13 de Diciembre de 2024 /
Actualizado hace 2 hours | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Doxa y Logos

Nuevo comienzo

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Nicolás Parra Herrera

Lo que define al ser humano no es su sociabilidad, como creía Aristóteles, ni su erotismo, como milenios después lo diría Freud, ni tampoco su racionalidad, como nos lo han hecho creer desde Descartes. No. El ser humano, como bien lo dijo Hannah Arendt, se define por su capacidad de empezar de nuevo, de nacer. Somos animales con la capacidad de comenzar. Desde luego, hemos creado tecnologías que refuerzan esa forma de ser desde los ciclos de facturación y calendarios tributarios hasta las celebraciones de año nuevo. Esas ficciones nos ayudan a conservar la esperanza no solo de que las cosas pueden ser distintas, sino que pueden ser mejores. Cuando queremos cambiar nuestro rumbo vital, la idea de que somos seres que inician es liberadora. En otras palabras, podemos ser las personas que nunca hemos sido. Pero, ¿qué ocurre si en lugar de comenzar de nuevo, pretendemos que las cosas permanezcan como son? ¿Acaso no somos también los animales que conservan?

Los museos, las bibliotecas, los mitos e historias que pasamos de mano en mano y nuestra pulsión de dejar huella, física o digital, en este mundo, son unas pequeñas muestras de que nuestra capacidad de iniciar se contrapone a nuestra, no menos importante, capacidad de conservar. Somos seres que nacen y preservan, que inician y recuerdan, porque la memoria es una forma de actuar y nuestras acciones son otra forma de recordar.

Siempre que llega enero –o January, como le dicen los anglosajones, aludiendo a su etimología mítica: Jano era el dios de las puertas, de los comienzos y finales— escribimos las listas de quiénes queremos ser y dejar de ser; qué queremos hacer y dejar de hacer; qué práctica completará nuestra rutina y le dará sentido a nuestra existencia y qué práctica debemos evitar para no seguir en la senda del aburrimiento y la frivolidad. Esas listas, ustedes lo saben, parecen pagarés en blanco o promesas de obligaciones de hacer y no hacer que serán leídas por nuestro futuro yo con algo de decepción y frustración en su eventual incumplimiento. Aunque, a veces, también hay que reconocerlo, damos en el clavo y pese a que el año se torna en una lucha interna, adquiere un desenlace feliz. Cumplimos con lo que habíamos imaginado un año atrás. Pasa, aunque no es lo usual.

Ocasionalmente, imagino que una práctica más saludable es hacer una lista de las cosas que queremos conservar. Nuestra tendencia a iniciar cosas y nacer de nuevo nos ciega frente a aquello que ya ha nacido en nuestra vida. Una lista que diga: espero que, al final del año, el bonsái que tengo en mi cuarto se conserve, la salud de mis padres se mantenga, el señor de la tienda de la esquina mantenga su trabajo y el mundo siga girando alrededor del Sol. Con la situación geopolítica actual, la guerra en las puertas de Europa, la inflación como un pez globo y nuestra amnesia individual y colectiva que nos lleva a repetir nuestros errores, se nos olvida de que, incluso, nuestra capacidad de nacer y empezar de nuevo es hoy más frágil que en otros tiempos. Quizás lo que nos salvará no es convertirnos en otras personas distintas a las que somos, sino recordar todo lo que hemos hecho y preservado para poder darle la vuelta al mundo, otra vez más, en 365 días.

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