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¿Cuál es la naturaleza de nuestro Derecho? La necesidad de cuestionarnos constantemente
Fernando Pico Zúñiga
Asociado Martínez Neira Abogados
Los abogados debemos creer vehementemente en el cumplimiento de las reglas, de las normas jurídicas, como mecanismos idóneos, que no únicos y exclusivos, para el buen desarrollo de la vida en comunidad. En efecto, el primer deber de los abogados, de acuerdo con el Código Disciplinario que los rige (artículo 28 de la Ley 1123 del 2007), es justamente el de acatar y observar la Constitución y la Ley en procura del bienestar individual y colectivo, el bien común.
Sin embargo, ciertas normas jurídicas in extenso, siendo tal vez la manifestación más significativa del Derecho, han sido forjadas con la pretensión desde su nacimiento y a lo largo del tiempo, de ser verdades absolutas inalterables sobre las cuales se mantienen la estructura social y económica de los países, haciendo que la labor del abogado y del juzgador sea una simple aplicación a rajatabla, exegética a ultranza y sin reflexión alguna de las reglas que gobiernan el actuar de los hombres.
Me rehúso a creer e imaginar que sea esa la tarea del abogado, que el oficio de un jurista comprenda la escueta labor operativa en la que se da un resultado tras la aplicación de fórmulas jurídicas que se estiman exactas, como el trabajo de las máquinas.
El cuestionarnos sobre nuestro oficio, sobre nuestra herramienta primordial de trabajo, es nuestra válvula de escape, es revitalizar el Derecho, es en igual sentido darle vida a la ciencia jurídica, poniéndola al servicio de su destinatario. De ahí que sea trascendental examinar su naturaleza, que, como indica Alexy, no es otra cosa que indagar acerca de sus características y propiedades necesarias.
La corrección, una de las dos propiedades del Derecho señaladas por Alexy, referente a determinar los deberes de conducta que debe contener la normativa, está guiada por la moral, que juega un papel importante en el entendido de que permite determinar lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, en esa selección de deberes que conducen las normas y la vida.
El interrogante es indudablemente filosófico, que no exotérico como podría pensarse. Su trasfondo es valioso, en la medida en que se dirige a comprender el sentido de las normas y con ello guiar el deber ser implícito ellas. Aun así, la pregunta, y ante todo su respuesta, adquiere mayor importancia cuando evaluamos con su lente las reglas y su aplicación en el ejercicio profesional, pues es allí donde les encontramos sentido y, tal vez, una mejor forma de aplicación.
Es frente a esos criterios primordiales, que no excluyentes y únicos, sobre los cuales debemos evaluar al Derecho, la actividad legislativa y nuestra tarea como juristas, en la medida en que debemos comprender que las normas jurídicas son ideología hecha regla de conducta, un mar con oleaje bajo esperando nuevas tormentas, una guerra en receso esperando un nuevo combate.
El escenario legal colombiano nos invita a reaccionar y cuestionar los múltiples desafíos legislativos que tenemos por delante: las reformas a la justicia, a la educación, a la salud y la trasformación legislativa o constitucional que seguramente generará el proceso de paz, por mencionar las más significativas, son las nuevas batallas ideológicas que como juristas debemos librar no solo en los escenarios de discusión, brindando nuestra posición como ciudadanos, sino en el día a día como constructores de Derecho. Ese es también nuestro deber.
Pos. En la pasada Feria del Libro de Bogotá me encontré con la reciente obra del profesor Mauricio Reyes Posada, Sócrates y su predecesores – Aproximación al mundo filosófico, político y jurídico de los griegos, nuevamente nos enseña algo nuevo, nuevamente nos recuerda que Sócrates sigue vigente.
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