11 de Diciembre de 2024 /
Actualizado hace 14 minutes | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Legaltech

La labor del jurista frente a la evolución de la inteligencia artificial

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Carla A. Sarmiento Colmenares

Abogada, LL.M.

@sarmientocarla

Cada día surge una nueva aplicación basada en inteligencia artificial (IA) para hacer más fácil, más expedito y más eficiente la labor de los abogados. Afortunadamente, estamos seguros de que nunca un robot podrá lograr, en términos de comprensión, lo que hace un ser humano que se desempeña como abogado. Las habilidades emocionales que tenemos los seres humanos difícilmente pueden ser desarrolladas por una herramienta alimentada de algoritmos y de data.

Es indudable que acercarse al mundo de la IA es fascinante. Se pueden reducir tiempos de labores que hoy en día nos llevan horas, días y semanas en desarrollar. Pero ese ahorro de tiempo es inversamente proporcional al tiempo que usamos nuestro cerebro. Y eso, sin duda, no es algo bueno.

Ahora bien, si uno analiza el tema con cuidado, puede concluir que la IA no piensa. Ella en realidad no piensa nada. Ella une, procesa y produce lo que ya muchos pensaron, lo procesa y arroja un resultado. Por eso, bien lo dice un meme: los abogados podemos estar tranquilos, porque los clientes nunca describen en detalle toda la situación que desean que uno les analice y les ayude a resolver. Es esa experiencia previa que tenemos los profesionales del Derecho lo que nos permite saber que no está completa la información, que sentimos que hay algo más que no nos han contado, ese “feeling” que nos permite hacer las preguntas adecuadas, hacer afirmaciones que nacen del producto del ejercicio de esta honorable profesión, para que el cliente confirme o corrija, y así vamos logrando obtener una clara descripción de los hechos.

Una máquina nunca será capaz de entender qué está motivando a esa persona a presentar esa acción en contra de otra persona, qué siente; qué lo motiva: ¿ego? ¿dolor? rabia? ¿Hay algo más que no ha contado?

La IA produce textos o imágenes con una instrucción que le da un humano que la extrajo de su cerebro. Entonces, es ahí donde concluimos fácilmente que, si el material que se le proporciona a la herramienta es bueno, el producto que ella nos reproducirá  también será bueno. Pero, ¿qué pasa cuando el input no sea tan bueno o, mejor dicho, sea malo? ¿No hay ya suficiente maldad en el planeta: guerras, tiroteos en colegios y lugares públicos, maltrato, depresión y suicidios, etc., como para agregar ahora la potencialidad de que esas acciones ejecutadas hasta ahora por humanos con corazón la ejecuten máquinas sin corazón?

Es momento de participar, abrir debates y actuar activamente frente a esta invasora novedad. Quizás estas advertencias podrían asimilarse a la llegada de algún invento de la humanidad en los siglos pasados frente a los cuales también hubo resistencia. Pero, en realidad, la comparación con esos eventos no pareciera ser aplicable en la medida en que la electricidad o los carros nunca podían potencialmente volverse más poderosos que sus inventores. En este caso de la IA, sí parece existir esa potencialidad.

No nos podemos paralizar frente a esta evolución acelerada de la IA. El gobierno de Italia prohibió el uso de un aspecto de la IA, porque no respeta el marco legal de la protección de datos personales; también la propia IA respondió que no se encuentra en capacidad de administrar justicia, que esa es una labor de los humanos. Se cuestiona cada vez más la protección de la propiedad intelectual, que sería el insumo de la IA para producir textos elaborados con base en los algoritmos disponibles.

Hay tantas herramientas que usan IA como uno pueda imaginar. Muchas representan un avance y desarrollo de proyectos y labores que redundarán en beneficio para la humanidad. Así nos llega una noticia que señala que el MIT (Massachusetts Institute of Technology) desarrolló una IA que puede detectar células cancerosas en los tejidos mamarios antes de que se desarrollen los tumores[1].

La IA llegó para quedarse y desarrollarse cada minuto que pasa. La pausa en el avance y el desarrollo de la IA que personalidades del mundo han solicitado será totalmente inútil. Nadie cumplirá esa pausa y seguirá avanzando y ocupando espacios.

Debemos procurar la creación de un marco regulatorio que ponga límites, pero igualmente respete libertades. Es una tarea que, aunque compleja, se debe iniciar de inmediato, antes de que las máquinas y su inteligencia propia dominen el mundo por completo y sea demasiado tarde para reaccionar.

 

[1] El Tiempo, abr. 9/23, pág. 5.

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