15 de Diciembre de 2024 /
Actualizado hace 8 hours | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Online

Los arrepentidos (I)

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Andrea Rocha Granados

Abogada de la Universidad de los Andes e investigadora en derechos humanos

 

En los primeros párrafos de Vigilar y castigar -un clásico de Michel Foucault- se transcribe una crónica del suplicio de Damiens, un hombre condenado a ser descuartizado públicamente por haber asesinado a su padre. En la escena llaman la atención dos elementos. El primero es la descripción del castigo en sus mínimos detalles: el cuerpo del condenado es quemado, aplastado, torturado de diversas maneras. El segundo elemento es el interés que tienen los confesores que participan del hecho en que el condenado diga algo, cualquier cosa, no importa qué. Damiens pide perdón. Pero es inútil. Los confesores insisten y hasta conversan entre ellos en medio del suplicio. Damiens muere antes de pronunciar las palabras esperadas por los inquisidores.

 

La pregunta que se hace Foucault es si la evolución del castigo a través de los años es real, si hay alguna diferencia profunda entre el suplicio del cuerpo y la vigilancia de las almas que se practica hoy en las prisiones. El castigo -dice el gran pensador francés- ha dejado de ser un espectáculo público para convertirse en un hecho casi secreto al que pocos actores acceden. De la sombría fiesta punitiva, que por su crueldad y publicidad equiparaba a verdugos con criminales y a jueces con asesinos, se ha pasado a una sanción que no se percibe cotidianamente pero a la que se le exige igual grado de eficacia.

 

Foucault pone en evidencia la hipocresía que rodea el fin de la tortura pública como práctica ritual de escarmiento. Las transformaciones en el arte de hacer sufrir -presente tanto en el suplicio como en el encarcelamiento- están en la discreción, la sutileza y el silencio que rodean a la prisión que vigila y castiga. La sociedad moderna acepta el suplicio de las almas, y por esa vía del cuerpo, siempre que no tenga conocimiento detallado de los procedimientos utilizados.

 

Pero el planteamiento va más allá al subrayar que la prisión es uno entre otros tantos mecanismos de disciplinamiento ejercidos por una clase social sobre otra con el objetivo de mantener sus privilegios. “Sería hipócrita o ingenuo creer que la ley se ha hecho para todo el mundo en nombre de todo el mundo -ironiza el autor-. Es más prudente reconocer que se ha hecho para unos y recae sobre otros”.

 

En un sentido más amplio el ensayo invita a pensar en distintos fenómenos relacionados con el castigo y el control social. Por ejemplo, en la figura del arrepentido, un mecanismo antiguo -remite a la época pre-moderna de los inquisidores- aunque muy de moda en la actualidad. Con esa figura se alude a personas que colaboran con la justicia a cambio de obtener beneficios como baja de la pena u otros. Se supone que de esta manera se podrá obtener información en casos de delitos complejos que involucran a sectores poderosos. Inicialmente la figura del arrepentido se ha utilizado en casos de crimen organizado y más específicamente en situaciones vinculadas al narcotráfico. Recientemente su uso se ha ido ampliado hasta alcanzar hechos de corrupción y crímenes de lesa humanidad.

 

Si bien -al menos en principio- este mecanismo no parece presentar mayores objeciones, la manera como ha sido empleado en países como Brasil, Argentina y Colombia pone de manifiesto un grado muy alto de perversidad. El penalista Raúl Eugenio Zaffaroni, quien actualmente es juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, ha afirmado que la figura del arrepentido remite a la época inquisitorial.

 

A la persona sometida a la justicia le conviene aceptar su responsabilidad y delatar a otros para obtener beneficios -en la Edad Media una muerte más rápida y en la actualidad, la libertad-. Se trata, en definitiva, de una persona obligada mediante métodos diversos a declarar en contra suya. Por otra parte, al haber un interés de por medio, las declaraciones del arrepentido no dejan de estar teñidas de sospecha. ¿Cómo saber que lo que dice es cierto? ¿Es voluntaria su colaboración con la justicia? ¿Acaso no estará siendo presionado para decir -tal como sucedió en el caso Damiens- lo que los confesores esperan que diga?

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