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“Muero defendiendo la justicia”: Fanny González

05 de Noviembre de 2013

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Artículo publicado en la edición N° 189 de ÁMBITO JURÍDICO, que circuló del 7 al 20 de noviembre del 2005. 

 

Fanny González brilló como magistrada ejemplar y jurista de amplio bagaje. Solidaridad y compromiso fueron sus banderas en la judicatura.

 

Por Sergio Andrés Gómez Cepeda

 

“Yo no vine a la corte a llorar ni a suplicar clemencia”. Eran las 4:36 p.m. del miércoles 6 de noviembre de 1985, cuando Fanny González Franco, la primera mujer nombrada en propiedad como magistrada de la Corte Suprema de Justicia, pronunció estas palabras.

 

Al otro lado de la línea telefónica la escuchaba Otoniel, uno de sus 18 hermanos, que la había llamado desde Manizales, para preguntarle por lo que estaba pasando desde las 11:30 a.m. en el Palacio de Justicia.

 

A ese lugar había llegado Fanny el 19 de marzo de 1984. Las tesis de sus fallos de segunda instancia habían hecho eco en los oídos de los magistrados de la corte, que, luego de varias discusiones, decidieron abrirle un espacio en el máximo tribunal de la justicia ordinaria.

 

En esa época, los cargos de magistrado de la Corte Suprema estaban reservados para los hombres. Pero Fanny ya estaba acostumbrada a abrir trocha entre los espesos caminos de una sociedad machista y desigual.

 

El comienzo

Nació el 30 de diciembre de 1931, en Pensilvania (Caldas), en el hogar formado por Juan José González y Elisa Franco, dos campesinos de la región que, un día, decidieron salir de su tierra a lomo de mula, buscando un mejor futuro para sus hijos. Los caminos de herradura que recorrieron terminaron en Manizales, donde vivieron el resto de sus días.

 

Allí, Fanny se graduó como bachiller, luego de aprobar, con lujo de competencia, sus primeros 11 años de formación académica. Una disciplina milimétrica y un legado de valores morales y religiosos inquebrantables fueron la herencia que le dejaron sus padres y sus maestros de colegio, para encarar la vida adulta y campear en terrenos vedados para las mujeres.

 

Monseñor Félix Henao Botero, rector de la Universidad Pontificia Bolivariana, quien tenía noticias de las excelentes aptitudes académicas de Fanny, le dio el primer respaldo para iniciar una ruta desconocida para el común de las mujeres en los años 50: la de la formación superior.

 

Fanny había ido a pasar una Semana Santa en Aguadas (Caldas) con uno de sus hermanos, que era párroco del pueblo. Estando allí, se encontró con monseñor Henao. Apenas habían cruzado unas palabras, cuando Monseñor le propuso empezar una carrera universitaria en la Bolivariana. Fanny, que ya tenía claro lo que quería hacer en la vida, no dudó en aceptar.

 

Abogada pionera

Por primera vez, una mujer, Fanny González Franco, se matriculó como alumna de la Facultad de Derecho de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. Años de consumada dedicación al estudio le dieron el título de abogada y le abrieron las puertas de la que fue su casa hasta el último día: la administración de justicia.

 

Al terminar la carrera, se posesionó como Juez de Aguadas, para cumplir con la judicatura rural. Ya con el “cartón” en las manos, y en reconocimiento a su buen desempeño, fue nombrada jueza en Manizales.

 

De un orden impecable y una capacidad innata para encargarse de multitud de asuntos sin descuidar detalle, la jueza González se destacó entre sus colegas de distrito judicial. Su amplio conocimiento del Derecho y la exquisitez de su trato personal marcaron diferencia.

 

La fuerza de sus cualidades siguió haciendo trizas los esquemas machistas que, a mediados de los 60, aún parecían infranqueables: la jueza Fanny González Franco fue la primera mujer llamada a ocupar un despacho de magistrado en el Tribunal Superior de Pereira.

 

En el Derecho Laboral, aterrizó su vocación. Tras destacarse como magistrada en Pereira, fue trasladada a Manizales. La Sala Laboral del Tribunal Superior esperaba con las puertas abiertas a la, también, primera magistrada de esa corporación.

 

Una vacante que debía suplirse con urgencia fue clave para que su nombre sonara para ocupar, en provisionalidad, el cargo de magistrada de la Corte Suprema de Justicia. Y así fue.

 

Un despacho con las paredes tapizadas de expedientes que se levantaban desafiantes ante la mirada atónita de la novicia magistrada le dio la bienvenida. El reto no la amedrentó. Se sentó en su escritorio y, en oración, le agradeció a Dios por haber ido al frente, abriendo el camino, durante toda su vida.

 

Puso en orden su despacho. Con organización, disciplina y compromiso, cumplió cada tarea que se le encomendó, mientras se acercaba la hora de proveer definitivamente el cargo que ocupaba en interinidad.

 

La tensión se hizo fuerte. La magistrada González debía abandonar la Sala Plena, cada vez que se discutía el nombramiento del nuevo miembro de la corte. Sabía que su nombre estaba en la lista de elegibles, pero no ignoraba que el hecho de ser mujer le restaba posibilidades.

 

En efecto, hubo oposición. Pero sus calidades jurídicas pudieron más que las prevenciones de una minoría de magistrados. La Sala Plena de la Corte Suprema nombró en propiedad a Fanny González Franco como primera magistrada del alto tribunal. Dios volvió a escuchar el latir de su corazón agradecido.

 

Fiel hasta la muerte

A la par de sus compañeros de corte, Fanny brilló como magistrada ejemplar y jurista de amplio bagaje. Fue admirada  por sus conocimientos en Laboral y por la calidez y amabilidad de su carácter. Solidaridad y compromiso fueron sus banderas en la judicatura, como en las demás áreas de su vida.

 

La fidelidad a estos principios fue su tesoro hasta el último instante. El 6 de noviembre de 1985, Fanny acababa de llegar al Palacio de Justicia, cuando alaridos y disparos de fusil irrumpieron en la tensa calma que se vivía en el edificio.

 

Sabía que algunos magistrados habían recibido amenazas. Sin embargo, estaba segura de que el asunto no era con ella. Pero ese día, el zumbido de las balas y las voces enfurecidas de un grupo de guerrilleros del M-19 le mostró otra realidad.

 

Quedó atrapada en el fuego de una toma sin precedentes. Cerró la puerta de su despacho y esperó, durante cinco horas, que la furia de los rebeldes no llegara hasta su oficina, la 414. Pero hacia las 4:30 p.m., mientras le narraba por teléfono cada hecho de la toma a su hermano Otoniel, golpes de culata estremecieron los vidrios del despacho.

 

“Cecilia, pregunte quién es y qué quiere”, le dijo a su secretaria. “Abra la puerta”, fue la única respuesta que les dieron. “Pregunte quiénes son y qué quieren”, insistió. “Somos guerrilleros del M-19 y queremos dialogar con la magistrada”, respondió la caldeada voz de un hombre. “Ya me denunciaron como magistrada”, le dijo a su hermano.

 

“Colgó el teléfono”, le contó, meses después, Otoniel González al tribunal especial que investigó lo ocurrido durante la toma. “Tuve el presentimiento de que algo malo iba a pasar. Miré el reloj: eran las 4:36 minutos de la tarde”. A esa hora, la magistrada Fanny González Franco dijo las últimas palabras que le escuchó su hermano: “Muero defendiendo la justicia colombiana”, afirmó con vehemencia, antes de colgar.

 

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