Doxa y Logos
La valentía de la paz
Nicolás Parra
n.parra24@uniandes.edu.co / @nicolasparrah
En tiempos de transición y de cambio, pero, sobre todo, de transformación cultural, tiempos en los que aquello que le daba sentido al mundo ya no es comprensible para los demás, porque ese mundo se ha transformado, en esos momentos que “perdemos el mundo” porque alguien se ha ido, se ha muerto, porque hemos sido desplazados de nuestro hogar o simplemente porque hemos sido arrojados a una nueva forma de vida, hay una pregunta que debemos hacernos: ¿Qué significa la valentía en tiempos de transformación cultural, política o vital?
Hace muchos años leí un libro del filósofo Jonathan Lear Radical Hope que se hacía esa misma pregunta. El recuerdo de esa lectura adquirió otra dimensión para mí con la coyuntura del país: pienso que muchos colombianos han padecido una devastación cultural, como la que relata Lear; han sufrido un saqueo de significados que los han despojado de uno de los bienes más preciados para el ser humano: una forma de vida y una cultura. O quizás, como lo anotó Humberto de la Calle en una reciente entrevista que le hizo Juan Gabriel Vásquez, hoy estamos dando un cambio en el modo de vida violento para dar un salto hacia una vida desconocida y pacífica, lo cual puede producir pánico.
En su libro Lear estudia la terminación de la forma de vida de la tribu indígena Crow en EE UU. Era una tribu guerrera que defendía su territorio por encima de cualquier cosa, incluso de la muerte. Los guerreros tenían lo que llamaban un “coup stick”, que era un palo de pelea adornado con unas plumas que representaban el número de actos valientes que el guerrero había realizado en su vida. Para esta tribu, existía una regla fundamental que definía su cultura y su forma de vida: si un guerrero plantaba un “coup stick” en el piso debía mantener su posición y no cederla ante el enemigo; esto era la valentía para los crow. Cuando suscribieron el tratado de paz en 1868 con el gobierno de EE UU, se acabó su forma de vida y, sobre todo, “plantar un coup stick” dejó de tener el mismo significado: ya no era una lucha por su territorio y su cultura, era un acto nostálgico que le era ininteligible a las nuevas generaciones.
Aristóteles sostenía que la valentía, como cualquier excelencia de carácter o virtud humana, era un término medio entre dos vicios o excesos. Valiente no era ni el cobarde ni el agalludo, uno pecaba por defecto y el otro por exceso. Por eso, plantar un coup stick es una metáfora de la valentía, no solo para los crows, sino también para cualquier ser humano, pues no es ni huir ante una ominosa afrenta ni perseguir al enemigo sin medir las consecuencias. La valentía es simplemente actuar apropiadamente según lo demande una situación en la que podemos ser tristemente cobardes o estúpidamente agalludos. Pero qué ocurre cuando nuestra cultura se derrumba, cuando en nuestra vida y en nuestra sociedad lo que antes era valiente ya no puede serlo, porque la forma de vida y el mundo que antes existía ya no existe más.
¿Qué ocurre cuando la gente es desplazada de su hogar y de su entorno, en el cual sus actos tenían sentido, porque significaban algo que en el nuevo mundo es incomprensible? ¿Qué ocurre cuando los desmovilizados entren a la vida civil y se expongan a unas transformaciones tan agudas en su forma de vida? O, incluso, algo más cotidiano y cercano a todos: ¿qué ocurre cuando alguien cercano deja de estar en nuestras vidas y, por ende, quien entendía perfectamente nuestras acciones ya no está en el mundo para interpretarlas? ¿Qué significa ser valiente según la tesis aristotélica en contextos en los que perdemos el “piso” y el mundo en el que se inscriben nuestros actos?
En contextos de devastación o de transformación cultural la verdadera valentía no es cultivar una nostalgia desesperanzadora o una añoranza incumplida, y tampoco se trata de curtir una coraza insensible frente a las situaciones desgarradoras que se nos presentan. La valentía en estos contextos vitales consiste en vivir en la esperanza creando un nuevo lenguaje que termine permeando el nuevo mundo para que quizás por y con otros podamos ser reconocidos también como seres humanos. Aquellos seres que, como diría Hannah Arendt, nacen y dan paso a un nuevo comienzo. Somos seres humanos que estamos tratando de empezar de nuevo, convivir con otros que antes eran nuestros “enemigos” sin olvidar ni superar nuestro pasado, pero con esa punzante tristeza que misteriosamente nos da el valor de “ponernos los húmeros” seguir adelante esperanzados. Hay que tener valentía para este nuevo comienzo. Los colombianos debemos transformar nuestro entendimiento sobre la valentía y, como lo escribió acertadamente Ricardo Silva en una columna en el diario El País, saber que desde ahora la culpa por fin será nuestra, que desde ahora la responsabilidad está en nuestras manos, y que desde ahora, con el vértigo natural que ello produce y la valentía necesaria que nos exige: podamos repensarnos como una ciudadanía valiente buscando la perfectibilidad humana en nuestra relación con Colombia, con aquellos que piensan distinto a nosotros y con nosotros mismos.
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