13 de Diciembre de 2024 /
Actualizado hace 1 hour | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Curiosidades y…

Los malos de la historia

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Antonio Vélez M.

 

Encontramos asesinos de dos clases: aquellos que son dueños del poder y así tiene ocasión de matar al por mayor, en paralelo, y aquellos sin poder, pero que cometen crímenes horrorosos, en serie. Hitler y Stalin están entre los primeros. Bajo el mando del Führer murieron seis millones entre judíos, homosexuales, enfermos, gitanos y minusválidos. Pol Pot, gobernante camboyano, en la década de los setenta fue causante de la muerte de 3 millones de personas. Vlad Tepes Drácula, príncipe del siglo XV, reino situado en lo que hoy es Rumania, empalaba a sus enemigos, y en siete años de poder mató a cerca de 100.000 personas, no solo a los invasores turcos, sino a gente de su pueblo que él en su paranoia los tenía como enemigos. Atila se comió a sus hijos, Erp y Eitil, asados y adobados con miel. Iván IV, El terrible, decía que Dios le susurraba los nombres de las víctimas. No sentía compasión. Hirvió a su tesorero en un caldero. Durante cinco semanas, en Nóvgorod, cada día torturaban y mataban sistemáticamente unas 1.000 personas señaladas por el zar. Tomás de Torquemada persiguió a los infieles y los mandó a la hoguera, popularizó el uso del potro y las pinzas al rojo vivo hasta que sus víctimas confesaban lo que no habían cometido. Torquemada murió en la paz del señor y en olor de santidad en su monasterio de Ávila.

 

Idi Amín Dada, exdictador de Uganda, poseyó numerosos títulos honoríficos: Mariscal de campo, Conquistador del Imperio Británico, Rey de Escocia y Señor de todas las bestias de la tierra y peces del mar. Dictador entre 1971 y 1979. Se le responsabiliza por más de 300.000 personas entre torturados y asesinados. Prácticamente era analfabeta, y le era difícil hasta firmar. Se comió la cabeza de uno de sus ministros, cuyos restos fueron encontrados en la nevera de la casa presidencial, al terminar su gobierno.

A fines del siglo XIX, Jack el Destripador mutiló y mató a varias prostitutas. Los crímenes se quedaron impunes, pues el asesino nunca pudo ser capturado, ni siquiera identificado. Se cree que Jack el Destripador fue el pintor expresionista Walter Sickert, pues en sus pinturas aparecen prostitutas asesinadas, con gran similitud con las imágenes post mortem de las víctimas de Jack. El escritor japonés Issei Sagawa, cuando estudiaba literatura en La Sorbona, se enamoró de una compañera, quien desdeñó sus demandas amorosas. Entonces la invitó a su apartamento, la asesinó, la descuartizó y la preparó al estilo sushi. Francia lo deportó al Japón y allí su familia, muy pudiente, logró que lo declararan loco y quedar en libertad. Después de eso escribió la novela En la niebla

 

Jeffrey Dahmer, El carnicero de Milwaukee, reconoció haberse comido a tres de sus 17 víctimas. Murió en la cárcel a manos de otro presidiario. El soviético Denis Latktionov, con el fin de encontrar ideas para su novela Las vírgenes, se armó de un puñal y asesinó al dueño de una casa, luego a la hija de 12 años. Terminó en un hospital siquiátrico.

 

En Colombia tenemos un malo de peso pesado: Luis Alfredo Garavito, el monstruo de Génova. Al derrumbarse psíquicamente, confesó 140 crímenes, por lo cual fue condenado a 835 años de prisión. Manuel Octavio Bermúdez Estrada, el monstruo de los cañaduzales, prefería entre sus víctimas a los niños entre los 8 y los 12 años de edad. Empezó mal su vida: sus padres fueron asesinados antes de cumplir los dos años de edad, y la familia que lo cuidó lo abandonó en la calle a los 12 años. Fue reciclador, vendedor callejero, vigilante y cortador de caña. Reconoció ser el asesino y violador de 21 menores en el Valle del Cauca.

 

Nos preguntamos: ¿qué les sucede a la mayoría de estos asesinos? Parecen disfrutar de un placer enorme ante el asesinato cruel, sin sentir compasión, ni arrepentimiento, ni horror ante la sangre. La justicia humana los declara culpables, pero, paradójicamente, no son culpables de sus actos: sus cerebros aparecen alterados de una manera irremediable, que los convierte en monstruos de un tamaño que los normales no alcanzamos a entender. Por supuesto, no pueden vivir en libertad; o mejor, no deben vivir, así que la pena de muerte es lo mejor que les pueda ocurrir. Por desgracia, no disponemos aún de estudios sobre algunos de los numeros asesinos patológicos, y así podamos comenzar a entenderlos, a conocer las deformaciones que portan en sus cerebros.    

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