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26 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 1 hora | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Verbo y Gracia

Los nombres propios sí tienen ortografía

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Fernando Ávila

Fundación Redacción

feravila@cable.net.co

 

He oído muchas veces la frase “Los nombres propios no tienen ortografía”. A ese disparate contesta la Ortografía de la lengua española, OLE, 2010, con el título del capítulo 7: “Ortografía de los nombres propios”. Un título contundente.

 

Los nombres propios incluyen topónimos (nombres de lugares) como Jerusalén y Belén, con n final y no con m; exónimos (nombres geográficos adaptados), como Río y París, con tilde; Maguncia (traducción de Mainz) y Pekín (en vez de Beijing, inglés); siglas y acrónimos, como ONU, con mayúscula fija; Unesco, con solo inicial mayúscula, y Fundéu, con tilde.

 

En el capítulo 7 de la OLE tienen especial relevancia los antropónimos (nombres de personas). Que los nombres de pila se pueden pluralizar, los Alonsos, las Marías, las Juanas; que los apellidos no se pluralizan, los Alonso, los Ávila, los Paz; que los diminutivos o hipocorísticos se acomodan a la norma morfológica general, Dani, Santi, Beti, y no Dany, Santy, Betty.

 

Es frecuente que nombres y apellidos se escriban sin tilde, pero se pronuncien con acento en una sílaba que exige tilde. Así, Oscar, Omar, Edgar, Ingrid suelen corresponder a los sonidos Óscar, Ómar, Édgar, Íngrid, que deben tildarse por ser palabras graves terminadas en consonante distinta de n y s. En español, no lo olvidemos, se debe procurar que los sonidos correspondan a la escritura y la escritura a los sonidos. Las tildes existen para eso. No tiene sentido escribir Yuberjen, Angelica y Erika (que suenan Yubérgen, Angelíca y Eríka) y pronunciar esos nombres Yuberjén, Angélica y Érika.

 

En 1996 tuve la oportunidad de comenzar a marcar tildes en mayúsculas en el diario El Tiempo, donde me desempeñaba como defensor del lenguaje. La primera vez que tildé los nombres de periodistas como ÁNGELA, ÁLVARO, TIBANÁ... recibí en mi oficina la visita de varios de ellos. Llegaban a protestar por la escritura de sus nombres y apellidos distinto a como los habían escrito durante toda su vida y distinto a como figuraba en sus respectivas cédulas de ciudadanía. Los desarmé comparando escritura con pronunciación. Les dije que ellos no se llamaban Angéla, Alváro, ni Tibána, sonidos resultantes de la escritura sin tilde, Angela, Alvaro, Tibana.

 

Los editores sufren a la hora de escribir el nombre de entrevistados que dicen llamarse Álex, Alexánder, Paláu, pero escriben y exigen que los demás los escriban sin tilde, Alex, Alexander, Palau.

 

Todo este asunto alcanza su punto crítico cuando se establece que los títulos universitarios deben llevar el nombre del licenciado, magíster o doctor tal como aparece en su cédula. Por fortuna los pocos títulos que yo tengo, una licenciatura y un par de especializaciones, dicen Fernando Ávila Gómez, mi nombre verdadero, y no Fernando Avila Gomez, que suena Fernándo Avíla Goméz, como figuro en mi cédula, ¡perdón!, no en mi cédula, sino en mi cedula, que es como está escrito el nombre del documento.

 

Así como este país no se llama Republica (que suena Republíca), sino República, y el documento de identidad no se llama cedula de ciudadania (que suena cedúla de ciudadánia) ni la ciudad de expedición se llama Bogota (que suena Bogóta), sino Bogotá, tampoco yo tengo los apellidos Avila Gomez, sino Ávila Gómez.

 

La única tilde que tiene mi cédula es la de Sánchez, apellido del registrador de turno.

 

La Ortografía de la lengua española dice que el logotipo no constituye pauta ortográfica para escribir el nombre de una empresa, como si uno tuviera que escribir el nombre del Éxito, EXITO, sin tilde, como su antiguo logotipo, ni éx!to (con el signo de exclamación de cierre (!) en vez de la i), como el actual, tampoco la cédula, elaborada sin tildes ni diéresis, puede constituir pauta ortográfica para la escritura de los nombres propios de las personas.

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