Doxa y Logos
Una paz difícil: tiempo y coherencia
Nicolás Parra
n.parra24@uniandes.edu.co / @nicolasparrah
A partir del 2 de octubre, se ha transformado nuestra manera de sentir y experimentar el tiempo. El vertiginoso abismo de incertidumbre que se metía en nuestro tejido social, entraba para quedarse. El tiempo, como lo recordó Julieta Lemaitre un día después de las elecciones en La Silla Vacía, comenzó a marchar diferente: un tiempo más concentrado, más asfixiante, ni lento ni rápido, simplemente un tiempo fragmentado que anda de noticia en noticia, de imagen en imagen; un tiempo que no da tiempo, pero que se ha sedimentado en lo más hondo de nuestro ser, como una garrapata perforando nuestra piel. Y el vértigo continúa. Pocas veces he sentido de manera tan nítida que nuestra percepción del tiempo está atravesada por nuestras decisiones y destinos políticos. El tiempo ya no se mide en horas ni en minutos, ni en mañanas, tardes y noches, sino que transcurre de declaraciones en declaraciones, de escándalos en premios, de marchas del silencio en gritos de recuerdo en ceniza. Todos estos eventos políticos –que hoy son la medida de nuestro tiempo– logran desestabilizar nuestras categorías con las cuales pensábamos quiénes éramos y a dónde íbamos. Ese marcapasos político de las últimas semanas –como toda conciencia temporal, de finitud o de limitación– ha traído consigo unas preguntas fundamentales que permanecían en el subsuelo de la sociedad colombiana: ¿Quiénes somos realmente? ¿A dónde vamos? Cuando nos chocamos con los límites de lo que no puede ser y frente a lo que no hay suficiente tiempo, nacen estas preguntas de los heraldos negros para orientarnos y comprender qué es lo que realmente creemos en esta coyuntura política.
Siempre he creído, siguiendo a la filosofía pragmatista norteamericana, que una creencia es una disposición para actuar de una u otra forma. Cuando me digo a mi mismo: creo que fumar es malo y, sin embargo, salgo a la calle a fumarme un cigarrillo, en realidad me estoy autoengañando o incurriendo en lo que los griegos llamaban akrasia (falta de mando o poder). Cuando alguien da la paz en misa y sale a la calle a actuar con violencia, existe otro claro ejemplo de autoengaño. Esto significa sencillamente que si todos creemos en algo, ese algo tiene que ser una disposición para actuar en el mundo y reconfigurar nuestra relación con los otros, de tal suerte que sea coherente con lo que creemos. Si es verdad que el pensamiento dicotómico del Sí y el No, tenía un anhelo de paz en común, pues esa creencia “yo quiero la paz” tiene que convertirse en una disposición para actuar en el ámbito privado, social y político, así como en nuestra relación con los otros, con el mundo y con nosotros mismos. Decir que uno tiene una creencia X es muy fácil. El lenguaje nos permite decir cualquier cosa, pero no todo lo que decimos refleja realmente lo que creemos. Pero en sentido contrario, lo que verdaderamente creemos sí refleja lo que somos.
En gran parte, somos la colección de nuestras creencias, aquellas que nos llevan a actuar y exhibirnos frente a los demás de una forma y no de otra. Necesitamos recordar que una de las virtudes éticas más relevantes en estos tiempos sísmicos es la coherencia: es dejar de decir que creemos en algo, pero actuamos en sentido contrario. Un test de conducta coherentista nos exigirá hacernos la pregunta: ¿Esta acción refleja lo que yo he dicho que creo? ¿Esta acción promueve o adelanta los principios o valores con los cuales me autoidentifico según mis creencias? Si hay un valor o anhelo común entre los colombianos, como lo es la paz, es posible que ese valor nos interrogue en nuestro actuar y nos vigile constantemente para no caer en la akrasia, en la incoherencia y en el facilismo de separar el decir del actuar que es síntoma de pura mezquindad y ausencia de humanidad.
A partir del tamiz de la coherencia, podemos comenzar a construir un vocabulario común que nos permita extrapolar las creencias comunes en acciones, que nos permita traducir lo intraducible y transformar un país bicéfalo para acercarnos a un lugar y tiempo donde palabras como esperanza, comunidad, paz, tranquilidad, diálogo, respeto y dignidad humana sean términos que puedan ser traducidos y comprendidos por las diferentes formas de vida que coexisten en Colombia y sean creencias entendidas como verdaderas disposiciones de actuar para enmendar e hilvanar una paz difícil donde los contrarios coexisten y el tiempo vuelva a transcurrir en mañanas, tardes y noches.
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