Curiosidades y…
Locomoción y naturaleza
Antonio Vélez M.
La naturaleza nos ofrece un amplio surtido de métodos de locomoción, de tal suerte que casi todo lo descubierto por el hombre, pero desde tiempos muy remotos, ya aquella lo utilizaba: la rueda, el ala, el remo, la hélice, la propulsión a chorro…
Las aves descubrieron, al menos cien millones de años antes de nacer los hermanos Wright, las leyes que rigen las fuerzas de sustentación requeridas en el vuelo. Y el milagro de la levitación, ese permanecer suspendido en el aire desafiando la gravedad, es un milagro que los colibríes vienen realizando desde épocas anteriores a todas las historias de prodigios narrados por los hombres. La consumada habilidad del colibrí –drones de natura– para el vuelo detenido le permite aprovisionarse del néctar sin rozar siquiera el pétalo de la flor.
La rueda como medio de transporte es una invención atribuida a los antiguos mesopotamios; sin embargo, mucho antes, un humilde insecto ya había descubierto la rueda. En efecto, la araña dorada del desierto del Namib, una vez detecta la presencia de enemigos, enrolla su cuerpo en forma de rueda, tal como si fuese una manguera, y se echa a rodar falda abajo por la duna.
El vuelo a la deriva de las serpentinas de papel es una copia del que realiza la serpiente voladora cuando se encuentra en dificultades. El ofidio toma impulso sobre una rama, aplana su cuerpo hasta convertirlo en una cinta delgada, y ondulando se arroja al vacío. Es tal su pericia para esta novedosa clase de vuelo, que logra controlar con toda exactitud el punto de aterrizaje. Y mucho antes de que los ciclistas profesionales descubrieran la marcha en formación escalonada para protegerse de los vientos de costado, los alcatraces y otras aves gregarias volaban en formaciones parecidas, protegidas de la brisa por las mismas leyes físicas.
Los pulpos y calamares descubrieron la propulsión a chorro. En efecto, para moverse, absorben agua por medio del sifón, especie de tubo de escape de diámetro pequeño, para luego expulsarla a presión por el mismo camino. Una copia en miniatura del mecanismo que impulsa los aviones a reacción y los cohetes espaciales. La gran ventaja que los hombres han descubierto en este medio de propulsión reside en el hecho de ser el impulso completamente independiente de la presencia de cualquier tipo de atmósfera, lo que lo hace insustituible para los viajes espaciales. Y para ser justos, se les debe abonar, también a los pulpos y calamares, el invento de la llamada cortina de humo. En efecto, cuando estos animales avistan algún depredador, arrojan una nube de tinta negra de lenta difusión que les cubre la retirada.
Doscientos millones de años antes de nacer Jesucristo, los basiliscos, apodados lagartos Jesús, caminaban por el agua. La técnica es simple, pero difícil de imitar: golpear el agua con las patas traseras a una velocidad inimaginable. Una persona de 80 kg de peso que quisiese imitar al lagarto prodigioso tendría que correr a 30 metros por segundo, es decir, a 108 kilómetros por hora; en pocas palabras, un prodigio. Por la misma época, el zapatero o chinche de agua también corría sobre las olas, aprovechando para su milagro la película superficial elástica creada por las fuerzas de atracción entre las moléculas de agua. El insecto es liviano y cada una de sus extremidades está rematada por finos cepillos, compuestos por pelos delgados, recubiertos de un material hidrófugo que impide que se humedezcan, y de esa manera evitan que se rompa la película de agua.
Por su lado, la zarigüeya y la ardilla voladora, miles de siglos antes de que el primer paracaidista intentara su heroico lanzamiento al vacío, aprovechaban sus amplias membranas para controlar con sumo virtuosismo la velocidad y el rumbo durante sus ejercicios de caída libre.
Y las plantas descubrieron la hélice como medio de transporte aéreo, anticipándose por miles de siglos al comienzo de la aviación. En efecto, las flores de la Machiguá están diseñadas en forma de hélice, de tal forma que al desprenderse de la planta comienzan a girar impulsadas por el mismo aire en el cual se mueven al caer, y cualquier pequeña corriente de aire puede desplazarlas una gran distancia, de tal suerte que no compiten con sus madres por el territorio.
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