Crítica Literaria
Ortega y Gasset (1883-1955)
Juan Gustavo Cobo Borda
En 1934 en su Prólogo para alemanes, a raíz de la tercera edición de su libro El tema de nuestro tiempo en ese país, Ortega y Gasset se confiesa: “Yo tengo que ser, a la vez, profesor de la Universidad, periodista, literato, contertulio de café, torero, hombre de mundo, algo así como párroco y no sé cuántas cosas más”.
Esta dispersión de intereses fue quizás la que afectó de modo más grave sus intereses filosóficos. Escribió sobre el Quijote; prologó un libro sobre caza, hecho por un conde para sus amigos, en edición cerrada; participó en mitines políticos; dictó charlas sobre teatro en los propios teatros y filosofó sobre el toreo, gracias a su afición por el mismo y los amigos matadores que formaban parte de su círculo.
Pero hay más. Fue activísimo editor con buen olfato para promover y contratar la traducción de figuras claves del momento, como lo serían Freud y Spengler. En 1923, fundó la Revista de Occidente, cuya primera época, hasta 1936, será obra suya. Incursionó en la historia del arte con papeles sobre Velásquez y Goya, ofreció en todo momento ampliaciones y desarrollos que no llevaría a cabo.
Como bien lo señaló Danilo Cruz Vélez, en la obra de Ortega “hay algo de improvisación, de lo hecho sobre la marcha, de lo meramente periodístico”.
Formado en la Alemania neokantiana de Marburgo y Hermann Cohen, aportará con el estudio de las generaciones, el perspectivismo y el racio-vitalismo una ampliación de “yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”.
Ortega tiene muchas otras facetas que la reedición en el 2017 de los 10 volúmenes de sus obras completas, con infinidad de inéditos y borradores no pulidos, nos plantean sus complejas relaciones con la República, el hecho que uno de sus hijos y el de Gregorio Marañón hayan luchado en favor de Franco, que tuvo un exilio de nueve años y los pasaría en Francia, Argentina y Portugal, así viera menguada su influencia en un país paria en el mundo, afín al fascismo de Hitler y Mussolini. Si bien le quitaron su cátedra de metafísica en la Universidad Central de Madrid, le siguieron abonando el sueldo hasta su muerte.
Fue un lector sagaz y sus notas y semblanzas sobre Azorín o Antonio Machado, Pío Baroja o Marcelo Proust, como se escribía entonces, aún pueden disfrutarse. Pero ese mundo ya ha caducado y lo que era un valioso esfuerzo intelectual para superar la decadencia española y conectarla por fin con una Europa de la modernidad científica e intelectual se troca en añoranza conservadora, en el puño de esa espada castellana que forjó imperios contra los moros. Ahora, en estos 10 tomos de Taurus-Revista de Occidente, por fin tenemos completo al Ortega que no es estatua ni tumba, sino un escritor del siglo XX que nos trajo a Frobenius y a Toynbee, cuyas suscitaciones no cuajaron en tratados, sino en la vivacidad de un tiempo urgido, a veces cursi, en ocasiones vivaz.
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