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26 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 4 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Online

Un derecho en clave paz

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Liliana Estupiñán Achury

Doctora en Sociología Jurídica e Instituciones Políticas de la Universidad Externado

Posdoctora en Derecho Constitucional de la Universidad de Valencia

Directora Grupo de Investigación en Estudios Constitucionales y de la Paz

Universidad Libre-Bogotá

 

Sabíamos que la paz era difícil para un país tan acostumbrado al dolor, pero nunca pensamos que fuera imposible y tan presa de la indiferencia e indolencia por un grupo minúsculo de colombianos. Si hoy se hiciera un nuevo plebiscito por la paz, los votos arrojarían sorpresas, la gente de los territorios violentados y del abandono volverían a votar por el Sí, y todos aquellos que dudaron en su comienzo, hoy lo pensarían más de dos veces, antes de meter en la urna el voto por el No. La paz sale más barata y es mejor que la guerra (todo esto a manera de hipótesis).

 

¿Pero qué pasa? El tema de la paz ha sido complejo para Colombia. Nos costará muchas décadas más. Difícil, pero no imposible, por lo menos en el escenario de una sociedad democrática y decente.

 

La construcción de un Acuerdo de Paz para el cierre de un conflicto armado sin vencedores ni vencidos, la existencia de múltiples causas y conflictos, actores ilegales y razones de la sinrazón para una historia ligada a la violencia política y las armas, entre otros males, se unieron a manera de olla de presión, lo que complejiza el escenario de construcción de la reconciliación.

 

Parece un sino eterno, y es aquí en donde se espera lo mejor del Derecho, la construcción de un discurso jurídico en clave de amor, reconciliación, compasión y de paz, capaz de resolver el caos y la injusticia generada por la guerra.

 

Las nuevas cifras de la infamia reiteran que el derecho de la paz debe tener una lectura sui generis y novedosa. No son tiempos ordinarios. Alentadores datos posteriores a la firma del Acuerdo, frente a las preocupantes cifras del retorno al sufrimiento. Recordarán que habíamos logrado una reducción de la violencia: reincorporación de exguerrilleros de las Farc (13.043 acreditados, según la Agencia para la Reincorporación y Normalización -2020), sometimiento a la Justicia Especial para la Paz y la creación de diversos proyectos de reconciliación y reconstrucción social (varios de ellos hoy ralentizados o frenados), entre otros avances significativos.

 

Todas estas cifras se desfiguran al ser cruzadas con los lamentables datos de asesinatos de líderes, lideresas sociales y defensores de derechos humanos, que, según indica el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz), ascienden a 817 personas (datos entre la firma del Acuerdo de Paz y hasta el 28 de febrero del año 2020). También, las desalentadoras cifras de disidencias o de guerrilleros reincorporados que volvieron a las armas o la ilegalidad (1.800 personas, aproximadamente). O el fortalecimiento militar y criminal que han logrado grupos como el ELN en los territorios que antes eran controlados por el grupo ex-Farc o los reductos del EPL. Y para completar el panorama, la presencia de mafias y bandas criminales o los denominados grupos de estructuras armadas ilegales.

 

Pero lo más lamentable, sin duda, es el abandono de la gente, la nueva cooptación de los territorios por la economía ilegal, la criminalidad y la reiterada ausencia del Estado, consecuencia propia, entre otras razones, de la no aplicación inmediata y rigurosa del Acuerdo. Todos estos aspectos invocan en este momento una nueva pedagogía, comprensión y hermenéutica de la paz.

 

Nunca tuvimos pedagogía de la paz. Nunca supimos de sus bondades, a pesar de las cifras iniciales. Cuatro años para la construcción de un modelo de paz de altísima complejidad. La creación del Acuerdo de Paz entre el Gobierno y las extintas Farc, aún no se ha comprendido, ni siquiera por los propios juristas que también han sucumbido ante las posverdades. ¿Cuántos de los que leen esta columna se han leído el Acuerdo de Paz completo? ¿Cuántos lo han hecho más de una vez, ante la complejidad del documento?, ¿Cuántos años nos llevará entender el Acuerdo, superar las diferencias, hacer pedagogía y la reconstrucción de todo el tejido social? El Derecho aquí debería tener una mejor y más honorable labor. La paz construida es más que la JEP, magistrados, más que sentencias y fallos. La paz en clave transicional mira la reconstrucción social en diversos aspectos.

