15 de Diciembre de 2024 /
Actualizado hace 8 hours | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Mirada Global

Por qué es preferible no pertenecer a la Ocde

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Daniel Raisbeck

 

Según Milton Friedman, los principales monopolios de EE UU eran aquellos que surgían del privilegio gubernamental que los protegía de la competencia, especialmente de la foránea. Aunque no muchos países han optado por el antídoto de Friedman contra el monopolio doméstico -eliminar todo arancel y restricción al libre comercio internacional-, numerosos países sí se esfuerzan por prevenir la creación de monopolios y carteles que perjudican al consumidor al privarlo de los beneficios de la competencia: mejores productos a menores precios. 

 

Por ende, es contradictorio que muchos de los gobiernos que fomentan la competencia interna entre las empresas se unan para prevenir la competencia fiscal entre las naciones, práctica que sus proponentes han bautizado con el eufemismo de “armonización tributaria”. Como escribe Philip Booth del Institute of Economic Affairs de Inglaterra, las agrupaciones de países que buscan restringir la libertad de las naciones independientes y soberanas para fijar sus propias reglas tributarias y tasas impositivas se pueden convertir en un “cartel de gobiernos”, un oligopolio cuyo abuso del poder es “mucho más serio que cualquier abuso monopolístico en un mercado privado”.

 

El fin de la competencia tributaria internacional a través de la “armonización” es peligrosa, escribe Booth, porque despoja al individuo o a una empresa de la libertad para decidir en qué jurisdicción quiere establecerse o invertir según el nivel impositivo que considere conveniente. Por otro lado, un monopolio nacional siempre enfrenta la amenaza de la competencia externa, mientras que el férreo control de un “cartel de gobiernos” sería ineludible.

 

Según algunos críticos, uno de los principales grupos de naciones cartelizadas en contra de la competencia tributaria es la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde). Como argumenta Richard Teather, profesor de la Universidad de Bournemouth, los grandes países europeos con altas tasas de tributación (principalmente Alemania y Francia) han usado a la Ocde como mecanismo para frenar la transferencia de capital a jurisdicciones con tasas más competitivas. En la opinión de políticos alemanes y franceses, entre otros, este fenómeno amenaza con drenar las finanzas del Estado de bienestar europeo al atraer a los inversionistas de esas naciones.

 

En su reporte acerca de la “competencia tributaria dañina” de 1998, la Ocde no solo se refiere a los paraísos fiscales, sino también a los “regímenes tributarios preferenciales” que considera nocivos para otros países. El documento afirma que la competencia es nociva cuando un régimen preferencial motiva la transferencia de las actividades económicas de un país a otro sin generar “una nueva actividad significante”. No obstante, el texto aclara que determinar qué es una nueva actividad significante es “una difícil cuestión empírica”. En la opinión de Teather, la Ocde  asume “que toda competencia tributaria es nociva a menos de que fracase”, mientras que “la competencia no nociva es aquella que no es muy competitiva”.    

 

Más recientemente, en el 2013, la Ocde, lanzó su iniciativa en contra de la “erosión” de la base impositiva de las naciones con impuestos altos (Base Erosion and Profit Shifting Project o BEPS). Jason Fichtner y Adam Michel, investigadores de la Universidad George Mason, escriben que el proyecto BEPS de la Ocde obstaculiza la competencia tributaria, en especial su exigencia de que los países se sometan a complejos sistemas de intercambios de información con altísimos costos de cumplimiento para las empresas. Esto, argumentan, promueve la uniformidad impositiva a costa de los derechos de los contribuyentes, minando también la habilidad de las naciones soberanas para “fijar la política tributaria más adecuada para sus necesidades únicas en el panorama mundial”.  

 

Hasta el momento, sin embargo, la Ocde no ha intentado imponer sobre sus miembros un nivel de tributación determinado, tolerando inclusive los bajos impuestos corporativos (12,5 % sobre las ganancias) que Irlanda considera la piedra angular de su éxito económico. Aun así, la predilección de la Ocde por la armonización tributaria sugiere que unirse a ella no es el mejor camino para un país de ingresos medios. Después de todo, los ejemplos de Hong Kong y Singapur, países no miembros, demuestran que es posible vencer el atraso por medio de la libertad económica y los bajos impuestos que atraen capital foráneo.

 

El contar con un embajador en el Château de la Muette de París, sede de la Ocde, no equivale el desarrollo.

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