Memoriales / Para Tener en Cuenta
Elogio de la burguesía
05 de Agosto de 2014
Por K. Marx y F. Engels
(Con comentarios -en letra no cursiva- de Tito Livio Caldas, presidente honorario del Instituto Libertad y Progreso)
Oyendo y leyendo expresiones denigrantes de la burguesía, provenientes de encumbrados líderes del “socialismo del siglo XXI” de América Latina, y tan repetidas recientemente en el vecindario, y aun en casa, se pregunta uno si tales líderes no leyeron, o se les olvidó, lo que sus padres políticos fundadores expresaron en el máximo texto sagrado de su Iglesia, el tan conocido Manifiesto comunista (1848). Pues bien, en las páginas de este documento se hace el más justo, vibrante y expresivo elogio de la burguesía, clase social que construyó, perfeccionó y esparció por el mundo la más productiva, tecnológica y admirable revolución conocida hasta entonces, que representó el más grande y rápido salto de producción y comercio de bienes y servicios de toda la historia.
La burguesía, en efecto, fue y sigue siendo una clase social extraordinaria de gentes sin privilegios, proveniente de aldeas o burgos en el Medioevo y hoy, incluso, y en gran medida, de barrios populares, de sectores de pequeños comerciantes, artesanos y nacientes industriales que, amparados por principios que no podían ser distintos a los de la democracia política y económica nacida en Grecia, ni a las invaluables experiencias de las repúblicas de mercaderes de Venecia, Florencia o Génova, ni tampoco a los principios filosóficos, políticos, económicos y científicos de la Ilustración Escocesa, dieron nacimiento y ascenso al más fantástico sistema productivo del libre mercado y la propiedad privada. Bases todas estas de fuerzas económicas dinámicas que crearon e impulsaron las revoluciones inglesa, americana y francesa: todo un admirable y afortunado proceso que solo o, principalmente, se dio en Europa y EE UU -la región de la llamada Civilización Occidental-.
El ‘Manifiesto’
Vamos, pues, a las palabras textuales de elogio de la burguesía de Marx y Engels en su Manifiesto, elogio que se hizo y se hace obligado para todo pensar político:
“La burguesía ha desempeñado, en el transcurso de la historia, un papel verdaderamente revolucionario”. Y más adelante: “Hasta que ella no lo reveló no supimos cuánto podía dar de sí el trabajo del hombre. La burguesía ha producido maravillas mucho mayores que las Pirámides de Egipto, los acueductos romanos y las catedrales góticas; ha acometido y culminado empresas mucho más grandiosas que las migraciones de los pueblos y Las Cruzadas.
La burguesía no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de la producción, o sea todo el sistema de la producción, y con él todo el régimen social. Lo contrario de las clases sociales que la precedieron, que tenían todas por condición primaria debida la intangibilidad del régimen de producción vigente. La época de la burguesía se caracteriza y distingue de todas las demás por el constante y agitado desplazamiento de la producción, por la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales, por una inquietud y una dinámica incesantes. Las relaciones inconmovibles y mohosas del pasado, con todo su séquito de ideas y creencias viejas y venerables, se derrumban, y las nuevas envejecen antes de echar raíces. Todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma, lo sagrado es profanado, y, al fin, el hombre se ve constreñido, por fuerza de las circunstancias, a contemplar con fría mirada su vida y sus relaciones pragmáticas con los demás.
La necesidad de encontrar mercados espolea a la burguesía de una punta a otra del planeta. Por todas partes anida, en todas partes construye, por doquier establece relaciones.
La burguesía al explotar el mercado mundial, da a la producción y al consumo de todos los países un sello cosmopolita. Entre los lamentos de los reaccionarios destruye los cimientos nacionales de la industria. Las viejas industrias nacionales se vienen a tierra, arrolladas por otras nuevas, cuya instauración es problema vital para todas las naciones civilizadas, industrias que ya no transforman como antes las materias primas del país, sino las traídas de los climas más lejanos y cuyos productos encuentran salida no solo dentro de las fronteras sino en todas partes del mundo. Brotan necesidades nuevas que ya no bastan a satisfacer, como antaño, con los frutos del país, sino que reclaman para su satisfacción los productos de tierras remotas. Ya no reina aquel mercado local y nacional que se bastaba así mismo y donde no entraba nada de afuera; ahora la red del comercio es universal, y en ella entran, unidas por vínculos de interdependencia, todas las naciones. Y lo que acontece con la producción material, acontece también con la del intelecto. Los productos científicos y tecnológicos de las diferentes naciones vienen a formar un acervo común. Las limitaciones y peculiaridades del carácter nacional van pasando a segundo plano, y las literaturas locales y nacionales confluyen todas en una literatura universal.
