15 de Diciembre de 2024 /
Actualizado hace 4 hours | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Doxa y Logos

Sobre el estilo en la escritura jurídica (II)

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Nicolás Parra

n.parra24@uniandes.edu.co

@nicolasparrah

 

Es poco probable encontrarse con un abogado que reconozca que escribe mal. Para los abogados, “escribir bien” es simplemente un ciego e incondicional sometimiento a las reglas de la gramática y ortografía. Es más, las personas que no son abogados suponen que es así –tienen lo que nosotros los abogados llamaríamos una presunción legal (iuris tantum) de que si es abogado, entonces escribe bien. Y la verdad con “v” mayúscula es que eso no es así. La verdad es que al escribir iuris tantum en esta columna, estoy alejando a muchos de mis potenciales lectores o, por lo menos, sometiéndolos al aburrimiento, como también les estoy produciendo un desagrado visual cuando subrayo la frase. Por eso empecemos de nuevo y reconozcamos de una vez por todas que “escribir bien” incluye el rechazo al lenguaje rimbombante y la atención al elemento visual de nuestra escritura: no solo importa qué decimos, sino cómo lo decimos, y cómo eso que decimos aparece frente a los otros.

 

En una columna anterior sostuve que el abogado debe leer más literatura de niños para aprender el valor de la simplicidad y de las frases cortas en la escritura jurídica. También afirmé que los juristas deben leer más poesía para comprehender que en la escritura tanto la musicalidad como el ritmo son elementos esenciales para cautivar el interés del lector. Pero el estilo en la escritura jurídica no se limita a desarrollar la sencillez y la musicalidad. El abogado no solo debe acudir a la poesía y la literatura infantil para cultivar su estilo. El abogado también debe aproximarse al arte y a la ética para entender otros dos elementos del estilo: la honestidad y la estética.

 

Una de las máximas de la ética antigua es “conócete a ti mismo”. Esto no es una exigencia cualquiera, es una orden divina que lleva implícito un mandato silencioso: “conoce tus límites”. El exceso, o lo que los griegos llamaban la hybris, era un vicio que padecían los hombres y que los llevaba a infortunios impredecibles (léase la vida de Edipo). En la escritura esta máxima ética se traduce en ser honesto con uno mismo cuando escribimos. De manera deshonesta utilizamos o bien un vocabulario que no conocemos y utilizamos palabras abstrusas que nunca habíamos oído, o bien un vocabulario que no necesariamente nos permitirá comunicarnos de manera fluida con nuestro lector. Muchos abogados prefieren decir “fárrago” que “confusión de las ideas”, “otrora” que “antes”, “conculcación” que “violación” o “hesitación” antes que “duda”, etcétera, etcétera. También proliferan los latinazgos en nuestra escritura jurídica, pero en muchos casos quien los utiliza no sabe latín, y muy posiblemente quien los lee tampoco. Así preferimos decir: “nemo tenetur ipso se accusare” que decir “nadie puede incriminarse a sí mismo”, o desde una óptica pragmática: “nadie tiene el deber de declarar en contra de sí mismo”. Todo esto y mucho más nos aleja de la honestidad en la escritura y nos acerca a esa irónica, pero aguda frase de Oscar Wilde que dice: “A menudo mantengo largas conversaciones conmigo mismo, y soy tan inteligente que a veces no entiendo ni una sola palabra de lo que digo”.

 

Pasemos al arte. Independientemente de la teoría del arte que uno adopte (funcionalista, institucionalista, histórica, etc.), lo cierto es que el arte nos hace más sensibles a la manera como aparecen las cosas, las formas, sus colores y texturas, y su composición. Adoptar esta “mirada artística” en nuestra escritura implica ser conscientes de que en ella el elemento visual es decisivo. Los abogados creemos que subrayar las frases o las palabras va a persuadir al lector; creemos que las mayúsculas sostenidas son atractivas, que la alienación del texto debe ser de tres o más centímetros o que la tipografía ideal es Times New Roman. Todas estas cosas importan porque un documento escrito es una pieza visual. Evitar las mayúsculas sostenidas, escoger una tipografía agradable que facilite la lectura sirve, en palabras de Matthew Butterick, “para mantener la atención del lector”.

 

Un abogado que se interese por la ética y el arte obtendrá lecciones invaluables para su escritura. Aprenderá que un escritor honesto es aquel que, siguiendo a Wittgenstein, entiende que su lenguaje son los límites de su mundo; que la honestidad es buscar la transparencia en la comunicación y hacer un esfuerzo para que nuestro lector nos entienda sin esfuerzo. Y aprenderá que un escritor estético es aquel que entiende que el texto puede ser una obra de arte, y como tal, su composición y ornamentación ayuda a captar y mantener la atención del lector. Tal vez, con suerte, la honestidad y la estética nos ayude a persuadir al lector o, por lo menos, hacerlo sentir más apacible al momento de leer lo que hemos escrito.

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