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Actualizado hace 1 día | ISSN: 2805-6396

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Disciplina y sencillez, valores que guiaron a Darío Velásquez Gaviria

05 de Noviembre de 2013

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Artículo publicado en la edición N° 189 de ÁMBITO JURÍDICO, que circuló del 7 al 20 de noviembre del 2005. 

 

“Siempre mezcló su rigor y disciplina en el trabajo, con su gran sencillez y discreción. Nunca quiso sobresalir, tener notoriedad pública ni aparentar erudición”

 

Por Carlos Andrés Guevara Correa

 

“Estoy feliz, porque soy el sustanciador mejor pagado del país”, le respondió Darío Velásquez Gaviria al ex magistrado Carlos Gálvez Argote, cuando este le preguntó cómo se sentía en su nuevo cargo, pocos meses después de haber sido nombrado magistrado de la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia, en 1980.

 

Esa respuesta a quien fuera su alumno en la especialización de Derecho Penal de la Universidad Nacional resume la sencillez, el amor y la dedicación con que Velásquez asumía su trabajo en la corte.

 

Este ex seminarista, jugador de baloncesto en su juventud, hincha del Nacional y amante de las caminatas y de la naturaleza, nació en Fredonia, Antioquia, el 11 de julio de 1927. En el seno familiar, aprendió la humanidad, la sencillez y la discreción, valores que aplicaría a lo largo de su vida.

 

Velásquez fue también un hombre profundamente religioso, que cada mañana, antes de comenzar la jornada laboral, entraba brevemente, con su largo abrigo negro, a la Catedral Primada de Bogotá o a la Iglesia de San Francisco.

 

En 1964, se casó con la pintora Aydée Cruz, con quien tuvo tres hijos: Juan Darío, José Ignacio y Ana Cristina.  Juan Darío, el mayor de ellos, recuerda a su padre como alguien que les dejó a él y a sus hermanos los mejores recuerdos, una educación ejemplar y un firme “legado de principios”.  Reconoce que por las largas jornadas laborales que su padre tenía, no había mucho tiempo para dedicarle a la familia. Sin embargo, la poca cantidad se compensaba de sobra “con la calidad de los momentos que empleaba con nosotros”.

 

Quienes conocieron a Darío Velásquez veían en él a una persona a la que le dolía ver a la gente en dificultades. Como magistrado, “le preocupaba profundamente decidir sobre la suerte de alguien”, comenta Ana Cristina, su hija menor. Aunque no conserva muchos recuerdos de su padre, sí tiene grabado en su memoria que era alguien “muy dedicado, detallista y trabajador”.

 

Después de graduarse con altos honores de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, Velásquez fue elegido Concejal de esta ciudad, por el Partido Conservador. Luego fue nombrado Personero Municipal. Más tarde, fue elegido Diputado por el Departamento de Antioquia. Su último cargo en la política fue el de Secretario de Hacienda de la Gobernación. Tal vez, de su experiencia en el manejo de los dineros públicos, surgió la que fue para él una de sus especialidades en el campo del Derecho Penal: los delitos contra la Administración Pública.

 

En este campo, Velásquez se destacó especialmente por sus ponencias sobre delitos como la concusión, el cohecho y, especialmente, el ‘peculado técnico’.

 

Un catedrático entregado a su labor

Después de ser profesor y Decano de la Facultad de Derecho de su alma máter, Velásquez asumió las cátedras de Derecho Penal de la Universidad Externado de Colombia y de delitos contra la vida y la integridad personal y contra el patrimonio económico de la Especialización en Derecho Penal de la Universidad Nacional.

 

Como catedrático, sus alumnos lo describen como alguien serio, pero a la vez simpático, que lograba borrar desde el primer momento las distancias normales que hay entre un alumno y su profesor.

 

El ex magistrado de la Sala Penal de la Corte Suprema Carlos Gálvez Argote, que lo conoció en la especialización que dictaba en la Nacional, cuenta que sus clases carecían por completo de improvisación. “Era muy riguroso y metódico en cada una de sus exposiciones”.

 

Velásquez llegaba cada mañana a dictar clase, con un maletín que ponía sobre el escritorio y del que sacaba y organizaba los papeles necesarios para ejercer su actividad de profesor. Dictaba casi siempre de pie y su dominio de la materia era ejemplar.

 

El esquema de sus clases siempre tenía el mismo rigor: en primer lugar, exponía la razón de ser de cada tema; luego, abordaba sus antecedentes legislativos; posteriormente, trataba la materia en concreto y, por último, hacía una exposición de Derecho Comparado sobre el tema visto.

 

“El doctor Velásquez ponía al servicio de la cátedra su función de magistrado de la corte, ya que nos suministraba la jurisprudencia más reciente sobre los temas tratados en clase”, recuerda Gálvez Argote.

 

Los exámenes cumplían una función más que de castigo, de enseñanza, y a las preguntas que en principio podrían parecer impertinentes, Velásquez les daba la vuelta y las convertía en trascendentes.

 

En definitiva, lograba que el estudiante le tomara cariño a la materia y entendiera que la asistencia a clase no era una simple formalidad, sino la mejor oportunidad para adquirir conocimiento. 

 

Padre de la instrucción criminal

En 1970, se creó la Dirección Nacional de Instrucción Criminal, institución en la que Velásquez fue elegido como primer director. Ejerció el cargo hasta 1980, año en que fue nombrado magistrado de la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia.

 

Durante el ejercicio como director de la recién creada entidad, Velásquez integró las comisiones redactoras del proyecto de Código Penal, en 1974 y 1978. En la del 74, se destacó su ponencia sobre el hecho punible: planteó excluir de las causales de inculpabilidad las acciones que carecen de un contenido final. Su tesis, que seguía la concepción finalista, fue derrotada en ese entonces, pero es la que está presente en el actual Código Penal.

 

Velásquez también presentó para su discusión los artículos referentes a los delitos de estafa, apropiación indebida, usura y otras defraudaciones. Su ponencia buscó simplificar la tipicidad de cada uno de estos delitos y darles un orden lógico.

 

El primero en llegar

Antes de las 7:00 a.m., Velásquez ya estaba en su oficina de magistrado, en el Palacio de Justicia, donde ejerció por casi seis años. Allí, la dedicación y la disciplina acompañaron su trabajo, de principio a fin.

 

Sus extensas ponencias, en el que sería su último oficio, se caracterizaban por una argumentación sólida y una disquisición probatoria impecable. “Era un virtuoso en el manejo del análisis probatorio”, recuerda Jaime Córdoba Triviño, actual magistrado de la Corte Constitucional y auxiliar de Velásquez en sus primeros años como magistrado.

 

Sus análisis eran minuciosos y no dejaba al azar ningún detalle, por más insignificante que pudiera parecer. Toda la argumentación soporte de sus providencias se fundamentaba en la lógica, de la cual era fiel devoto. Para Córdoba, difícilmente puede encontrarse una persona que asuma sus responsabilidades con tanta dedicación.

 

Siempre mezcló su rigor y disciplina en el trabajo, con su gran sencillez y discreción. Nunca quiso sobresalir, tener notoriedad pública ni aparentar erudición. Como magistrado, siempre prefirió ser un sustanciador más, aunque con una remuneración un poco más alta.

 

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