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02 de Mayo de 2024 /
Actualizado hace 11 minutos | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Corte y Recorte

La reelección de Bukele

170473

Óscar Alarcón Núñez

Se da por hecho que el presidente de El Salvador, Nayid Bukele, será reelecto. No hay duda de que eso va a ocurrir a pesar de que la Constitución lo prohíbe, pero se burlarán de la norma.

Ese es un Estado en donde Bukele maneja el Gobierno, la justicia y el poder electoral, lo cual significa que no es un Estado de derecho, sino una dictadura o autocracia. Por eso se quedó y podrá continuar cuantas veces le sea necesario y lo quiera.

En los estados de democracia clásica, en materia electoral, como diría Daniel Coronell, se necesitan reglas ciertas y resultados inciertos.

En un Estado de derecho que, repito, no es El Salvador, se necesitan:

- Pluralidad de órganos constitucionales y aceptación de la teoría de la división del poder.

- Constitución rígida no susceptible de reformas fáciles, como se hace al expedir una ley, y control de constitucionalidad de las leyes ordinarias.

- Un parlamento electivo, generalmente bicameral, donde se dé una adecuada representación de las minorías capaz de influir sobre la dirección política general.

- Una extensa tutela jurisdiccional de los derechos públicos subjetivos, especialmente de los derechos de libertad civil.

- Una amplia descentralización administrativa y autárquica que, a veces, se traduce en regionalismo, autonomía o federalismo.

El principio jurídico en donde se basa esta forma de Estado puede resumirse en el aforismo: “Gobierno de la mayoría respetando los derechos de las minorías”. Esto unido a dos principios positivos que se combinan: la libertad y la igualdad.

Por supuesto, ninguna de las anteriores características tiene la dictadura de Bukele, que muchos ven con complacencia, porque ha reducido la delincuencia construyendo cárceles para combatir a quienes, en su ley, roban y realizan otras conductas que solo su gobierno y sus compinches saben juzgar, con clara violación de los derechos humanos.

Como muestra de su “imparcialidad”, el dictador optó por retirarse del poder unos días previos a las elecciones para que no se especulara que estaba trabajando a su favor.

Esa clase de “jugadita” ya la habíamos tenido nosotros durante la Regeneración. Decía el artículo 127 de la inicial Constitución de 1886: “El ciudadano que haya sido elegido presidente de la República no podrá ser reelegido para el período inmediato, si hubiere ejercido la Presidencia dentro de los dieciocho meses inmediatamente precedentes a la nueva elección”.

¿Y qué hacían? El presidente titular, que lo fue Rafael Núñez desde 1884, se retiraba en el término señalado y luego lo reelegían. Así ocurrió en tres ocasiones, hasta cuando falleció en 1894.

Igual acaba de pasar en El Salvador. Y su pueblo sigue con su “salvador”, a quien muchos añoran aquí en Colombia.

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