Curiosidades Y...
Un momento estelar de la cultura
Antonio Vélez M.
Describir los momentos estelares de la cultura humana es una tarea interminable, así que debemos seleccionar aquellos que por algún motivo personal sean los preferidos, y cometer injusticas a granel. Se trata de recordar aquellos momentos históricos en que alguien concibió una idea genial.
La historia de la cultura comienza con la de la escritura, pues antes de ella vivíamos en la oscuridad de la prehistoria. Después de ella pudimos guardar nuestros acciones y pensamientos y hacer que sobrevivieran al tiempo y pudieran volar por el mundo entero. Apareció la escritura, en Mesopotamia, alrededor del año 3500 antes de nuestra era. Con un estilete de forma triangular se presionaba sobre la arcilla blanda. Se trataba de la escritura cuneiforme, basada en elementos pictográficos. Simultáneamente con los sumerios, los egipcios avanzaron en su escritura jeroglífica, mientras que los chinos desarrollaron también otra forma muy particular de escribir. A mitad del siglo III a. C., los sumerios desarrollaron una escritura silábica que copiaba la fonología y la sintaxis del idioma hablado.
Un salto cultural importante se obtuvo al disponer de un elemento liviano sobre el cual se pudiese escribir. Los egipcios comenzaron a hacerlo sobre hojas de papiro, que fabricaban con tallos de dicha planta bien machacados, y para escribir se valían de un tallo cortado oblicuamente, o de una pluma de ave. Las tiras de papiro se enrollaban sobre cilindros de madera, y el texto, dispuesto en columnas, se escribía por una sola cara. Ni pensar en transportarlos con uno: las crónicas de Ramsés III, por ejemplo, sobrepasaban los 40 metros de longitud. Los romanos utilizaron tablas de madera cubiertas con cera en las que se podían imprimir y borrar los signos con la ayuda de un estilete. El códice –primeros libros– sustituyó al rollo: ya no era un cilindro continuo, sino un conjunto de hojas cosidas, un objeto manejable, que podía ponerse sobre una mesa, y de esa forma se facilitaba la lectura. Fue este formato tan eficaz que todavía se utiliza, 1.500 años después de su aparición.
Los chinos fabricaban papel a partir de residuos de seda, paja de arroz, cáñamo o algodón. Pasaron 500 años hasta que, en el 610, el invento se introdujo en Japón, luego, llegó a los árabes, y estos lo llevaron a España en el siglo X. Durante la Edad Media, en Europa se utilizó el pergamino: pieles curtidas de carnero, vaca, asno y antílope. Como el pergamino era demasiado costoso, a partir del siglo VII se popularizó la mala costumbre de borrarlos para volver a escribir en ellos (palimpsestos), y así se perdió una cantidad enorme de obras importantes. Sin embargo, en Europa, a partir del siglo XIV, se dispuso del papel, un elemento más barato, que remplazó al pergamino y permitió una difusión más amplia de la cultura.
Pero el paso más importante no se dio hasta que Johannes Gutenberg construyó la primera imprenta. Y con ella apareció la página impresa, uno de los momentos más luminosos en la cultura humana. El conocimiento se replicó con entera libertad. La página se multiplicó y apareció el libro económico, otro momento estelar en la cultura humana. La cultura viajó de un continente a otro en libros, periódicos y revistas. Una edición del año 1502, en Maguncia, impresa por Peter Schöffer, dice: “Este libro ha sido impreso en Maguncia, ciudad donde el arte admirable de la tipografía fue inventado en 1450 por el ingenioso Johannes Gutenberg, y luego perfeccionado a costa y por obra de Johann Fust y de Peter Schöffer, entre otros...”.
Otro gran momento estelar ocurrió con la invención de la máquina de escribir, una imprenta personal, portátil, reina de las letras por más de medio siglo, hasta que se inventaron los computadores y se desarrolló el procesador de palabra. Este último salto fue largo y alto: escritura cómoda, letras perfectas y en todos los tamaños y formas, espacios variables entre líneas y entre párrafos, alineación de párrafos, sangrías y tabulados, corrector de gramática y ortografía a la mano, sinónimos y antónimos al segundo, diccionarios a la distancia de un clic, buscadores de información en la red, la sabelotodo, más la posibilidad del tramposo “corte y pegue”. Luego llegó internet y el texto voló por el espacio a la velocidad de la luz, de un sitio a su antípoda. ¿Qué seguirá?
Opina, Comenta