Doxa y Logos
Los abogados también podemos ser hacedores de paz
Nicolás Parra Herrera
En mis últimas clases de hermenéutica jurídica y Teoría del Derecho del semestre pasado les pregunté a mis estudiantes ¿por qué habían estudiado Derecho? Sin duda, era una pregunta extraña para hacerla en la última clase del semestre. Quizás hubiera sido más lógico, en cambio, hacerla en la primera clase. Sin embargo, decidí hacerla al final para ver si sus intuiciones iniciales se transformaron a lo largo de la clase. Pienso que esta pregunta es importante, porque conozco muchos abogados que estudiaron Derecho y luego sufrieron de una alta desorientación profesional, y creo que una de las múltiples causas es que nunca les hicieron esta pregunta al comienzo, a mitades y a finales del semestre. Quizás la desorientación surge por no indagar los motivos para estudiar esta disciplina.
De mis estudiantes recibí dos tipos de respuestas. Unos me decían que habían estudiado Derecho porque creían en la justicia y otros me aseguraban que estudiaban Derecho para resolver conflictos. Con un poco de ironía y motivación pedagógica insistí: “Ah, entonces ustedes estudian porque van a preservar la justicia y resolver conflictos”. Y continúe: “Pero, entonces, ¿qué es la justicia? Y ¿qué es un conflicto?” Todos quedaron pasmados, no sabía qué responder. Yo insistí con mis preguntas: “Levanten la mano si ustedes ven una clase en el pensum que se denomine teorías de la justicia o teoría del conflicto”. Alguien con algo de timidez confesó que en la carrera no se veían esas clases. Yo concluí: Si los abogados son especialistas en resolver conflictos y en defender la justicia, es apenas lógico que gran parte del pensum se concentre en estos temas en lugar de limitarse, como ocurre actualmente en algunas universidades, a enseñar normas y procedimiento, sin ningún cuestionamiento ni comprensión de qué es el Derecho y para qué somos abogados.
Les dije a mis estudiantes que, si en la teoría los abogados somos especialistas en resolver conflictos, debemos ser en las familias los primeros a los que acuden para solucionar toda clase de controversias. Pero no es así. En las familias no suelen llamar al abogado, llaman al comunicador o al sicólogo, quienes están mejor entrenados para resolver los conflictos y comunicar los intereses. De hecho, existe la creencia popular de que si se llama a un abogado en un conflicto social, la cosa se va a empeorar. Esto se justifica en parte porque los abogados, como lo ha señalado el profesor Diego López, parecemos en muchas ocasiones médicos que no sabemos de la enfermedad que estamos tratando, o en otras palabras, profesionales entrenados para lidiar con conflictos sin saber siquiera qué es un conflicto y mucho menos cómo lidiar con él. Peor aún, muchos estudiantes se gradúan creyendo que la única manera de lidiar con el conflicto es “litigando”, canalizando el conflicto en más procesos judiciales.
Les dije a mis estudiantes que si habían decidido estudiar Derecho para hacer justicia y resolver conflictos, debían estudiar esas dos nociones profundamente. También les recordé que un abogado también es un hacedor de paz (peace maker) y un solucionador de conflictos sociales, por lo que no podían simplemente aprender normas, sino que tenían que entender que el Derecho era mucho más que un sistema normativo, también era una herramienta para materializar y debatir distintas nociones de justicia y para resolver conflictos pacíficamente. Creo que la desorientación profesional con la que a veces se gradúan los abogados está íntimamente ligada a una distorsión o desencaje entre los motivos que los impulsaron a estudiar Derecho y las finalidades a las que los impulsan y domestican en el estudio del Derecho.
David Hoffman, un profesor de mediación de la Universidad de Harvard, dio una conferencia en Ted Talks hace unos años en la que confesó que en un punto de su vida llegó la siguiente duda: ¿litigar o no litigar, esa es la cuestión? Él lo resolvió dejando de litigar, porque consideró que si en la Medicina solo existieran cirujanos, la forma de resolver los problemas de salud serían principalmente a través de la cirugía. Así como la Medicina requiere de cirujanos, en el Derecho necesitamos litigantes. Pero, sobre todo en esta coyuntura, necesitamos hacedores de paz: mediadores, negociadores, conciliadores y solucionadores de conflictos de forma alternativa a los procesos judiciales y al arbitraje.
Debemos comenzar a aprender de la enfermedad que supuestamente estamos curando y a conocer mejor el antídoto que utilizamos: el conflicto y la justicia. Quizás por eso valga la pena decirles a nuestros estudiantes de Derecho al terminar su carrera una de las frases más bellas que escribió Abraham Lincoln y que conocí por Hoffman: “Desalienta el litigio. Persuade a los vecinos a transigir cada vez que puedas. Como un hacedor de paz el abogado tiene una oportunidad superior de convertirse en una buena persona”.
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