11 de Diciembre de 2024 /
Actualizado hace 4 hours | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Curiosidades y…

Pecados y debilidades (I)

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Antonio Vélez

 

Durante el largo trasegar evolutivo, la selección natural, con el fin de incrementar la eficacia reproductiva del Homo sapiens, descubrió e incorporó en su dotación genética ciertas características sicológicas que en épocas primitivas pudieron tener ventajas evolutivas, pero que, en la vida moderna, muchas de ellas se han convertido en trabas para lograr una perfecta organización de la sociedad humana. Algunas son pecados modernos que en un pasado remoto constituyeron virtudes biológicas. Pecados capitales aún incrustados en nuestros genes y, por lo mismo, difíciles de contrarrestar usando el ejemplo y la enseñanza. Difíciles de domesticar. Se pueden reprimir a veces, pero no erradicar. Y son mucho más de siete: agresividad exagerada, egoísmo y nepotismo, lujuria, promiscuidad, gula, codicia, abuso del poder, avaricia, ira, sed de venganza, odio, vanidad, orgullo y soberbia, cobardía, pereza, hipocresía, xenofobia…

 

Por desgracia para los que piensan bien del hombre, la evolución premia por lo regular aquellas características que renten dividendos reproductivos, muchas veces marchando en contra del bien común. Para la evolución, es más importante una característica que redunde en el bien individual que una que beneficie a la mayoría. Y, justamente, una buena parte de los criterios éticos se basa en sancionar los comportamientos que vayan en contra del bien colectivo. De ahí que muchos mandatos se muevan en contravía de nuestro diseño. Por desgracia para nuestros deseos, desde la perspectiva evolutiva, los vicios y pecados son virtudes. En verdad os digo, el reino de este mundo no pertenece a los buenos. Por eso se ha inventado, creen algunos, el reino celestial, en el que las cosas se invierten. Se dice que, en la carrera de la evolución, los tipos buenos terminan de últimos. Robert Wright anota: “Veamos, por analogía, los antiguos siete pecados capitales. La soberbia, la ira, la envidia, la avaricia, la gula, la lujuria y la pereza tienen un gran potencial para causarnos problemas. No obstante, puede considerarse que cada uno ellos es una exageración de características que son útiles y a veces necesarias para sobrevivir”.

 

Los códigos penales y muchos preceptos religiosos se han elaborado pensando precisamente en frenar las tendencias naturales del hombre, pero los logros obtenidos no entusiasman a nadie. En realidad, están en deuda con nosotros, pues esperaríamos que los controles fuesen más efectivos. Y, se pregunta uno, ¿por qué alguien, supuestamente egoísta, estaría interesado en regular la conducta de los humanos por medio de leyes, si ellas mismas se devolverían contra el mismo promotor al regular también su propia conducta? La respuesta es simple: porque de esa manera se controla a la mayoría, y eso le conviene a la minoría que establece las leyes. El hecho de controlar el colectivo les permite sobrevivir sin demasiada lucha; de lo contrario, los antisociales, sin sanción, les harían la vida imposible.

 

Aclaremos que los pecados mencionados se han observado en todas las sociedades estudiadas, lo que demuestra que son universales humanos. Aclaremos, así mismo, que hay virtudes, también de carácter universal, y que hay personas virtuosas. La moralidad humana se da en todos los grados, desde las peores alimañas que han ocupado el planeta, hasta personas que han servido de ejemplo por sus virtudes. El ser humano promedio cae en el justo medio.

 

El enfoque evolutivo permite explicar de manera elemental la aparición de los pecados mencionados, ya que la mayoría de ellos proporcionan ventajas al individuo. El biólogo J. B. S. Haldane dijo alguna vez que hay dos razones para que los humanos no nos convirtamos en ángeles: la imperfección moral y el plan corporal, que no permite acomodar al mismo tiempo dos brazos y dos alas. Sin embargo, también se pueden explicar ciertas virtudes, que en ocasiones se contraponen a los pecados. No hay contradicción: así como en ciertos momentos de la vida cedemos a los impulsos negativos, en otras, y de manera espontánea, nos comportamos virtuosamente. En ciertos momentos somos egoístas sin corazón, y en otros nos compadecemos y damos un poco al vecino necesitado. En cada persona coexisten las dos personalidades, en lucha permanente. La buena casi nunca gana.

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