Etcétera / Crítica literaria
Mucho Banville para disfrutar
Juan Gustavo Cobo Borda
“Billy Gray era mi mejor amigo y me enamoré de su madre. Yo tenía quince años y la señora Gray treinta y cinco”. Así comienza una de las atrapantes novelas de John Banville (Irlanda, 1945) que con el título de Antigua luz publicó Alfaguara.
La fascinación del jovencito inexperto por la risueña y hábil mujer se expande con brío y ofrece a toda la familia, Billy y su hermana, el padre-esposo que es óptico y las escapadas adúlteras a una cabaña abandonada. El talento de Banville se da en los olores y la cotidianidad de un pequeño pueblo. En las reacciones y detalles, sea de una cocina o de la ropa interior de la señora Gray. Pero la novela tiene un viraje. Quien la cuenta es un viejo actor de teatro, Alexander Clave, quien convocado a su debut cinematográfico, revive su arrasadora pasión juvenil y reflexiona: “No hay nada como un precoz amor clandestino para aprender los rudimentos del oficio de actor” (p. 125).
Casado, su hija que oía voces se ha suicidado embarazada en Italia, y él emprende esa peregrinación luctuosa con la actriz con la que filma. Así es Banville, un novelista hábil y a la vez profundo, desconcertante, pero que nunca suelta el hilo ni desvía la perspicacia aunque la esconda, por momentos, y la enriquezca con su mirada sin concesiones. Con razón Martin Amis escribió “Banville es un maestro y su prosa, un deleite incesante”.
Lo mismo podría decirse de otra de sus obras Imposturas (Alfaguara), donde inspirándose en el crítico Paul de Man, que cuando joven publicó en una revista belga cinco artículos de carácter antisemita, ve ahora, en Italia, el peligro mortal de que una investigadora los desentierre y arruine la carrera de ese viejo tuerto, Axel Vander, que en Turín, la ciudad donde enloqueció Nietzsche, sigue mintiendo, como lo hizo toda la vida, con su pierna renga y sus estudios ya un tanto anacrónicos sobre Rilke o Kafka. Es viudo, pero no tardará mucho en seducir a la investigadora en un magistral tour de forcé, con el cual Banville se mete en la mente insaciable de un viejo aún ávido de chupar, estrujar y deleitarse con esa carne fresca o una nueva botella de vino.
Pero el intermedio, con suicidio incluido de quien se topó con los artículos incriminatorios, es intenso. La fuga, por toda Europa, de quien intenta eludir la marea parda de los nazis y donde ha usurpado precisamente el nombre de un amigo eliminado, el Axel Vander de hoy hace “todas las estupideces que hacen los viejos cuando se enamoran de una joven. Intenté parecer joven, naturalmente. Resté importancia a mis defectos físicos. Bueno, incluso me compré una corbata nueva y vistosa” (p. 247).
Pero Cass Cleave, la investigadora, que ve surgir en el deteriorado maestro “la vieja y abyecta bestia que se agitó y alzó su siempre presto hocico” (p. 266) como confiesa ese carcamal al ver esos “muslos largo y relucientes”. Donde las pasiones intelectuales de esos catedráticos y de esos congresos terminan por estallar en la somatización carnal, en el abismo de pasiones incomprensibles y sin razón alguna.
Con razón, al darle el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2014, el acta del jurado expresó: “cada creación suya atrae y deleita por la maestría en el desarrollo de la trama y en el dominio de los registros y matices expresivos, y por su reflexión sobre los secretos del corazón humano”.
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