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23 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 6 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Curiosidades y…

Racional o irracional (II)

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Antonio Vélez M.

 

Las demostraciones de la irracionalidad humana son abundantes, y lo han sido en toda su historia. Los sicólogos y economistas han encontrado que, más de una vez, nos dejamos conducir por la irracionalidad y por sentimientos muy primarios, más que por la racionalidad y la sensatez. Y creemos que cuando se trata de decisiones de tipo económico, la racionalidad impera. ¡Falso! La mayoría nos enfocamos más en las pérdidas que en las ganancias, pues la aversión a perder es una emoción muy fuerte. Pagamos 9,90 pesos por un objeto que deseamos, pero no lo compramos si el precio es de 10 pesos; por lo menos esto es lo que se deduce del afán de los supermercados por ofrecer visibles rebajas insignificantes.

 

Ante el gasto, el valor del dinero es relativo. Por eso gastamos el dinero plástico en forma generosa, mientras mimamos los billetes que tenemos en el bolsillo. De allí el peligro de las tarjetas de crédito, y el de las compras a plazos. La ruina de muchos. El gasto es igual, pero nos parece diferente. Pagar hoy es doloroso, pero mañana no lo es tanto, si se mira desde hoy. Así que para el gasto siempre seremos menores de edad. Recordemos que los niños, en su inmadurez, privilegian el hoy, lo inmediato; mañana está muy lejos.

 

Deberíamos dejar de hablar de libertad, opina el director del Instituto Max Planck, un centro para la investigación del cerebro, pues nadie puede obrar de manera distinta de como es. Con frecuencia nos aferramos a creencias que van en contravía de las evidencias, y hacemos todo lo posible para ignorar las pruebas que las refutan. Y cuando saltan a la vista, cerramos los ojos. El cerebro humano es una máquina para ganar las discusiones, no para buscar la verdad, dicen. Al igual que un buen abogado, el cerebro busca el triunfo, no la verdad, y, como un hábil defensor, es a veces más admirable por sus recursos deshonestos que por sus virtudes. Ahora bien, como en las discusiones se genera más calor que luz, en ellas vemos el mundo con los miopes ojos de la pasión. El animal irracional que portamos dentro saca la cara por nosotros, y eleva la voz, mientras que el yo racional se queda en silencio. Por eso recomiendan que en las discusiones nos abstengamos de gritar para que así nuestros argumentos sean los que hablen en voz alta. Tiempo perdido, pues nunca hacemos caso. Y cuando suben los decibeles, bajan el equilibrio, la objetividad y el control; es decir, perdemos un poco el uso de la razón. De ese momento en adelante dependeremos del sistema emocional, un irresponsable.

 

Para el filósofo Tamar Gendler, nuestros actos responden a la apariencia de las cosas, no a lo que son. Rechazamos una sopa servida en una bacinilla nueva, sin usar, o comer una torta elaborada de tal manera que se asemeje a las heces humanas, o nos negamos a tirar del gatillo de un revólver que apunta a nuestra cabeza, pero que no tiene balas.

 

Si somos racionales en la mayor parte de nuestras creencias y decisiones, ¿por qué existen varios cientos de religiones, todas en posesión de la verdad única, y con diferencias notables en cuanto a lo que afirman y a lo que debemos hacer para pertenecer a ellas? Religiones seguidas por millones de fieles, y en las que se prohíbe el consumo de ciertos alimentos, pero que son permitidos en la mayoría de los otros credos. En unas, existen langures divinos, ratas sagradas en otras, animales a los que se debe rendir adoración. Hay libros sagrados distintísimos, cada uno defendiendo la verdadera y única religión, del único y verdadero Dios. La lista de esos libros es enorme, todos en posesión de la verdad única: Biblia, Corán, Torá, Talmud, Upanishad, Vedas, Cánones del Budismo, Libro de Mormón, Tipitaka, Rig Veda, Mahabharata, Bhagavad Gita, Kojiki, Zend Avesta, Guru Granth Sahib... El hombre, ¿animal racional?  

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