Mirada Global
La propiedad intelectual y la innovación económica
Daniel Raisbeck
Entre los logros de la Magna Graecia -la serie de colonias griegas fundadas en las costas del sur de Italia a partir del siglo VIII a. C.- está la legendaria riqueza de la ciudad de Síbaris, cuya opulencia era tal que su gentilicio, sibarita, aún es sinónimo de lujo decadente.
La prosperidad de Síbaris, colonia aquea que dominaba el Golfo de Tarento, se debía sobre todo a su control de buena parte del comercio entre el mundo griego y el Oriente por un lado y, por otro, las comunidades emergentes de la península italiana. Su auge, sin embargo, fue relativamente corto; Síbaris fue saqueada por la ciudad rival de Crotona en el 510 a. C. Por lo tanto, numerosos autores antiguos como Ateneo, orador y gramático griego-egipcio que escribió en la era romana, asociaron el lujo y la sofisticada cultura de los sibaritas con la ociosa tentación a los dioses que, inevitablemente, conducía a la ruina.
El escritor y político romano Séneca el Joven, por ejemplo, narra que el sibarita Mindírides le prohibió a un hombre cavar un hueco en el campo porque la mera vista de su trabajo lo cansaba. El mismo personaje se quejó un día de la dureza de los pétalos de rosa sobre los cuales yacía porque estos estaban doblados. La moraleja era clara: tal opulencia degenerada equivalía provocar a la ira divina.
No obstante, si vamos más allá del discurso moralizador acerca de Síbaris, encontramos que sus ciudadanos poseían un grado de innovación asombroso. Ateneo relata en su obra El banquete de los eruditos (Deipnosophistae) algunas de las costumbres asociadas a los festejos de la ciudad.
En Síbaris, escribe Ateneo (citando al historiador Filarco), un cocinero que desarrollara un plato “peculiar y extraordinario” recibía el permiso exclusivo de su venta durante un año sin que sus rivales pudieran elaborarlo. El propósito de la ley, explica el autor, era impulsar la competencia entre los demás cocineros -o más bien famosos chefs comparables a ciertas celebridades contemporáneas-, que buscaban destacarse al crear platos excepcionales.
El historiador alemán Conrad Cichorius (1863-1932) detectó en el relato de Ateneo el origen griego de las patentes, cuyos inicios muchos han asociado con el estatuto veneciano de 1474.
Según Cichorius, otra política de Síbaris que cita Ateneo apunta a la considerable sofisticación tributaria y comercial de la ciudad: la exención de impuestos para la pesca o venta de anguilas, una exquisitez culinaria, y para las importaciones de materiales usados en la tintura púrpura de textiles, uno de los artículos más lujosos del mundo antiguo. Aparte de inventar las patentes, los sibaritas estuvieron entre los primeros practicantes conscientes de la economía de la oferta y, en particular, de lo que algunos han denominado el “efecto goteo” (trickle-down economics). Según esta teoría, las consecuencias del consumo y la inversión por parte de los más ricos son positivas para la sociedad entera. Un sibarita no hubiera objetado.
Aunque la gloria comercial de Síbaris fue efímera, la estrecha relación entre la protección de la propiedad intelectual y la libertad económica que implementaron sus líderes aún está vigente en el siglo XXI. A pesar de que diversos grupos se oponen a las patentes -desde socialistas que hacen caso omiso de los costos de la investigación farmacéutica hasta anarco-capitalistas que denuncian su carácter temporalmente monopólico-, la realidad es que los países que protegen la propiedad intelectual suelen ser aquellos que lideran el mundo en el campo de la innovación y en la defensa de las demás libertades económicas (libre comercio, Estado limitado, moneda sana, sensatez regulatoria).
De los 10 primeros países en el Índice Global de la Innovación, siete están clasificados también entre los 10 primeros puestos en la categoría de propiedad intelectual del Índice Internacional de Derechos de la Propiedad, donde Colombia ocupa el lugar número 70 entre 125 países. Similarmente, de los 20 países en la cumbre del Índice de Libertad Económica, el cual sitúa a Colombia en el puesto número 105 entre 162 naciones, once también están entre los primeros 20 defensores de la propiedad intelectual.
No pretendo ser proponente del cum hoc ergo propter hocismo, pero, en términos generales, seguramente no es mala idea evitar las prácticas económicas de los países más irrespetuosos frente a la propiedad intelectual (Bangladesh, Venezuela, Yemen, la República del Congo y Haití), mientras se emula a sus máximos garantes: Finlandia, EE UU, Suiza, Australia y Holanda.
Los economistas Michele Boldrin y David K. Levine han presentado una serie de argumentos en contra de las patentes, dado que, según ellos, no hay evidencia de que estas fomenten la innovación. Los ciudadanos de la antigua Síbaris pensaban lo contrario, y asociaron la nueva práctica de otorgar patentes al máximo nivel de creatividad emprendedora.
Parece que, como algunos estados contemporáneos, le debieron a ello buena parte de su mítica riqueza.
Opina, Comenta