Doxa y Logos
‘La la land’ y el Jazz
Nicolás Parra
n.parra24@uniandes.edu.co / @nicolasparrah
Ella es una soñadora que trabaja como barista en un café en Warner Bros, escribe obras de teatro y pasa sus días de casting en casting representando papeles ridículos. Él es un soñador que quiere salvar al jazz de su muerte, un apologético del jazz “puro”, un músico que quiere montar un bar de jazz que se llame Chicken in a Stick (aunque terminó llamándose Seb’s) y en el que vendan patas de pollo. Ella es Mia, representada por la refrescante y carismática Emma Stone. Él es Sebastian, representado por el afable y estiloso Ryan Gosling. Ellos se enamoran, sueñan y se dan cuenta de que no pueden soñar juntos. La realidad de su amor y la irrealidad de sus sueños son incompatibles y solo una mirada y una tenue sonrisa los hace reconocer esa lacerante realidad.
En La la land, la nueva película de Damien Chazelle, a diferencia de lo que ocurre en jazz, los contrarios no pueden coexistir armónicamente y llevan a las personas a decisiones dicotómicas: “o esto o lo otro”. Mientras que en el jazz los contrarios sí coexisten, de hecho, el jazz es un espacio en el que el pensamiento dicotómico se disuelve: no es ni lo uno ni lo otro, ni la mente o el cuerpo, el pasado o el futuro, sino que es lo uno y lo otro, es Body and Soul (una de los estándares más reconocidos de este género musical), es el pasado y el futuro.
El jazz es una música de la conjunción, no de la disyunción. Sin embargo, a pesar de que la La la land me parece una película maravillosa y celebro que su director haya hecho del jazz uno de los temas cardinales de la película –como lo hizo con Whiplash–, creo que siembra una idea dicotómica y equivocada sobre lo que es (o puede ser) el jazz. Esta idea dicotómica la ilustran los dos músicos en la película: Sebastian y Keith (representado por John Legend).
Cuando Mia le confiesa a Sebastian que a ella no le gusta el jazz, él, sorprendido y escéptico de que ella realmente lo haya escuchado en vivo, la lleva a plena luz del día a un bar de jazz. Ahí le confiesa sus sueños y le dice: “El jazz es conflicto y compromiso… es algo nuevo cada vez, pero está muriendo. Y no va a morir, mientras yo esté ahí”. Con razón, Seve Chambers, de Vulture, escribe que Seb encarna la corriente del neo-bop, que cree que cualquier mezcla del jazz con otro género es un síntoma de su extinción, que el jazz debe seguir sonando como en los sesenta y que esos excursos de Miles Davis con otros géneros, como en Bitches Brew, son una “contaminación del jazz”. En el fondo, Seb entiende el jazz puro como un jazz que no se ha mezclado con otros géneros y que no se ha contagiado de otras influencias musicales.
Por otro lado, tenemos, a Keith, el amigo de Seb, que le ofrece trabajar como teclista en una banda de jazz-rock. En una de sus discusiones, Keith le pregunta a Seb: “¿Cómo vas a ser revolucionario si eres tan tradicionalista? Te estás aferrando al pasado, pero el jazz es sobre el futuro”. Este reclamo de Keith nos muestra la noción dicotómica sobre el jazz que aparece en la película: Seb mira hacia el pasado, quiere preservar el jazz puro y busca que el jazz suene como en los sesenta y Keith, en cambio, mira hacia el futuro, quiere llevar el jazz más allá de sus orígenes y fusionarlo con otros géneros musicales. Pero el problema es precisamente este: el jazz no es ni lo uno ni lo otro, sino las dos cosas a la vez. El jazz se asemeja al dios romano Jano, que cuidaba las puertas del pasado y el futuro, y tenía una cara viendo hacia el pasado y otra hacia el futuro. El jazz es un diálogo constante entre el pasado y el futuro, por eso, entre otras cosas, digo que es una música de la conjunción.
Hoy, el debate sobre el estatus del jazz no es tan intenso ni tan bicéfalo como en La la land. De hecho, músicos como Robert Glasper, Esperanza Spalding y Kamasi Washington van más allá de ese dilema y afirman que su música no es jazz, pero que si la quieren llamar así, bien pueden hacerlo. Tal vez, por esa razón, la única frase de Seb que comparto es cuando dice: “[el jazz] es algo que es nuevo cada vez… y está muriendo”. Y yo añadiría: “y revive cada vez, como un Proteo, asumiendo una nueva forma”. El jazz siempre vuelve a nacer para convertirse en algo que es igual y diferente, algo viejo y nuevo, algo que une al pasado y al futuro en un instante, transformando la manera misma como nosotros experimentamos la temporalidad.
El jazz no es ni lo que dice Seb ni lo que dice Keith, sino ambas cosas a la vez; es un intercambio de temperamentos y de perspectivas, en fin, es una música que acarrea mensajes sencillos: la música debe crecer y evolucionar, pero también debe estar encostrada en sus raíces. El jazz es una música que liga los opuestos y les permite convivir armónicamente, como el futuro y el pasado, en un instante mágico con una pizca de esperanza que nos permite levitar y otra pizca de realidad que nos hace gravitar hacia lo concreto y existencial de la vida: su posibilidad de ser algo nuevo cada vez.
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