14 de Diciembre de 2024 /
Actualizado hace 14 hours | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Etcétera / Curiosidades y….

Ira y agresividad

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Antonio Vélez M.

 

 

De cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa.

Antonio Machado

 

La ira y la agresividad son respuestas naturales al maltrato, a la injusticia y al abuso, y nos incitan a castigar al autor, y este lo sabe, y si no se oculta a tiempo... Debido al carácter espontáneo e inmediato de la ira, resulta bien difícil controlarla oportunamente. Se trata, básicamente, de una respuesta innata, exógena, desarrollada por la evolución con el fin de enfrentar de manera óptima aquellas condiciones particularmente exigentes del medio exterior; respuesta cuya intensidad puede variar, dentro de un rango muy amplio, al cambiar de manera apropiada las variables del entorno. Los cambios fisiológicos, y los sicológicos que de ella se derivan, aumentan la decisión, el valor y la confianza en sí mismo del individuo, virtudes que definen al buen luchador, llámese deportista, político, hombre de negocios o investigador.

 

Debe aclararse que al decir “respuesta innata”, no se está haciendo referencia a algo que necesariamente se tiene que presentar, sino más bien a algo que se manifiesta si las condiciones exteriores lo propician (salvo casos patológicos). Si el cerebro está dotado de estrategias agresivas, son estrategias contingentes, disparadas por complicados circuitos neuronales que determinan cuándo y dónde deben ser puestas en acción.

 

La agresión verbal, y física en algunos casos, es muy común entre los políticos; y entre periodistas lo es la agresión escrita. Artistas y profesionales del mismo rango y fama se “hacen la guerra” permanente y se desprestigian mutuamente de manera desvergonzada y pueril. Toda situación competitiva entre humanos despierta de inmediato la respuesta agresiva, desde los juegos infantiles masculinos, marcados por un gasto enorme de energía y agresividad, hasta las competencias deportivas de los adultos, que conservan una tónica parecida.

 

La historia de la agresión es pan de cada día: violaciones, atracos, asaltos, torturas, abusos, crímenes pasionales, terrorismo y venganzas llenan las páginas de los periódicos en todos los países del mundo. La historia de la especie proporciona una explicación para la conducta de lobo feroz: llevamos cerca de cuatro mil millones de años en plena competencia. Contra el mundo exterior, contra las demás especies, contra los individuos de la propia. Como especie, somos hijos de los vencedores de una cruenta batalla que se ha prolongado por espacio de más de dos mil siglos.

 

Y es que la evolución darwiniana es el resultado final y visible de la lucha por la supervivencia y la reproducción. Nosotros, descendientes de aquellos que de manera ininterrumpida fueron vencedores, llevamos por dentro, enclavada en el interior profundo de nuestras células, la impronta de esa cadena de victorias. Llevamos las cicatrices genéticas de todos los combates a muerte de nuestros ancestros. Quizás el pecado original más antiguo.

 

La vida en grupos, particularmente, está plagada de conflictos, enfrentamientos, competencia por un mayor estatus, lucha por la defensa de la vida propia y por la de los consanguíneos, competencia por la consecución y defensa de los bienes necesarios para la supervivencia, lucha por las parejas... Y son justamente la ira y la agresividad, los instrumentos que la evolución ha diseñado para que cada individuo enfrente y resuelva con éxito los problemas anteriores.

 

Alegan muchos pensadores que parte de la violencia que vivimos es aprendida, que los medios, la televisión entre ellos, se encargan de hacernos violentos. Es discutible esta posición. En todas las culturas estudiadas, con y sin televisión, los niños varones muestran predilección por los juegos rudos y agresivos. Y mucho antes de conocer juguetes bélicos, los varoncitos son violentos. Así mismo, no es la adolescencia la edad más violenta, sino después de cumplidos los tres años. Y es que los niños desde muy temprano pelean por nimiedades: se golpean, se tiran del pelo, se dan patadas y mordiscos. Los pequeños “monstricos” exhiben sus pocos dientes en señal de amenaza, y bien temprano. Así lo escribe Miguel Hernández y lo canta Joan Manuel Serrat: “Al octavo mes ríes con cinco azahares, con cinco diminutas ferocidades”.

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