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28 de Marzo de 2024 /
Actualizado hace 11 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Mirada Global

La cultura del libro vs. la cultura de la fotocopia

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Daniel Raisbeck

 

Los países escandinavos son líderes globales en las contradictorias categorías de la calidez hogareña (Hygge), el bricolaje casero (Ikea) y las series televisivas de crímenes atroces (Nordic Noir). También lideran el mundo en un campo cuya importancia suele ser subestimada: la cultura literaria. 

 

Según un escalafón que produjo la Central Connecticut State University en el 2016, Finlandia, Noruega, Islandia, Dinamarca y Suecia son las cinco naciones con mayor “salud literaria” en el mundo. Suiza, EE UU, Alemania, Letonia y Holanda completan los 10 primeros lugares del índice, el cual mide la comprensión de lectura de los ciudadanos al igual que su acceso a bibliotecas, periódicos, educación formal y computadores.

 

¿Qué tienen en común estos países aparte de ser ricos y desarrollados? Yo diría que el factor fundamental es que, hace cinco siglos, la reforma protestante impregnó la cultura de toda nación de la lista (en el caso de EE UU me refiero al periodo colonial; en el caso alemán, a la formación del Estado prusiano que sentó las bases de la unificación).

 

Mientras que en el mundo católico la autoridad suprema del Papa y la jerarquía de la Iglesia son de gran importancia para la transmisión de la fe desde los mismos apóstoles, hecho que refleja la estructura ritual de la liturgia, en el ámbito protestante lo esencial es el texto de la Biblia. El catolicismo deposita su confianza en el clero como intérprete de la voluntad de Dios; el protestantismo prescinde del intermediario y responsabiliza al individuo de encontrar la autoridad de su fe únicamente en el texto sagrado. En otras palabras, la lectura prima sobre todo.

 

El protestantismo ha perdido influencia en Escandinavia, se ha diluido entre otras religiones en EE UU y no es la principal religión en una pujante área económica como Baviera. Aun así, la cultura del libro se mantuvo en los países donde lo que Max Weber llamó la ética protestante forjó las instituciones económicas y políticas hace siglos. 

 

En las universidades estadounidenses, por ejemplo, la librería es un lugar central inclusive en la era del Kindle. Al inicio del semestre, los estudiantes acuden en masa para adquirir los libros que les asignan sus profesores. Pese a la revolución de compras digitales a través de plataformas como Amazon, se mantiene la idea -foránea a las universidades colombianas, según mi experiencia- de que los estudiantes deben poseer libros físicos y no depender de las fotocopias (práctica con la cual las instituciones de educación superior nacionales promueven la violación de los derechos de autor). 

 

En su libro Civilización: Occidente y el resto, el historiador británico Niall Ferguson argumenta que la cultura del libro que produjo el protestantismo es uno de los pilares del desarrollo económico en el mundo moderno. “Dada la importancia central de la lectura individual de la Biblia para Martín Lutero”, escribe, “el protestantismo promovió la alfabetización y el uso de la imprenta, y estos factores promovieron tanto la acumulación de capital humano como el estudio científico”. Según Ferguson, no es coincidencia que la ética protestante que dignifica el trabajo, el ahorro y la inversión exalte la lectura en primer lugar.  

 

Pareciera también que la cultura del libro ayuda a establecer y mantener un Estado de derecho comprometido con la defensa de la propiedad privada, un sine qua non para la creación de riqueza. De hecho, cinco de las naciones líderes en cultura literaria también se destacan por su defensa de los derechos de propiedad (Finlandia, Suiza, Noruega, Suecia y Holanda), según el Índice Internacional de Derechos de Propiedad (IIDP) que elabora la fundación Property Rights Alliance de Washington, escalafón en el cual Colombia ocupa el lugar sexagésimo primero entre 125 países. Es decir, la ética de la lectura fija las bases de la prosperidad.

 

Para Ferguson, de hecho, es natural que el boom económico de China durante las últimas décadas haya coincidido con un boom del cristianismo protestante. Según el profesor Yang Fenggang de la Universidad de Purdue, entre 93 y 115 millones de chinos hoy practican el protestantismo (cifra que disputan sus críticos), la mayoría de manera no oficial, en casas de familia y otras iglesias improvisadas.

 

En su libro acerca del resurgimiento global de la fe, los autores John Micklethwait y Adrian Wooldridge citan a un pastor evangélico en Shanghai: “En Europa”, dice, “la iglesia es antigua. Acá es moderna. La religión es una señal de ideales superiores y del progreso. La riqueza espiritual y la material van de la mano. Por eso ganaremos”.

 

En ese sentido puede ser buena noticia el reciente auge del protestantismo en países latinoamericanos -entre ellos Brasil y Colombia- si sus adeptos, al acoger la filosofía de sola scriptura de Lutero, ayudan a difundir la cultura del libro -y con ella la cultura del trabajo, el ahorro y la inversión- a través de la sociedad entera.  

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