 

Por supuesto, solamente un derecho en clave transicional es capaz de entender el momento histórico que atraviesa Colombia. Más allá de los lentes tradicionales u ordinarios con que se tratan los momentos de normalidad. Una justicia que se ha llamado transicional, en el marco también de lo que hemos denominado constitucionalismo transicional de cara a las víctimas, la verdad, el perdón, la reparación y la no repetición. Una justicia sui generis, pero no por ello ajena del Derecho Internacional de los Derechos Humanos, del Derecho Internacional Humanitario y del constitucionalismo garantista. Un derecho más allá de los formalismos, o de un formalismo en lógica garantista y de construcción de paz.

 

Cerrar una guerra implica leer con lentes jurídicos sofisticados la realidad. Cerrar el conflicto en lógicas tradicionales le hubiese equivalido a Colombia más de 100 o 150 años de trabajo, esto es, máxima impunidad, tal como lo anotó Yesid Reyes: “Durante el conflicto armado se calcula que hubo 10 millones de hechos victimizantes, más de siete millones de desplazados, ocho millones de víctimas, entre 50.000 y 70.000 desaparecidos”. “Pensar el derecho para el cierre de un conflicto acarrea muchos retos para los que no está preparada la justicia ordinaria que piensa en caso por caso, mientras una guerra responde a lógicas colectivas” (La Silla Vacía, 2018). Si esto se presenta en materia de justicia, cuánto nos llevará reconstruir el tejido social.

 

Por un momento, pensemos en las variadas salidas que han creado los Estados para cerrar sus procesos de guerra. Los diversos experimentos dados en lógica transicional después de la Segunda Guerra Mundial, los sesenta, los setenta, los ochenta y lo construido luego del Tratado de Roma. Siempre distintos y con diversas complejidades. ¿Cuántas vidas se han salvado? Primera, segunda y tercera fase del mundo transicional. Colombia hace parte de la última fase, tan vinculada al respeto de las víctimas y a la construcción de las condiciones del no retorno o de la no repetición de las causas que generaron el conflicto.

En cualquier caso, insisto, nada fácil. Aun bajo la mirada del Sur, estas nuevas nociones de justicia e incluso del denominado constitucionalismo de la transición deberán lidiar con la racionalidad jurídica tradicional, eso sí, sin abandonar su razón de ser, que es la culminación de la guerra en Colombia por medio de la creación de escenarios de paz que deben ir más allá de sentencias, condenas, absoluciones, amnistías o indultos y, sobre todo, que deben propender por la reconstrucción del tejido social destruido por décadas. Por eso, en efecto, esta nueva justicia transcenderá al mundo de los jueces, de los legisladores, de la sociedad civil, que deberán aprender a reflexionar bajo una hermenéutica de paz, de perdón, de compasión y de reconciliación.

 

Como toda conquista social, la paz tiene muchos antagónicos, el modelo de justicia de transición que se implementó en Colombia hoy corre diferentes peligros: uno de ellos es el posible desmonte del Acuerdo Final o su contundente desfiguración. No les gusta como está, entonces volvamos a empezar y hacer uno a la medida de sus intereses. Así no se puede. Por fortuna, tenemos la Sentencia C-630 del 2017, en la que la Corte declaró la exequibilidad del Acto Legislativo 02 del 2017, por medio del cual se estableció blindar jurídicamente el Acuerdo suscrito entre las Farc y el Gobierno, durante los siguientes tres periodos presidenciales. Pero lo más importante, por fortuna, aún tenemos juristas en clave de transición, de víctimas y de territorios del abandono.

 

Volvamos a la pedagogía de la paz. Al punto de partida. No es posible que este país siga entre los supuestos amigos de la paz y los amigos de la paz con legalidad, ¿acaso no estamos hablando de lo mismo? No pueden existir dos bandos en el mundo del Derecho, la paz es una sola, no es la paz de unos y la paz de los otros. Aquí el Derecho tiene que dar muchas respuestas, estar a la altura moral y ética del momento, ya lo intentó con la creación del Acuerdo, pero debemos avanzar.

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