Mirada Global
Cómo llevar a cabo la ruina socialista: el caso del control de los precios
Daniel Raisbeck
En un artículo reciente del Washington Post, el periodista venezolano Francisco Toro aseguró que el socialismo no es responsable de la calamidad económica que aflige a su país. Toro argumenta que los ejemplos de Perú bajo Ollanta Humala (2011-2016) y Bolivia bajo Evo Morales, quien lleva en el poder desde el 2006, demuestran que los socialistas del siglo XXI pueden liderar el crecimiento económico, reducir la pobreza y hasta manejar las finanzas estatales con prudencia.
La debilidad de esta tesis es que no toma en cuenta lo que podríamos llamar “los siete pasos hacia la ruina socialista”: controles de precio, expropiaciones, impresión desatada de dinero, controles cambiarios, creciente déficit fiscal y deuda externa, incremento de salarios por decreto y planificación central económica en manos de las Fuerzas Armadas.
Analizar cada punto requeriría de un espacio amplio, pero vale la pena concentrarse en el control de precios, una política insigne de Hugo Chávez desde cerca del inicio de su mandato.
Como explicó el economista Ludwig von Mises, los precios impuestos por decreto sin relación real a los costos de producción y fijados por debajo de los niveles del mercado necesariamente causan escasez. En el caso de la leche, por ejemplo, los controles de precio motivarán a los productores a dejar de vender el producto para evitar pérdidas. El resultado será menos leche en el mercado y precios mucho mayores (en el mercado negro) para aquella disponible.
En el 2003, Chávez les declaró la guerra a los “especuladores” e impuso controles de precio no solo sobre la leche venezolana, sino también sobre el azúcar, el café, la carne de res, el pollo, el maíz y las pastas. Según cifras oficiales poco confiables, la escasez de los bienes afectados aumentó del 5 % al 22,2 % en 10 años.
En el 2011, el régimen bolivariano extendió los controles de precio al jabón, los detergentes, el champú, el papel higiénico, el enjuague bucal, el jugo de frutas y otros productos. Para dar solo un ejemplo, el papel higiénico ya era escaso en Venezuela al morir Chávez en el 2013, cuando el régimen importó 50 millones de rollos.
En el 2016, la escasez de productos básicos fue del 82,6 % en Caracas, la ciudad mejor abastecida de Venezuela según la firma encuestadora Datanálisis. Las condiciones solo se han deteriorado desde entonces, sobre todo porque la drástica caída del precio de crudo en 2014 pulverizó la política del régimen de importar alimentos con ingresos petroleros. El año pasado, la comida en Venezuela era excesivamente cara para el 93 % de los ciudadanos. Contrario a lo que afirman ciertos apologistas, tal debacle no se debe a los precios del petróleo, sino a los controles de precio y a la hiperinflación (ver punto # 3).
Una de las razones por las cuales Perú y Bolivia no han padecido un sufrimiento similar es que sus líderes, más allá de su retórica o afiliación política, o han omitido el primero de los siete pasos hacia la ruina socialista o no lo han implementado con tanto vigor como Chávez.
Humala, pese a su inicial afinidad al chavismo, no gobernó como un socialista, sino que respetó y sostuvo en gran medida lo que Ian Vásquez del Cato Institute describió como la “exitosa democracia de mercado” peruana. Crucialmente, Humala no interfirió con el orden constitucional, el cual determina que los precios en Perú no deben ser manipulados a menos de que haya una evidente falla de mercado.
Morales es mucho más similar a Chávez; ha devastado el Estado de derecho y establecido una lamentable autocracia, pero sus medidas económicas han sido algo menos destructivas.
En el 2008, Morales impuso un precio máximo sobre la soja, el azúcar, el sorgo, la carne de res y el alcohol, prohibiendo también la exportación de estos productos. Cuando las empresas, enfrentando pérdidas, recortaron la producción, Bolivia enfrentó la escasez y se vio obligada a importar estos bienes. Morales, sin embargo, reaccionó en el 2017 al llegar a un acuerdo con los productores y liberalizar el mercado.
Aunque Morales anunció que la liberalización estaba condicionada a la promesa de precios internos “justos”, en realidad estaba reconociendo que el único precio justo es aquel que determina el mercado. Mientras Chávez redobló su apuesta por los controles de precio pese a la evidencia irrefutable de su fracaso, Morales -por lo menos en este caso- aprendió de sus errores y permitió que las fuerzas del mercado salvaran a su país de la (autoinflingida) escasez colectiva.
Contrario a lo que argumenta Toro, el ejemplo de Morales no sugiere que el socialismo funciona en ciertas ocasiones. Solo apunta a que el mandamás boliviano, como los vendedores de camisetas con la imagen del Che Guevara, es habilidoso a la hora de proyectar una imagen colectivista mientras cede, así sea con reticencia, ante los beneficios del libre mercado.
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