El “no tan discreto” encanto de las burocracias
Germán Burgos, Ph. D.
Profesor asociado Universidad Nacional de Colombia.
Investigador asociado de Colciencias.
Una de las más extrañas paradojas del desarrollo reciente del Estado moderno es la de esperar y exigir más de su accionar en algún sentido u otro y a su vez renegar de las burocracias. En efecto, al margen de la discusión sobre un mayor o menor papel de aquellas en nuestras vidas, casi todos esperamos que alguien se haga cargo de nuestra seguridad, regule y resuelva conflictos, se encargue del interés nacional en sus distintas formas, evite los abusos de los más poderosos, ofrezca servicios de salud, educación, etc…, pero simultáneamente se nos ha hecho creer que esto se debe realizar sin incurrir en costos burocráticos, a tal punto que la palabra burocracia, inclusive en el diccionario de la RAE , ha adquirido la connotación peyorativa de lo diletante, engorroso e ineficaz.
A pesar de esta actual e interesada paradoja promovida por sectores del pensamiento neoliberal, la idea del Estado ha estado ligada de manera casi que estructural a la existencia de burocracias. Sea desde el Egipto milenario, pasando por los mandarines chinos y el shogunato japonés, toda organización política permanente precisó de un cuerpo de funcionarios por dos razones fundamentales. De un lado, el Estado siempre ha sido el terreno de la prestación de servicios inmateriales que precisan de seres humanos que los ejecuten, desarrollen, apliquen, etc.
En cuanto ente abstracto creado, el Estado se expresa en homo sapiens que asumen actuar por él. De otra parte, la permanencia de la organización política, la acumulación de saber y conocimiento, la institucionalización del orden vía reglas y procedimientos es una tarea en gran parte de las burocracias, que son las que crean y reproducen lo anterior. En otros términos, la idea de una organización política llamada Estado que presta servicios e institucionaliza la acción colectiva precisa de un cuerpo de funcionarios permanentes que hoy conocemos como burocracia.
Inclusive en el ámbito de los mercados globalizados o no, donde el sector servicios tiende a crecer, el mismo al final es prestado por funcionarios que hoy por hoy reciben eufemísticos nombres como asesores, gerentes comerciales, socios, talento humano etc…, pero que en la práctica son burócratas encargados de gestionar prestaciones en bancos, empresas de salud, supermercados, aeropuertos, colegios y universidades e inclusive en call centers que serían la expresión pre-robótica de lo que podríamos llamar la posburocracia.
Por tanto, nuestra vida depende finalmente de otros que conforman burocracias a pesar de que nos hayan dicho que deben dejar de existir y adicionalmente esta paradoja se actualiza cotidianamente cuando muchos añoramos poder hablar con un ser humano antes que con una grabación o con una aplicación vía internet.
Vertiendo la discusión al caso colombiano, parte de la explicación de la debilidad del Estado es su escasa burocratización antes que el exceso de la misma. En efecto, según cifras oficiales y sindicales, de cerca de 1’200.000 funcionarios públicos del sector central nacional, casi la mitad son militares y policías que están en un régimen de carrera pero no necesariamente meritocrático-transparente. Por su parte, de la otra mitad, un poco más de trescientos mil forman parte de la carrera docente, siendo igualmente estables en su cargo y recientemente más meritocráticos en su ingreso y ascenso.
El resto de la nómina del sector central son personas en situación de precariedad laboral, sea porque están en provisionalidad, en encargo, por contratos de prestación de servicio, etc. Esta última es la regla a nivel departamental y municipal. Algunos afirman que por esta vía el Estado colombiano tiene más de dos millones de personas desempeñando algún tipo de función pública.
Esto anterior dificulta el accionar del Estado, pues no es lo mismo tener funcionarios que burócratas. Como ya lo planteaba Weber de manera idealizada, estos responden, entre otros, a su reclutamiento por mérito, su formación, su estructura jerárquica, su asalariamiento, su permanencia en el cargo, lo cual permite generar un ethos de Estado en cabeza de sus funcionarios, cuyo ejercicio debe tender a ser más eficaz y mantenerse en el tiempo permitiendo institucionalización y predictibilidad.
En nuestro contexto tenemos miles de personas que cumplen funciones públicas y que no han sido seleccionadas por mérito sino por clientelismo, permanecen en el cargo según su lealtad a figuras políticas, tienen incentivos para la corrupción o para beneficiar a sus grupos de interés y no permiten la continuidad en el accionar del Estado en cuanto los puestos que desempeñan son un trampolín para otros cargos públicos o para gestionar luego intereses privados ligados con la administración.
Finalmente, y como parte de la paradoja colombiana, casi nadie defiende la burocratización del Estado pero si anhelan tener una “chamba” en el sector público.
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