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24 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 18 minutos | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Doxa y Logos

Montaigne y lo humano

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Nicolás Parra Herrera

n.parra24@uniandes.edu.co / @nicolasparrah

 

En el año 2011, Sarah Bakewell, una filósofa y curadora de libros antiguos, publicó un libro titulado Cómo vivir. Una vida con Montaigne en el que revivió la importancia de los Ensayos de Michel de Montaigne, presentándolos como un viaje al interior de cada uno de nosotros para vivir mejor. Muchos años antes, en 1942, Stefan Zweig, el gran narrador y biógrafo austriaco, escribió una pequeña monografía sobre Montaigne, que su suicidio, en su éxodo hacia Brasil, impidió que fuera concluida. En ella Zweig resaltó que los Ensayos son un espejo, unas páginas en las que hay “un tú en el que se refleja mi yo”[1]. ¿Por qué es importante hoy recordar a Montaigne? ¿qué nos pueden decir los Ensayos hoy en día?

 

La coyuntura actual –y esto ya se ha vuelto un cliché repetirlo– está permeada por dos mentalidades: la polarización y la alienación. La primera mentalidad se ha venido intensificando desde el plebiscito, pero siempre ha estado ahí. Es tan solo una consecuencia lógica de que desde pequeños nos hayan enseñado el mundo como un sistema binario: estás adentro-afuera, derecha-izquierda, hombre-mujer, pensamiento-mundo y un sinnúmero de estructuras binarias que nos impiden ver los matices, los bordes, las sombras y las paradojas que envuelven nuestra experiencia humana. Como pensamos que el mundo funciona con esa fábrica binaria, creemos que debemos escoger lados, olvidando que existen matices y atisbos en los que existen presencias ausentes, huellas y otras formas de vivir y existir en las fronteras. Lo binario nos ha hecho radicales polarizados, pero, sobre todo, nos ha hecho incapaces de ver nuestra ceguera de que la vida y la experiencia es mucho más compleja.

 

La segunda mentalidad se ha exacerbado por las tecnologías de la información y las comunicaciones y por la tozuda inhabilidad de estar a solas, con nosotros mismos. Cada vez valoramos más experiencias que nos condonan la tarea, como lo exhortaba Sócrates, de examinarnos a nosotros mismos. El poco tiempo de ocio se ha traducido en la negación de estar con nosotros mismos. Como estamos orientados en la búsqueda del reconocimiento otorgado por otros, orientados a obtener una banal congratulación ajena o institucional, creemos que debemos ocupar nuestro tiempo olvidándonos a nosotros mismos y gastando el poco tiempo sin acudir a la ciudadela interior para construir en ella un fortín que nos proteja de la insensatez de los tiempos.

 

Para combatir estas mentalidades debemos leer los Ensayos de Montaigne, pues ellos son el antídoto para lograr preservar el elemento humano que hay dentro de nosotros. Como decía Zweig, en épocas inhumanas, Montaigne “nos exhorta a no renunciar a lo único indeleble que poseemos, nuestro yo más íntimo, a pesar de todas las presiones y obligaciones externas, temporales, estatales o políticas. Pues sólo aquel que se mantiene libre frente a todo y a todos, conserva y aumenta la libertad en la tierra”. Ese elemento humano es el que nos devuelve el diálogo con nosotros mismos y la visión de los grises en un mundo enajenado y polarizado.

 

Montaigne, como pocos autores, nos recuerda que para ser humanos debemos antes que cualquier cosa, darle forma a nuestra vida, ese es el oficio más importante, esa debe ser nuestra verdadera vocación. Y para lo anterior debemos tener claro que la tarea de darle forma a nuestra vida es una ocupación infinita, pues, como lo escribe en sus Ensayos: “estamos siempre recomenzando a vivir”[2].

 

Con Montaigne podemos buscar un espacio para alejarnos de la radicalidad y de la alienación, una pequeña ciudadela interna para examinarnos, estar a solas, ver el mundo tal cual es y recuperar un sentido de humanidad del que la vanidad y el dogmatismo nos ha privado. Volver a los Ensayos de Montaigne podrá hacernos reconocer en ellos y podrá darnos pistas para sobrevivir en las aguas turbulentas en las que vivimos alentadas por la mentalidad polarizada. Por eso, Flaubert tenía razón que cuando leyéramos a Montaigne no debíamos hacerlo como lo hacen los niños, es decir, por diversión ni tampoco como lo hacen los ambiciosos, para instruirse. Decía que debíamos leerlo para vivir y yo agregaría para vivir y mantenernos humanos en el intento y así aumentar la libertad en la Tierra.

 

[1] Zweig, Stefan. Montaigne. Barcelona: Acantilado. 2008, pág. 23

[2] Montaigne, Michel. Ensayos. Barcelona: Acantilado, pág. 1055.

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