General
La desvergüenza de la Unión Europea
30 de Septiembre de 2015
Eric Tremolada Álvarez*
Especial para ÁMBITO JURÍDICO
En octubre del 2014, el gobierno británico sorprendió –más a extraños que a propios– al anunciar que no participaría en las operaciones de búsqueda y rescate para evitar que emigrantes y refugiados del norte de África murieran en el Mediterráneo. Desde Londres, se argüía que esas acciones animan a la gente a peligrosas travesías con la esperanza de ser rescatados. Así, David Cameron, primer ministro, arrinconaba la modesta alternativa europea Tritón que equivalía, para la Unión Europea (UE), a la tercera parte de lo que asumió el gobierno italiano y que solo buscaba la protección de fronteras con patrullas en las primeras 30 millas de la costa italiana.
Después de la tragedia del pasado 19 de abril, cuando murieron más de 750 personas cerca de las costas libias, los líderes europeos, como resultado de una cumbre extraordinaria, anunciaron como un gran esfuerzo que la UE triplicaría los fondos para las operaciones de búsqueda y rescate en el Mediterráneo. “Queremos actuar rápido, lo que significa triplicar los recursos financieros”, dijo Ángela Merkel, canciller alemana, con cierto cinismo.
¿Rápido? “Tritón” nació tardía, el 1° de noviembre del 2014, mucho después de la operación italiana Mare Nostrum, que en el 2014, rescató cerca de 150.000 personas, cuando ya habían muerto ahogadas 3.200 –mientras en lo que va de este año son cerca de 20.200–. ¿Triplicar? La UE solo destinó 2,9 millones de euros mensuales, mientras que el gobierno italiano sumaba 9 millones –más de lo que anunció en abril la UE–, y cuando no todos los gobiernos estaban dispuestos a financiar la operación.
Con la misma desvergüenza se pronunció Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo: “en caso de catástrofe no hay límites geográficos o políticos”, y precisó, eso sí, que el esfuerzo solo es económico, pues Tritón se limita a la búsqueda y rescate dentro de las 30 millas náuticas de las costas europeas. Al final, los líderes europeos, fieles a las acciones de fuerza, instruyeron a la jefa de su diplomacia, Federica Mogherini, a “proponer acciones para capturar y destruir los buques de los traficantes antes de que puedan ser utilizados”. De ahí que el reticente David Cameron ofreciera el “HMS Bulwark”, un buque multifacético de desembarco, tres helicópteros y dos patrulleros.
Indignación
La ceguera europea no tiene límites, no solo porque contribuye muy poco con la pacificación –a veces la exacerba– del otro lado del Mediterráneo, sino porque tiene claro –desde antes del comienzo del milenio– que la principal amenaza a su Estado de bienestar es su realidad demográfica, pero cierra las puertas a una migración que necesitan y que es la solución a esa realidad. La ausencia de una política migratoria común es la deuda más importante de la UE con propios y extraños.
De ahí la indignación de Zeid Ra'ad Al Husein, alto comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, quien en esos mismos días de abril criticó las políticas migratorias y acusó a Bruselas de transformar el Mediterráneo en un “gran cementerio”, si sigue dando la espalda a los emigrantes. Señaló, además, que los europeos deberían reconocer que necesitan “un enfoque más valiente y menos cínico”, y los acusó de ceder ante los movimientos populistas xenófobos que están en ascenso en el espacio común. En el mismo sentido y periodo, el presidente de la Federación Internacional de la Cruz Roja, Elhadj As Sy, se sumó a las críticas de la operación Tritón e insistió –como el alto comisionado–, en que esta no se adapta a la situación actual, por estar “antes destinada a controlar las fronteras marítimas que a salvar vidas”.
Cierres de fronteras
La incapacidad de la UE para ver las causas de la migración y su práctica descarada e impúdica para justificar el cierre de las fronteras, condenando a cientos de miles a depender de traficantes de personas que solo les brindan un futuro de muerte, explotación y discriminación, cuando necesitan de migrantes para sostener su Estado de bienestar, no nos deja dudas de que sus políticas se enmarcan entre la miopía y el cinismo.
En agosto pasado, el responsable de la división europea de la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur), Vincent Cochetel, explicaba que las llegadas a Grecia han aumentado un 750 % en los primeros siete meses del año con respecto al mismo periodo del 2014, y en julio desembarcaron 50.000 “afortunados” que duermen a la intemperie, y dependen de los voluntarios para obtener agua y comida, mientras el Mediterráneo se nutre de cadáveres.
El primer jueves de agosto, un barco con 381 inmigrantes naufragó en el canal de Sicilia y, al día siguiente, se hundió una embarcación en la que viajaban centenares de inmigrantes con un saldo de 373 supervivientes y 25 muertos. Del 1° de enero al 31 de julio del 2015, según cifras de la citada agencia de la ONU, 225.000 inmigrantes llegaron a la UE, de los cuales unos 124.000 desembarcaron en el país heleno.
Por su parte, se ha intensificado la crisis migratoria en Calais, donde muchos –después de jugarse la vida en el Mediterráneo– intentan llegar al Reino Unido a través del eurotúnel. La baja tasa de desempleo (5,6 %), la no exigencia del documento de identidad y la ventaja del idioma son atractivos que los invitan a continuar desafiando la muerte. Se estima que un 8 % de los africanos que alcanzan la otra orilla del Mediterráneo llegan a Calais ocho días después, y en los últimos dos meses esta oleada dejó un saldo de nueve muertos.
En mar y tierra
En tierra la respuesta no difiere de la del mar: expulsiones de los inmigrantes ilegales que no son considerados refugiados políticos, aportes económicos para reforzar la seguridad en la región, crear una zona de espera segura para los camiones y más control a lo largo de las vías del túnel. Adicionalmente, Londres también se ha comprometido a financiar nuevas vallas de seguridad en las inmediaciones del eurotúnel, mientras que París ha completado un contingente policial de 550 hombres en la zona. Como alternativa no excluyente para llegar a Francia y Alemania la ruta de los Balcanes occidentales a través de Hungría representa oportunidades, y, así, agosto cerró con medio centenar de muertos en un camión en Austria.
La respuesta multilateral y unilateral de los europeos a las presiones migratorias no solo refleja una ineficiente gestión administrativa y concesiones a los movimientos populistas xenófobos que se mantienen en ascenso, sino que olvida la cercanía de las guerras de Siria e Irak –de las que, por cierto, tienen alguna responsabilidad por acción u omisión– y, además, que Turquía necesita aligerar los millones de refugiados que hay en su territorio. Debe enfocar –en conjunto– la lucha contra las mafias y, lo más importante, redoblar los esfuerzos en la ayuda al desarrollo, tanto en los países de origen como en los de tránsito.
La torpeza más notable que tienen que superar los europeos (ciudadanos, gobiernos y la UE) es perderle el miedo a la migración, pues desde el siglo pasado la mayor amenaza a su Estado de bienestar no son los extranjeros, sino su realidad demográfica, pero insisten en cerrar las puertas a la migración de una mano de obra poco calificada que necesitan y que es la solución a la crisis que están viviendo. En tanto nos enseñan y exigen el respeto a los derechos humanos ¿será que la migración dejó de ser un derecho?
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* Doctor en Derecho Internacional y profesor de la Universidad Externado de Colombia.
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