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20 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 11 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Mirada Global

Un romano entre griegos

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Daniel Raisbeck

 

Si el caótico retiro de EE UU de Afganistán le ha dado la razón a algún político occidental, esa persona es Ron Paul, antiguo representante a la Cámara de EE UU y excandidato presidencial por el Partido Republicano, tanto en el 2008 como en el 2012. Pocas semanas después de los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001, cuando el 88 % de los estadounidenses apoyaba la intervención militar en Afganistán según las encuestas, Paul, un médico de profesión que prestó servicio militar en la Fuerza Aérea durante la Guerra de Vietnam, advertía a sus compatriotas desde el hemiciclo de la Cámara acerca de la futilidad de ocupar dicho país.

 

El 29 de noviembre del 2001, Paul argumentó que era un sinsentido financiar una guerra global “contra el terrorismo” sin que el objetivo fuera preciso o coherente, ni el enemigo claramente identificable más allá de un ínfimo grupo de islamistas que cruzaban fronteras nacionales con frecuencia y sin impedimento alguno. Sobre todo, EE UU no debía involucrarse en un costosísimo esfuerzo de “construcción nacional” en el corazón de Asia, mucho menos en un territorio con fuertes divisiones tribales, lingüísticas y religiosas. Según Paul, una ocupación permanente de Afganistán solo lograría convertir a las tropas estadounidenses en “un objetivo fácil” para Al Qaeda en medio de su guerra santa, la cual había patrocinado EE UU cuando el poder invasor en Afganistán era la Unión Soviética.

 

Peor aún, declaró Paul, los neoconservadores que le hablaban al oído al entonces Presidente George W. Bush –entre ellos el periodista William Kristol y el funcionario Paul Wolfowitz– ya habían redactado la lista de países que también requerían un cambio de régimen: Iraq, Irán, Libia, Sudán, Corea del Norte. De manera casi profética, el representante dijo lo siguiente: “sospecho que en el futuro no muy distante surgirá la supuesta evidencia de que Saddam Hussein fue parcialmente responsable del ataque (del 11 de septiembre), y será irresistible para EE UU tomar represalias contra él”. No obstante, los ganadores tras la ocupación de Afganistán y de Iraq serían los grupos particulares de rentistas que, a través de favores y contratos, se benefician de un gasto público desenfrenado en cuestiones militares, mientras el contribuyente al fisco asume los costos.

 

Por último, Paul advirtió del peligro de restablecer el servicio militar obligatorio, medida que impulsaban ciertos halcones y que el congresista consideraba “el máximo abuso de la libertad”, ya que, moralmente, “es indistinguible de la esclavitud”. “Debemos estar atentos para resistir el afán hacia un control del Estado sobre la sociedad cada vez mayor”, declaró Paul, “para que nuestro propio gobierno no se convierta en una mayor amenaza a nuestras libertades que cualquier grupo terrorista extranjero”.

 

Sin embargo, Paul no abogaba por una política exterior guiada por el pacifismo y la pasividad, sino por las acciones limitadas, dirigidas e inteligentes; en cuanto a Afganistán, propuso emitir patentes de corso para ajusticiar a los responsables del ataque del 11 de septiembre. Pero, como mencionó recientemente, dicha respuesta limitada “fue ridiculizada en el momento. ¿Cómo podían la máquina bélica estadounidense y sus especuladores aliados ganar miles de millones si no librábamos una guerra masiva?”.

 

La perspectiva de Paul ha sido, en esencia, constitucionalista; de hecho, el Congreso nunca le declaró la guerra a Afganistán como era necesario, sino que pasó una resolución para que Bush atacara a Al Qaeda, como explicó Paul en otro discurso en el Congreso en el 2011. En aquella ocasión, el congresista auguró –de nuevo correctamente– que, de no retirarse de inmediato de Afganistán, las tropas estadounidenses deberían permanecer en dicho país durante otra década.

 

Aunque la postura de Paul fue inicialmente marginal, ganó adeptos en la medida en que los sucesos le daban la razón. En noviembre del 2007, Paul tuvo un notorio intercambio con el exalcalde de Nueva York Rudy Giuliani, durante un debate de las elecciones primarias presidenciales del Partido Republicano en Carolina del Sur.

 

Cuando Giuliani exigió que Paul se retractara tras afirmar que la intervención estadounidense en Medio Oriente traía la consecuencia imprevista de fomentar el terrorismo, Paul se mantuvo firme al declarar que “si pensamos que podemos hacer lo que queramos alrededor del mundo sin incitar el odio, entonces tenemos un problema”. Como escribe el autor Phil Brown, del Libertarian Institute, ese momento “galvanizó el apoyo hacia Paul y lanzó el movimiento que lo convertiría en una figura nacional”, porque finalmente surgió una alternativa antintervencionista en la derecha. 

 

Pese al rechazo del establecimiento Republicano, Paul se convirtió en una estrella de internet y causó un descomunal impacto filosófico durante sus campañas presidenciales. Dado su realismo, su férrea defensa de la Constitución y su oposición a la visión utópico-burocrática que aboga por la construcción de naciones e instituciones democráticas a través del mundo, el autor Nassim Nicholas Taleb se refirió a Paul como “un romano entre griegos”.

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