La burguesía, con su rápido perfeccionamiento de todos los medios de producción, con las facilidades increíbles de su red de comunicaciones, lleva la civilización hasta las naciones más salvajes. La baratura de sus mercancías es la artillería pesada con la que derrumba todas las murallas chinas, con la que obliga a capitular a las tribus bárbaras, más ariscas, en su odio contra el extranjero. Obliga a todas las naciones a abrazar el régimen de producción de la burguesía o perecer; las obliga a implantar en su propio seno la llamada civilización, es decir, a hacerse burgueses. Crea un mundo hecho a su imagen y semejanza.
La burguesía somete el campo al imperio de la ciudad. Crea ciudades enormes, intensifica la población urbana en una fuerte proporción respecto a la campesina y rescata a una parte considerable de la gente del campo del cretinismo de la vida rural. Y del mismo modo que somete el campo a la ciudad, somete los pueblos bárbaros y semibárbaros a las naciones civilizadas, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente.
La burguesía va aglutinando cada vez más los medios de producción, la propiedad y los habitantes del país. Aglomera la población, centraliza los medios de producción y concentra en manos de unos cuantos la propiedad productiva. Este proceso tenía que conducir, por fuerza lógica, a un régimen de centralización política. Territorios antes independientes, o apenas aliados, con intereses distintos, distintas leyes, gobiernos autónomos y líneas aduaneras propias, se asocian y refunden en una nación única, bajo un gobierno central, una ley, un interés nacional de clase y una sola línea aduanera.
En el corto período de un siglo que lleva de existencia (desde mediados del siglo XVIII a mediados del siglo XIX) como clase soberana, la burguesía ha creado energías productivas muchos más grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas: basta pensar en el sojuzgamiento de las fuerzas naturales por la mano del hombre, en la maquinaria, en la aplicación de la química a la industria y la agricultura, en la navegación de vapor, en los ferrocarriles, en el telégrafo eléctrico, en la apertura al cultivo en continentes enteros, en los ríos abiertos a la navegación, en los nuevos pueblos que brotaron de la tierra como por ensalmo… ¿Quién, en los pasados siglos, pudo sospechar siquiera que en el regazo de la sociedad fecundada por el trabajo del hombre yaciesen soterradas tantas y tales energías y elementos de producción?
Hemos visto que los medios de producción y de transporte sobre los cuales se desarrolló la burguesía brotaron del seno de la sociedad feudal. Cuando estos medios de transporte y de producción alcanzaron una determinada fase en su desarrollo, resultó que las condiciones en las que la sociedad feudal producía y comerciaba, la organización feudal de la agricultura y la manufactura, en una palabra, el régimen feudal de la propiedad, no correspondía ya al estado progresivo de las fuerzas productivas. Obstruía la producción en vez de fomentarla. Habíase convertido en otras tantas trabas para su desenvolvimiento. Era menester hacerlas saltar, y saltaron.
Vino a ocupar su puesto la libre competencia, con la constitución política y social a ella adecuada, en la que se revelaba ya la hegemonía económica y política de la clase burguesa”.
Revolución industrial
La burguesía, pues, da nacimiento, lidera, consolida y expande la revolución industrial, económica y política anti feudal que la obliga a comerciar por doquier en el mundo la variada e inmensa masa de sus productos y, al mismo tiempo, a importar las materias primas para sus industrias. La burguesía establece así las bases materiales de la modernidad democrática y la civilización occidental, donde anidan desde entonces los principios de la libre competencia, la libertad de mercados y el Estado liberal de derecho, con su propiedad privada, su división de poderes, sus partidos de gobierno y oposición, su libertad de prensa, su laicismo y todos los derechos humanos, es decir, la admirable civilización de hombres y mujeres alcanzada como consecuencia de la práctica real de estos principios, tan ligados a la esencia biológica del homo sapiens.
Es ilógico y absurdo cómo, más adelante, en el propio Manifiesto comunista, sus autores, en pos de su infantil quimera igualitaria, atacan con toda furia a la burguesía y la condenan a desaparecer. Debemos subrayar, como hecho cumplido y consolidado universalmente, cómo la burguesía, emprendedora y revolucionaria como nunca, está, por el contrario, mundialmente triunfante, con las únicas excepciones de Cuba, Corea del Norte y ahora, tal vez, nuestra vecina Venezuela. Es en este elogio de la burguesía, como clase verdaderamente revolucionaria, en los términos del Manifiesto, en lo único que se han cumplido sus sagradas utopías.
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