12 de Diciembre de 2024 /
Actualizado hace 19 minutes | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Doxa y Logos

‘Klara y el Sol’

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Nicolás Parra Herrera

@nicolasparrah

 

Al finalizar el año me gusta retomar lecturas alejadas de los temas y debates en los que habito. No suelo utilizar mis vacaciones para seguir leyendo sobre aquello que escribo y enseño. Las vacaciones son para mí interrupciones en sentido amplio: la interrupción de la rutina, del trabajo, de la música que normalmente escucho, de los sitios que frecuento y de los libros que leo. Apenas inició este periodo de interrupción, comencé a leer Klara y el Sol (Anagrama 2021), la última novela de Kazuo Ishiguro, Nobel de Literatura, también autor de la conmovedora novela Los restos del día, luego llevada al cine, con la actuación magistral de Anthony Hopkins en uno de sus mejores papeles, quizás solo superado por su actuación en la película El padre.

 

Ishiguro es un escritor cuya pluma vitaliza los narradores que lo llevan a uno de la mano en sus novelas. Quizás por eso en Klara y el Sol, Klara, una amiga artificial y narradora de la novela, va paulatinamente experimentando el encuentro con el mundo y los humanos. Klara descubre la frontera entre los humanos y los robots para explorar la soledad y el amor. Klara es adquirida para cuidar a Josie, una niña enferma, a quien Klara se dedica a estudiar y cuidar y a hacer todo lo que esté a su alcance para que Josie se recupere. La novela de Ishiguro es un Bildungsroman. Como las novelas románticas, gravita sobre la edificación del carácter moral del héroe mientras supera los avatares de la existencia. Pero a diferencia de ellas, no gira alrededor de un héroe humano, sino de un robot que busca su identidad mientras aprende a vivir con Josie y su amigo (y amor), Rick.

 

La inteligencia artificial es ya un lugar común en todas las disciplinas. En el Derecho y disciplinas afines, libros como Atlas of AI, Between Truth and Power, Weapons of Math Destruction y The Coming Good Society: Why New Realities Demand new Rights demuestran un creciente interés en la inteligencia artificial. Y la literatura tampoco se queda atrás. Recientemente, los cuentos de Ted Chiang, las novelas de Philip K. Dick y los clásicos de Isaac Asimov comprueban que el tema cada día adquiere más importancia, a la vez que succiona nuestra atención en la cotidianidad. Incluso se podría decir que la idea del robot es antigua en la literatura. Antes tomaba la forma de un Frankenstein, como en Shelley, o de un Gólem, como en el poema de Borges, pero aquí el robot es una creación humana conmovedora que, en lugar de someter a sus hacedores a su arbitrio, se somete a sí misma a la curiosidad de conocer a sus creadores.

 

La idea de que con algoritmos y machine learning podamos predecir nuestros gustos, acciones y hábitos incita preguntas existenciales sobre la libertad humana y sobre lo distintivo de lo humano. Pero Ishiguro, en lugar de dibujar una utopía (o distopía), opta por explorar la cercanía entre lo humano y lo artificial. Utiliza un robot para recuperar el asombro de lo que significa ver el sol, avistar la profundidad y los matices de la percepción, descubrir las intenciones de las personas y engañarnos por sus emociones. Y descubre que los humanos a veces escogen la soledad. “Que a veces hay fuerzas más poderosas que la de evitar la soledad”.

 

Ishiguro logra a través de una ciencia ficción realista (si ese género es posible) mostrarnos que el amor y la soledad son dos facetas de la misma experiencia. El amor no significa estar con alguien, vivir con alguien y hacer un proyecto de vida conjunto. El amor significa, como le dice Rick, el amigo de Josie, a Klara, “estar juntos a otro nivel, más profundo, incluso si uno va por ahí y no se ve más con el otro”. El amor es la búsqueda de una persona que se asemeje a nuestro primer amor. Una búsqueda que puede (y suele ser) solitaria. Pero que en un sentido extraño y profundo también nos llena: tratamos de salvarnos unos a otros y estamos dispuestos a sacrificarnos por otros para luego darnos cuenta de que el tiempo pasa y lo que queda es esa pulsión que nos lleva a buscar amores viejos en los nuevos.

 

La novela a lo mejor como la gran literatura nos deja varias preguntas: ¿hay algo singular, específico y exclusivo de los humanos?, ¿será que estamos llegando a un mundo en el que, como dice el padre de Josie, “la ciencia ha probado ahora más allá de toda duda razonable que no hay nada único sobre mi hija, nada que las herramientas modernas no puedan excavar, copiar y transferir”?, ¿será que hemos amado y odiado sobre la premisa equivocada: que lo humano es el ámbito de lo irreproducible, irrepetible e inexorable? Ishiguro no se decanta por ninguna de las posibilidades, pero esta novela sacude esa dicotomía en la que hemos construido el mundo contemporáneo entre lo humano y lo tecnológico, el corazón y la inteligencia artificial, Klara y el Sol. Y con suerte al leer no solo interrumpamos nuestros sesgos sobre la inteligencia artificial, sino también nuestras certezas sobre lo humano. Como en las vacaciones, esta novela nos invita a interrumpirnos para pensar qué significa amar en un mundo donde creemos no estar solos.

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