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19 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 11 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Curiosidades y…

Limitaciones del cerebro humano

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Antonio Vélez M.

 

La complejidad del cerebro humano nos abruma. Varios neurólogos, tras una vida de estudio devanándose el cerebro para comprenderlo, han llegado a la conclusión de que esta colosal empresa no es para los mortales. Y es que la herramienta con la que contamos para estudiarlo es al mismo tiempo el objeto de estudio. Es juez y parte. Algunos, decepcionados, han llegado a declarar muy seriamente que el cerebro entendiéndose así mismo es una tarea que encierra contradicciones insuperables. El médico Emerson M. Pugh describía con ingenio y pesimismo esta situación paradójica: “Si el cerebro humano fuese tan simple que pudiésemos entenderlo, entonces nosotros seríamos tan simples que ya no podríamos”.

 

Pero imposible o no, el hecho real es que cada día los especialistas progresan más en la comprensión del cerebro y en la explicación de la consciencia. No obstante, existen claros limitantes: el elevado número de elementos que entran en juego y sus pequeñas dimensiones. Se calcula en cerca de 15.000 millones el número medio de neuronas en un cerebro humano, cada una conectada a otras mil, y por hilos de espesor microscópico. Un plano eléctrico de esos circuitos en el que se pretendiese mostrar todas las conexiones contendría más de 30 billones de líneas, terriblemente entrecruzadas, y ocuparía, dibujado en una escala que permitiese apreciarlo -mil neuronas por página, digamos-, mucho más de 15 millones de volúmenes. Ningún ser humano, dedicándole la vida entera, alcanzaría siquiera a mirar por encima una parte significativa de esa gigantesca biblioteca, ni a recorrer una ínfima parte de ese monstruoso laberinto en el que está atrapada nuestra conciencia.

 

Hay, también, un hecho interesante en el diseño del cerebro: su redundancia. Esto complica las cosas. Parece ser una necesidad surgida de la complejidad y de la importancia vital. A diario perdemos varios miles de neuronas y, no obstante, nuestro cerebro sigue trabajando con la misma aparente eficiencia. Un daño pequeño en un circuito integrado, en cambio, puede arruinar por completo un cerebro artificial.

 

Para el físico matemático Roger Penrose y sus seguidores, la inteligencia artificial nunca podrá igualar a la natural. Además de las razones teóricas aportadas, se aduce otra razón de fondo para apoyar esta restrictiva conjetura: el diseño básico. La inteligencia artificial, salvo por accidente físico o mala programación, nunca se equivoca. La natural, por el contrario, ha sido diseñada, esencialmente, para fallar. Parecería que aquí hay un error, pero no, la fortaleza de la inteligencia natural reside en su aparente debilidad: su falibilidad. Y esto se debe a que utiliza, como herramienta principal, la inferencia inductiva. Un mecanismo para derivar verdades nuevas y generales a partir de conocimientos antiguos y experiencias particulares. O para deducir con gran atrevimiento la totalidad a partir de un fragmento. En ocasiones, si hay tiempo suficiente para tomar la decisión, el cerebro refuerza lo anterior con la inferencia deductiva, o razonamiento. El primer tipo de inferencia es potente, veloz, ensaya travesías audaces, arriesga, inventa, descubre analogías inesperadas, abstrae regularidades, adivina a veces y... falla con frecuencia. Para ser efectiva está condenada a ser defectiva. El segundo tipo es más lento, pero seguro. Su mismo diseño lo hace a prueba de error, aunque en numerosos problemas se muestra inferior en eficiencia al primero.

 

La razón deduce, la sinrazón induce. El cerebro de la máquina representa la razón pura, el del animal está en el otro extremo, la sinrazón. El perro, sin reflexionar en absoluto, establece reglas generales a partir de experiencias particulares. Por eso no vuelve al sitio donde lo caparon, aunque esta operación no pueda realizarse más que una vez en la vida. El cerebro del hombre es una mezcla de los dos anteriores: razón y sinrazón (algunos pesimistas han llegado a afirmar que el hombre no es razonable, aunque se precie de serlo; que solo es capaz de razonar, alegan). Por esta causa, mientras conserve su diseño actual, el pensamiento artificial no podrá nunca igualar al natural. El increíble cerebro de estado líquido, o de carbono, parece ser un límite inalcanzable para las portentosas máquinas de estado sólido, instrumentos creados por el cerebro humano.

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