Crítica Literaria
‘Ya nadie llora por mí’, de Sergio Ramírez
Juan Gustavo Cobo Borda
El inspector Dolores Morales, surgido en la novela policial de Sergio Ramírez titulada El cielo llora por mí (2008), actuará, como eje, de esta segunda: Ya nadie llora por mí (2017). El mismo año en que Ramírez obtuvo el Premio Cervantes.
Ahora Morales ha perdido su cargo en la policía sandinista y se ha visto obligado a crear una agencia de investigación, dedicada ante todo a casos de adulterio, situada en un achacoso centro comercial de Managua.
Lo acompañan su fiel asistente, doña Sofía, y su amante, doña Fanny, casada y telefonista.
De golpe la vida de Morales cambia. Uno de los hombres más ricos del país, con jet y helicóptero propio le encarga una pesquisa para averiguar dónde se ha escapado la hija de su mujer. Y aquí es donde el ojo de la narración se abre en múltiples direcciones. Los ricos como Miguel Soto Colmenares y su entenada, Marcela. Hay otra línea de referencia en la novela donde un muerto, Lord Dixon, compañero de policía de Morales, le susurra observaciones, ángulos que no ve o el carácter de las personas que debe interrogar. Una muy rica variedad de miradas que nos van dando el informe, rico en detalles, cambios y descripciones acertadas de la Managua de los mercados, las iglesias evangélicas, los azarosos barrios y el clima de una sociedad que cambia y donde todos los que aparecen se llamarán Justin Bieber o Rambo, ya sean choferes o matones.
Desde el inicio percibimos el gozoso disfrute, con humor e ironía, con el que Ramírez saborea el hablar popular o se refiere a la famosa revista ¡Hola! como la Biblia de las peluquerías.
Estamos en un mundo de celulares y redes sociales, de franquicias como McDonald’s o Papa John’s y también de la astucia nativa, para rebuscarse la vida, en la picaresca del oficio inverosímil o los padrinos menos pensados.
La novela da un giro radical cuando se sabe que Marcela fue violada joven por su padrastro y siguió siendo abusada por años. Este trauma sería la razón de su fuga, agravada por la silenciosa indiferencia de su madre, doña Angela, devota del Padre Pío, las obras sociales y quien duerme con hábito de capuchino.
La peripecia nos llevará al Tabernáculo del Ejército de Dios, donde una gringa ya vieja oficia de pastora de esta iglesia adventista creada por su marido con el cual se vinieron desde Alabama. Aquí, como en toda la novela, se suscitan nuevas historias sobre el sandinismo o sobre los Somozas. En el Tabernáculo, las colas para recibir comida o bañarse en un goyesco espectáculo de drogadictos, consumidores de pegante o prostitutas arrevolveradas. Una verdadera corte de los milagros donde se refugia Marcela Soto. Otros personajes inolvidables como Vademécum, alcohólicos y jugadores de casino, enriquecen el suspenso, la variedad y la indagación muy crítica de un submundo de acaparadores, negociantes y empresarios corruptos como el Rey de los Zopilotes, en el mercado que dominan.
Entre todos ellos avanza el inspector Morales, con su Lada ya destartalado, cruzado de una guerra laica, cojo y, sin embargo, capaz de resolver el caso y ver cómo la denuncia que la hija terminará por hacer del padre tendrá la eficacia momentánea de un video subido a la web. El encanto de esta novela, cruda y vertiginosa, sonriente en definitiva, no cesará.
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