05 de Diciembre de 2024 /
Actualizado hace 1 hora | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Online

COP16: nos estamos “comiendo” la biodiversidad

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Ricardo Díaz Alarcón

Abogado de la Universidad de los Andes, especialista en Derecho Ambiental de la Universidad del Rosario y magíster en Derecho (LL. M.) de la Universidad de Harvard (EE UU)

Los alimentos que comemos cada día se vuelven, poco a poco, parte de nuestro cuerpo. Después de cada bocado, nuestro sistema digestivo descompone lo que le damos y lo transforma en nutrientes que se reorganizan y transforman en cada una de nuestras células y tejidos. En ese sentido somos, literalmente, lo que comemos. Si, desde este punto de vista, nos preguntamos de qué está hecho nuestro cuerpo, la respuesta podría ser aterradora: es muy probable que esté hecho de la agonía de miles de animales, de cientos de hectáreas de bosques que fueron deforestadas para criarlos y de la irreparable pérdida de miles de especies. En pocas palabras, de sufrimiento, destrucción y violencia.

En la COP16, la conferencia de negociación de las Naciones Unidas que se desarrolló en Cali, se discutió el futuro del planeta y de los seres que lo habitamos. Pero, aunque parezca increíble, lo que marcará ese destino será menos lo que decida un grupo de burócratas en una conferencia internacional y mucho más lo que cada uno de nosotros decida hacer y consumir todos los días. Con el sistema alimentario actual, el futuro es desesperanzador.

El planeta de las vacas

En 2019, un panel científico intergubernamental encontró que la causa principal de la pérdida de la biodiversidad terrestre es el cambio en los usos del suelo y, en los ecosistemas marinos, la explotación pesquera.

El 80 % de los suelos agrícolas del mundo se destinan a la producción de “carne” y leche. En Colombia, la expansión ganadera es la forma de cambio en el uso del suelo más extendida: aunque hay alrededor de 15 millones de hectáreas aptas para la ganadería, se usan más del doble, casi 40 millones de hectáreas, para este fin. La causa de este desbalance es el consumo desenfrenado de animales. Para satisfacer este consumo, se han traído al mundo tantos animales domésticos que el 62 % de todos los mamíferos no humanos en el mundo son “ganado” y apenas el 4 % son mamíferos silvestres. En los últimos 50 años, la población mundial de animales silvestres ha disminuido en un 73 %.

En otras palabras, hemos creado un planeta habitado mayoritariamente por vacas, cerdos y gallinas. Pero, a diferencia del planeta de los simios, en este “planeta de las vacas” los animales siguen siendo nuestros esclavos. En esta distopía en la que vivimos, traemos al mundo, explotamos y matamos a miles de seres sintientes y destruimos el planeta únicamente para satisfacer el que es tal vez nuestro interés más trivial: nuestro paladar.

La trampa de la intensificación

 

Además de tener un inmenso costo para la biodiversidad, la producción pecuaria implica un sufrimiento extremo para los animales que son explotados.

El ritmo de consumo actual exige altísimos niveles de confinamiento e intensificación. Sencillamente no hay suficientes tierras en el mundo para hospedar a los miles de millones de animales que consumimos, por lo que hay una tendencia a hacinarlos en jaulas o granjas industriales que les impiden moverse, interactuar con otros miembros de su misma especie y expresar sus comportamientos naturales.

Para algunos –incluida una reciente exministra de Agricultura en Colombia–, la intensificación (explotar más vacas con menos tierra) es parte de la solución a la pérdida de biodiversidad por cambios en el uso del suelo. Pero, como lo han señalado expertos internacionales, este remedio es peor que la enfermedad: la intensificación no solo trae mayor sufrimiento para los animales explotados para consumo, sino que aumenta el riesgo de transmisión de enfermedades zoonóticas y pandemias. Además, se ha encontrado que esta aproximación ha aumentado la deforestación debido a los menores costos de producción.

En cambio, las intervenciones que promueven una transición hacia más dietas basadas en plantas son comparativamente más beneficiosas tanto para el ambiente, la salud pública y los animales. Lamentablemente, el mundo va en la tendencia contraria: el consumo de animales va en aumento y se espera que siga creciendo en los próximos años.

Derechos no humanos: ¿una solución?

Uno de los objetivos de la COP16 era que los países presentaran sus planes para cumplir con lo acordado hace dos años en un histórico documento firmado en Montreal. Allí, los países se comprometieron a detener la extinción de especies, evitar la sobreexplotación de la biodiversidad y, para 2030, conservar al menos el 30 % de todos los ecosistemas acuáticos y terrestres, entre otras cosas.

En el objetivo 19, el documento menciona el valor de las “acciones colectivas ecocéntricas”, incluyendo el reconocimiento de los derechos de la naturaleza, como parte de las estrategias para proteger la biodiversidad. Reconocer derechos legales en cabeza la naturaleza y sus componentes, como ríos, bosques y animales, puede contribuir a transformar el sistema jurídico para desafiar la supremacía humana, es decir, la idea de que los seres humanos debemos estar en el centro de la protección legal.

En realidad, como lo ha reconocido la comunidad científica por medio de conceptos como el de “una sola salud”, la supervivencia y el bienestar de los seres humanos, el ambiente y los animales son interdependientes. Lo mismo sucede en el ámbito legal: la protección de nuestros derechos a la vida y la salud, por ejemplo, depende de la protección de los derechos de nuestros bosques y de los animales que habitan en ellos, así como también de la liberación de los animales que explotamos para comida, entretenimiento y otros fines.

Es probable que solo bajo una mirada holística como esta, que reconozca la necesidad de profundas transformaciones en nuestro sistema alimentario, podamos evitar una tragedia de proporciones globales.

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