13 de Diciembre de 2024 /
Actualizado hace 6 hours | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Mirada Global

La libertad suiza y el autoritarismo europeo

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Daniel Raisbeck

 

En la primera década del siglo XX, Suiza se encontraba rodeada de monarquías con diferentes grados de autoritarismo. Como anota el periodista Hansjörg Müller, al norte estaba la Alemania de los Hohenzollern; al oriente, el Imperio Austro-Húngaro de los Habsburgo; al sur, el reino italiano de Víctor Manuel III de la Casa de Saboya. Solo la República Francesa al occidente había sacudido el gobierno monárquico, aunque esto fue el resultado de la derrota militar ante Alemania en 1870-1871, la cual puso fin al Segundo Imperio de Napoleón III. Previamente, los intentos gálicos de crear una república habían desatado el Terror de la Revolución Francesa y concluido con la coronación de Napoleón Bonaparte.

 

La historia política de Suiza era del todo distinta. En 1291, las comunidades de Uri, Schwyz y Nidwalden, futuros cantones, firmaron un Pacto Federal (Bundesbrief), el cual algunos consideran el primer documento en la historia de lo que se convirtió en la Confederación Helvética. Su importancia radicó en que “los tres cantones del bosque” (Waldstätten) se comprometieron a defenderse mutuamente de cualquier agresión exterior. Su incertidumbre surgía de la posibilidad de que, tras la muerte de Rodolfo I de Habsburgo (1218-1291), quien había concedido privilegios de libertad a Schwyz y posiblemente a Uri, el Sacro Imperio Romano Germánico no respetara esta autonomía.

 

En 1314, cuando “los tres cantones” apoyaron la aspiración al trono del Sacro Imperio de Luis de Baviera, miembro de la Casa Wittelsbach, Federico de Habsburgo, apodado El Hermoso, impuso sobre ellos la proscripción imperial (Reichsacht), la cual anulaba todos sus derechos. En 1315, el ejército de Leopoldo I, duque de Austria y hermano de Federico, invadió Suiza, donde lo derrotaron las comunidades confederadas en la Batalla de Morgarten, al sur de Zurich.

 

En diciembre de ese año, Schwyz, Uri y Nidwalden firmaron un nuevo Pacto Federal, que confirmó la garantía de los derechos en cada territorio y creó una política exterior común. Como escribe el historiador Josef Wiget, “hasta el final del siglo XIX, los cronistas consideraron el pacto de 1315 el documento fundacional de la Confederación (Eidgenossenschaft)”.

 

Aunque la guerra contra los Habsburgo continuó y los suizos se enfrentarían luego a otras monarquías, la confederación creció y tuvo éxito al mantener su libertad. Como escribió el escritor helvético Robert Walser en 1902, “los demás países nos admiran porque podemos gobernarnos por sí mismos. No cedemos ante un rey ni ante un emperador”.

 

A diferencia de otros países europeos con un pasado absolutista, Suiza rechazó el ingreso al Espacio Económico Europeo, predecesor de la Unión Europea (UE), por medio de un referendo en 1992. Como comenta Müller, la incompatibilidad entre la tradición suiza de gobierno federal y el modelo centralizador de la UE se debe en buena parte a la práctica helvética de la democracia directa.

 

Si cualquier ciudadano suizo “propone algún tipo de legislación y reúne las firmas de 50.000 compatriotas que lo apoyen, el Estado se ve obligado a llevar a cabo un plebiscito para decidir si se adopta o no la propuesta”. En los últimos años, los votantes suizos han escandalizado a la opinión progresista europea al rechazar en las urnas la introducción de un salario mínimo nacional y al votar a favor de la prohibición de los minaretes. No obstante, la tradición democrática suiza exige que se cumplan los resultados de los plebiscitos.

 

La tendencia en la UE es del todo opuesta. En el 2005, cuando los franceses y holandeses rechazaron la Constitución Europea en las urnas, las autoridades de la UE ignoraron los resultados democráticos e introdujeron su constitución a través del Tratado de Lisboa. Cuando los irlandeses votaron en contra de dicho tratado en las urnas en el 2008, la UE los obligó a votar de nuevo para aprobarlo. El pasado marzo, el polaco Donald Tusk, entonces presidente del Consejo Europeo, declaró que Gran Bretaña debería cancelar el brexit aprobado en la votación del 2016. Tales posturas confirmarían la declaración del portugués José Manuel Barroso, presidente de la Comisión Europea en el 2007, cuando declaró orgullosamente que la UE era un imperio.

 

El pasado 1º de julio, en la última versión de la lucha entre una Confederación Helvética independiente y un imperio continental, la UE prohibió a las empresas de sus países cotizar en las bolsas de valores suizas. La razón: Bruselas busca presionar a Suiza para que apruebe rápidamente una serie de medidas para acelerar la integración económica con la UE, mientras que los suizos temen terminar con compromisos como el pago de subsidios a ciudadanos de terceros países.

 

Inicialmente, la estrategia de Bruselas no ha sido efectiva; Suiza tomó represalias al prohibir que sus empresas -entre ellas gigantes como Nestlé y Novartis- coticen en las bolsas europeas. Tal como en 1315, los suizos no han sucumbido bajo la intimidación de un poderoso vecino con ambiciones hegemónicas.

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