial: tableros abiertos que mapean procesos de alto impacto y alertas tempranas sobre demoras atípicas. Con esto podemos reducir la impunidad judicial que en algunos casos se registra hasta del 94 %, según datos de la Secretaría de Transparencia del Gobierno.

- En la firma electrónica: esquemas de firma gratuita para tutelas, denuncias y veedurías, accesibles incluso desde zonas rurales con conectividad limitada.

- En la analítica de datos electorales: modelos que detectan patrones anómalos en mesas o que detectan de forma rápida financiamiento ilegal de campañas.

- En las plataformas de educación legal: cursos de micro-learning que explican en lenguaje claro y simple qué hacer ante un abuso policial o cómo denunciar un acto de corrupción.

Y como estos ejemplos podemos tener muchos más: si usted desarrolla una API, abra sus endpoints para acceso y uso libre de información; si ofrece capacitación, libere un módulo cívico gratuito; si vende compliance, publique indicadores abiertos sobre su propio cumplimiento; en pocas palabras, predicar con el ejemplo.

Y si no sabe cómo aportar desde su orilla, no pasa nada. Lo mejor que puede hacer entonces es abstenerse de participar en la polarización y el discurso incendiario que está destruyendo este país. Guarde silencio antes que sumar un agraviante más. El silencio prudente no es indiferencia; es un acto de responsabilidad cuando la palabra se ha vuelto gasolina.

La democracia es la única infraestructura que no admite fallas catastróficas: cuando colapsa, no hay plan de contingencia.

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